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A María Ángeles Leal Fernández le pusieron el nombre de una tía a la que no llegó a conocer. Murió a los 9 años en ... el bombardeo del Barrio Obrero de Santander perpetrado por la aviación alemana, aliada del bando sublevado. Ocurrió cerca del mediodía del 27 de diciembre de 1936, un domingo inesperadamente soleado en la capital cántabra, que vivió entonces el peor ataque aéreo de toda la Guerra Civil.
Este miércoles, María Ángeles se acercó al Parque de Mendicouague para recordar a su tía y al resto de las víctimas de aquella «atrocidad». La Plataforma Memoria y Democracia, nacida en octubre de este año, había convocado un acto en homenaje a todas ellas. Sonaron sirenas antiaéreas y sobre la hierba se colocaron las lápidas de los cerca de 70 fallecidos –es una cifra aproximada, no existe oficial–, entre adultos y niños como María Ángeles. La plataforma describió la performance como un «cementerio efímero» con el que denunciar un hecho: «Las víctimas del bombardeo del día 27 no tienen lugar de memoria en la historia».
Hace unas semanas, PSOE e IU-Podemos, alentados por la petición de algunos familiares, presentaron una moción en el Ayuntamiento de Santander para «reparar simbólicamente a las víctimas» instalando una placa o un monolito en el parque en el que cayeron las bombas de la llamada Legión Cóndor. PP y Vox votaron en contra, y el PRC se abstuvo, con lo que la propuesta no salió adelante. «No pararemos hasta que sus nombres sean recordados por la historia democrática de Cantabria. Porque es nuestra gente; es nuestra historia», concluyó Jorge Suárez, de la asociación Héroes de la República y la Libertad, encargado de leer el manifiesto de la plataforma, firmado por unas 90 organizaciones cántabras y cerca de 1.600 ciudadanos a título individual. Tanto Daniel Fernández como Keruin Martínez, líderes del PSOE e IU de la capital, asistieron al acto.
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«Ha sido un acto sencillo, pero muy emocionante. Solo pedimos que se recuerde a las víctimas de esta atrocidad, da igual el lado al que pertenecieran. Solo queremos una placa para decir 'esta persona existió', porque ahora es como si hubiera sido borrada de la historia», dijo María Ángeles Leal tras el acto. Su madre, Elena, nunca dejó de hablarle de su tía, de María Ángeles Fernández Otí, que aquel 27 de diciembre estrenaba un vestido nuevo y salió pasear bajo el sol de la mano de su hermana. «Fue desgarrador para toda la familia, y para el barrio –que este año celebrará el centenario de la colocación de su primera piedra– fue un suceso traumático».
Lo fue. Hoy, Margarita Valdeolivas, vecina del Barrio Obrero y superviviente del bombardeo, seguía el acto entre el público. Nonagenaria, vivió el ataque cuando era una niña a pocos días de cumplir 8 años. Su familia fue duramente represaliada –los varones tuvieron que exiliarse–, por lo que el silencio fue un escudo en el que encontró cierto alivio. Junto a ella, su hijo, el periodista José Emilio Pelayo, recordó cómo un cúmulo de circunstancias salvaron a su madre de la muerte: la bomba que cayó a su lado, mientras jugaba en la calle, fue de las que no explotaron, y, además, fue providencial la dirección que la niña tomó en su huida. «Ella corrió hacia casa y se escondió bajo la cama».
«Las placas no hacen daño a nadie, son dañinas las bombas, son dañinos el odio y la intolerancia», apuntó Pelayo en el Parque de Mendicouague, donde se reunieron decenas de personas.
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