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Lo obligatorio puede resultar un lugar seguro, como si al prescindir de la responsabilidad de elegir te quitaras también los riesgos. A muchos no ... les gusta elegir, prefieren dar ciertas cosas por sentado. Otros, en cambio, tenemos la ridícula manía de preservar intactas las opciones. En la etapa escolar comenzó mi animadversión por los caminos de una sola dirección; no sólo por el que te alejaba de la asignatura de Física al escoger Tecnología o Cultura clásica, sino por el salto de fe que había que dar con quince años para dirigirte hacia el bachiller de ciencias o de letras. Si no fuera por los puentes colgantes que unen ambos itinerarios académicos, no sería para tanto, pero cuando eres adolescente y te asomas al abismo, crees que al elegir letras sumarás toda tu vida con los dedos, o que si vas por ciencias, a Da Vinci lo conocerás sólo por su faceta de ingeniero.
Por eso, desde entonces, siento antipatía por los carriles marcados, porque da la impresión de que, una vez dentro, no habrá escapatoria. Alguno se siente así entrando en las nuevas rotondas de Santander. Las enfrentan con más temor del que merecen. En el fondo, no dejan de ser carreteras que discurren bajo la lógica del sentido común, pero quién se lo explica a esos conductores que circulan sólo por el carril de fuera, sin tener en cuenta que hay más vehículos a su alrededor. Yo los llamo los del compás: aunque se dirijan a la última de las salidas, hacen toda la circunferencia del hombre de Vitruvio bajo la máxima de que, si te dan, el que paga siempre es el de dentro.
Pasar a diario por la S-20 te hace experto en esquivar este tipo de vehículos, y cuando vas por el carril interno y te juegas el tipo derecho del coche al intentar continuar de frente, compruebas que sus conductores se resisten a mirar si hay alguien más allá de sus salpicaderos. La turborrotonda en la bajada de San Juan solucionó esta miopía en 2015. Sus líneas continuas les obligaba a mantenerse quietos en su lugar, prohibiéndoles seguir más allá de lo que manda el sentido de su marcha. Creo que ha sido la única vez en mi vida que me he alegrado de que nos coloquen barreras a los lados como si fuéramos toros por la calle Estafeta. Ahora toca repetir estrategia en La Marga, y tras haberla pasado en varios sentidos este jueves por la mañana, he comprobado con pavor lo seguro que resulta quitarnos el poder de elegir. Da miedo pensar cuántas barreras invisibles nos controlan.
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Ana del Castillo
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