Decenas de familias trabajan desde el pasado domingo en la recogida de esta alga en La Maruca, El Bocal y la Virgen del Mar, a la espera de la campaña fuerte, que llegará en el próximo otoño
El alga roja, científicamente identificada como Gelidium sesquipedale y conocida por los cántabros como caloca, forma parte de la vida de muchas familias. Su recogida y posterior venta supone una fuente de ingresos procedente del mar que este año se ha adelantado más de lo ... previsto en la costa de Santander. El pasado domingo, para sorpresa de los caloqueros, tuvo lugar la llegada de la primera 'costera' del año, dejando su inconfundible rastro en el entorno de La Maruca, El Bocal y la Virgen del Mar. José Antonio, un santanderino metido en faena con la recogida, así lo confirmaba. Aunque sólo se trata de «una primera toma de contacto» antes de la llegada de las grandes mareas, que tendrán lugar previsiblemente en noviembre y diciembre, justo con los temporales del otoño.
Quienes acostumbran a trabajar la caloca -antaño eran muchos más que ahora- constatan la bajada del precio respecto a viejos tiempos, a la vez que han tenido que hacer inversión en maquinaria para la extracción si quieren ser recolectores competitivos. Hasta hace apenas unos años, estaba más o menos bien pagada, ya que el kilo, con el producto en seco, se cotizaba a 2,90 euros. Hoy, las cosas han cambiado, a peor, y apenas se paga a un euro. Eso el alga ya seca, porque en mojado el precio es mucho más bajo y, por tanto, bastante menos rentable salir a buscarla. Se mueve en una horquilla que oscila entre los 40 y los 60 céntimos el kilo.
Además, por si fuera poco, dentro de las recientes amenazas que se está encontrando este tradicional sector, está la presencia de barcos que utilizan buzos para recogerla antes de que pueda llegar a la costa, algo que está completamente regulado y legalizado, pero que limita en cierta medida la cantidad de algas que consiguen alcanzar las playas y acantilados cántabros. También han cambiado de forma radical las condiciones de trabajo para unos profesionales que han ido aprendiendo los entresijos del trabajo de generación en generación. Antiguamente, cualquiera podía acercarse a la playa a recogerla, pero desde hace algunos años todo se ha profesionalizado.
Ahora, al igual que los mariscadores, los caloqueros tienen que realizar su labor con unos chalecos que los identifican, así como unos números únicos para cada persona que esté realizando esta actividad, ya que ahora se necesitan una serie de permisos y autorizaciones para poder poder desempeñar esta tarea.
Cada vez que la marea trae la caloca a las playas, se viven auténticas batallas para ser el primero en recogerla. Con la maquinaria que utilizan, en cada una de las recogidas se pueden llevar alrededor de 400 kilos de algas. Una vez recopilada, se pone a secar con el objetivo de sacar el máximo beneficio posible. De este modo, en algunas ocasiones, aquellos que más material obtienen esperan a los momentos de mayor escasez del alga con el fin de encarecer el precio de venta.
Ahora mismo a los caloqueros sólo les queda estar a la expectativa, con la mirada puesta en la mar, esperando la llegada de una nueva remesa, que puede tardar más de un mes en volver a aparecer, aunque, de momento, la recogida de estos días permitirá a muchas familias «salvar» el mes gracias a una alga que se puede encontrar en muchos alimentos y objetos de uso cotidiano. Por ejemplo, en productos agroalimentarios que contienen el conservante E-406. También tiene una presencia muy destacada en la industria cosmética y en la textil.
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