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María Jesús lleva 34 años trabajando en su puesto de fruta y verdura que cada martes, viernes y sábados se instala en la plaza anexa al Mercado de la Esperanza. Aún recuerda «aquellos tiempos» en los que había que llegar «muy pronto» por la mañana para guardar sitio, ya que antes no había ubicaciones fijas. «Veníamos pronto con la furgoneta, descargábamos la mercancía y a esperar. Todo porque nadie quería quedarse sin vender. Esto se llenaba». Pero no solo se llenaba de comerciantes, también de clientela «fiel» que acudía a su cita semanal. La estampa actualmente dista mucho de ese barullo que se formaba en la plaza, de ese trasiego y esa «vidilla» que tanto echan de menos quienes lo vivieron en primera persona. A un lado y otro del mostrador. De las decenas de puestos que había hace años a los cinco que hay actualmente –cuatro de fruta y verdura y otro más pequeño de pescado–. ¿El motivo? «El Ayuntamiento de Santander ya no da licencias», responde María Jesús. «También se han ido jubilando compañeros a lo largo de los años. Eso es inevitable. Pero si no se facilita que este modelo de mercado siga, estamos abocados a desaparecer», lamenta.
Desaparición
La explicación municipal
Un problema conocido
Una situación que también «disgusta» a su clientela. Los comerciantes entienden que esto es así porque desde el Consistorio tienen la intención de ocupar los espacios libres que hay en el interior del Mercado de la Esperanza. Y fuentes municipales, consultadas por El Diario Montañés, lo corroboran.
«El Ayuntamiento de Santander trabaja para proteger e impulsar a los comerciantes de la ciudad. En este sentido, se está dando prioridad a los espacios libres que existen en el interior del mercado a donde ya se han trasladado varios puestos que antes se ubicaban en el exterior», comentan esas mismas fuentes. Justifican su actuación al entender que el Mercado de la Esperanza «es un edificio emblemático y protegido que estamos mejorando continuamente para favorecer una actividad comercial en las mejores condiciones para los propios comerciantes y en favor del mejor servicio a los ciudadanos».
A pesar de que en los últimos años resulte más evidente que la situación no es la misma, «porque la plaza está prácticamente vacía», no es una novedad. De hecho, ya en 2012, el Ayuntamiento anunció su intención de paralizar la concesión de licencias. Y en ello sigue. Entonces, el equipo de gobierno del PP argumentó que lo hacía para «evitar que las ventas» siguieran cayendo. Un poco en la misma línea que ahora, en la que también achacan su postura a la puesta en valor del mercado. Entre otras cosas, por las obras de reforma de su planta baja, con la que se «optimizarán» las condiciones de trabajo de los comerciantes y su capacidad de prestar un mejor servicio, «ampliando el abanico de actividades de dinamización y los servicios». También se refieren a otra serie de actuaciones como la renovación de los espacios comunes y la iluminación interior.
Ya hace doce años, los comerciantes mostraron su «malestar», recogido en las páginas de este periódico. Muchos de ellos porque se dedicaban a la ventana ambulante y también eran habituales en otros mercados de Cantabria, por lo que la opción de desplazarse al interior del mercado no les interesaba. Otros también lo rechazaron ya que «siempre» habían trabajado en la plaza y no querían moverse «bajo ningún concepto».
A pesar de las complicadas circunstancias que atraviesa este mercadillo, muchos clientes no fallan. Y ellos también están sorprendidos. «He vivido siempre en Santander y aquí venía con mi madre», cuenta Cristina, que por circunstancias de la vida tuvo que mudarse a otra ciudad. A su vuelta, retomó sus costumbres, y la fruta y la verdura la compra en los puestos de la plaza. «Es una lástima volver y ver esto así. Está claro que ya no es lo mismo. Me acuerdo que se formaban colas y todavía muchos mantenemos el hábito de venir porque creo que sitios así forman parte de la historia de la ciudad y no deberían caer en el olvido», añade. «Entiendo que la gente joven va a supermercados por el precio, pero es que el producto aquí no es caro. Y desde luego, la calidad entre una cosa y otra no tiene punto de comparación».
Según recuerda Juan Carlos Flores-Gispert, periodista especializado en la historia de Santander, este mercadillo era muy reconocido por los compradores precisamente porque se vendían verduras y hortalizas que venían de las huertas de Cueto y Monte: «La calidad-precio también ha sido su punto fuerte. Además, al celebrarse al aire libre, había un ambientazo siempre». A su juicio, este tipo de mercadillos «forma parte de la esencia de las ciudades y los pueblos» y, en el caso del de la plaza anexa al Mercado de la Esperanza, se ha visto muy perjudicado «por los miles de supermercados que han abierto en el centro de la ciudad, además de buenas tiendas de fruta y verdura», concluye.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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