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Las mascotas del Palacio
Leyendas de aquí

Las mascotas del Palacio

La Magdalena cuenta desde principios del siglo XX con un cementerio de animales. El problema es que nadie lo ha visto nunca

Aser Falagán

Santander

Sábado, 22 de abril 2023, 14:04

Lo de los cementerios de animales; de mascotas, no de elefantes o de otra fauna salvaje, no es algo de ahora. O al menos no lo era para un puñado de cántabros y cortesanos que al parecer fueron unos auténticos adelantados a su tiempo. Los que, con el rey a la cabeza, construyeron en La Magdalena un cementerio de mascotas apenas dos décadas después de que abriera al público el Chiens de Asnières de París, la primera necrópolis animal de la que se tiene constancia en la era moderna. El de La Magdalena quizá fuera el primero de España y uno de los primeros del mundo.

Los veraneos de Alfonso XII y toda la familia real en la Península de La Magdalena entre 1913 y 1930 dejaron mucha huella, un puñado de historias verdaderas y también algunas leyendas urbanas, ya tuvieran una base verídica o no. Victoria Eugenia vio el fantasma de una mujer asesinada –aunque no existe ninguna constancia de la reina dijera jamás nada de eso–, Alfonso XIII dejó en Santander, según el imaginario popular, un puñado de hijos –entre ellos Fernandito, pero ninguno reconocido ni con paternidad demostrable más allá del chascarrillo– y un puñado de fantasmas habitan el que fue palacio real durante algo más de tres lustros.

Además de las películas porno que producía –esto está completamente comprobado–, Alfonso XIII, su familia y su séquito viajaban cada verano a Santander con multitud de mobiliario y compañía, incluidas las mascotas. Todo esto lo cuenta el periodista cántabro Lino Javier Palacios en su libro sobre La Magdalena. Hijo del guardés de la época, como lo fue después su hermano, conoció todas estas historias desde niño y de primera. Entre ellas, la del cementerio de regias mascotas. tampoco era tan raro. Al fin y al cabo, ya lo hacían los egipcios hace dos milenios.

El caso es que La Magdalena esconde un cementerio de animales. Los de la propia familia real, la marea de personas que rodeaban verano a verano a los monarcas, el personal de Palacio, las amas de cría y, en general, todo el ecosistema magdaleniense de principios del siglo XX. Lo sabía el Santander de la primera mitad de siglo y lo recordaban décadas después las personas que habían mantenido relación con el Real Sitio de La Magdalena, que así se denomina oficialmente la península.

A salvo de las miradas de curiosos, el cementerio no estaba en los jardines anexos al Palacio, sino escondido en los bosques que pueblan la pendiente hasta llegar a la cúspide sobre la que se asienta la residencia real.

Con la proclamación de la República, el curioso cementerio dejó de tener uso –ya no había nada que enterrar ni ningún antiguo amigo que visitar– y se le perdió la pista, pero allí descansan desde entonces todos los animales de compañía a los que les tocó morir en Santander.

Hasta aquí la leyenda urbana, en este caso falsa... al menos en su mayor parte. Esa conclusión ha llegado Palacios. Durante su investigación indagó sobre todas las curiosidades y relatos que la tradición oral preservó o inventó, según en caso, pero pese a que la historia había llegado a sus oídos en muchas ocasiones y a través de distintas fuentes, nunca pudo localizarlo. No existe, al menos a la vista, ningún resto o señal en toda la península, ni ningún testimonio directo –sí indirectos– o documento que demuestre esa curiosa y por otra parte práctica costumbre.

Pero tampoco lo descarta por completo. Una de esas fuentes era precisamente Lola Sainz, directora del Palacio de La Magdalena hasta su muerte en 2021 y una de las mayores conocedoras de la realidad y la historia del parque y el palacio.Ella daba la historia como cierta. Tal vez no con un 'camposanto' como tal ni en una ubicación concreta, pero sí aseguraba que los animales que morían en La Magdalena, se quedaban en La Magdalena.

Su conclusión es que probablemente no existiera un cementerio como tal, pero sí se enterrara en los alrededores de la residencia real a las muchas mascotas que acompañaban a infantes, familia, séquito y demás compañía de los reyes durante esos 18 veranos en Santander.

La proclamación de la República el 31 de abril de 1931 terminó de cuajo con las vacaciones cántrabras de los Borbones y tampoco con la restauración de la monarquía en 1975 y de la democracia en 1977 volvió a familia real a fijar su residencia en un palacio que ya era la sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Así fue como la historia quedó enterrada, nunca mejor dicho, para siempre.

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