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A un lado (el que mira al túnel de Tetuán) siguen a la vista los huesos del edificio que se cayó parcialmente el 19 de julio. Pero justo al otro extremo, el inmueble recobra vida. Se la están devolviendo ya los cinco vecinos del ... número 57 de la calle del Sol a los que se ha autorizado a retornar a sus casas. Regresan «muy contentos» y «seguros» por las garantías que les han dado sobre la estructura. A partir de ahora, en el bloque siniestrado hay tres tipos de familias: las cinco que reocuparán sus pisos porque están en perfecto estado, las cinco que tendrán que seguir esperando porque parte de sus casas está todavía apuntalada y las cinco que se quedaron sin vivienda porque se vino abajo un ala completa del inmueble.
Los afectados que tienen luz verde para volver han iniciado las gestiones para hacerlo (el papeleo con las suministradoras de agua, luz y gas). Mar López contó ayer que el día que le comunicaron que ya podía reabrir su casa fue «un alegrón tremendo después de todo lo pasado. El susto fue terrible y nunca se nos va a olvidar, pero nuestras viviendas están bien».
Lo han certificado dos arquitectos distintos, así que no teme nada. «Cero miedo. Es más, estando aquí podré avisar si sale alguna grieta. Eso me da más seguridad que no estar», sostuvo. López, que lleva viviendo desde los 14 años en la calle del Sol, ya pudo revisar hace unos días su vivienda «y comprobamos que está bien».
David Poncela (Alma Mater)
Ayer no cabía en sí de la alegría. Su familia tiene una casa en Polanco y se trasladaron a ella el día del derrumbe parcial, pero Mar López es mujer de ciudad y ha echado mucho de menos su barrio, poder abrir sus ventanas a la bahía (desde su 5º piso ve el mar al fondo de la calle) «y hasta el olor del salitre. La tranquilidad del pueblo está bien para quien la quiera, no para mí. Yo esto no lo cambio por nada», sonreía, deseosa de entrar en la vivienda, en la que se instalará en cuanto esté limpia y con todos los servicios operativos. «Cuanto antes, mejor, porque estoy que no veo el momento».
La vuelta también es una forma de pasar página, de «dejar atrás» lo sufrido, «que ha sido mucho» y ha tenido hasta repercusiones en la salud. «Ahora toca pensar que todo va a ir bien y olvidar todo lo malo». Un todo que se resume en que tuvo que marcharse con lo puesto, con un susto de mil demonios en el cuerpo y con la impotencia «de que estuvimos meses avisando y no nos hicieron caso».
Un todo que pasa por 46 días de gran incertidumbre. «El temor era que todo el edificio estuviera dañado y no poder regresar» y que pasa, incluso, por gestiones que ahora se revelan estériles. López y su esposo habían mirado ya para alquilar un piso en la cercana Menéndez Pelayo al que iban a entrar este mes de septiembre -para volver a su hábitat- «porque alquilar en agosto en esta zona era imposible».
Esta mujer solo tenía una pequeña espina clavada: que la vuelta no haya sido posible para todos los afectados. «Me da pena que no pueda volver todo el mundo, la verdad, porque aquí nos conocemos de años. Nosotros hemos tenido mucha suerte. A ver si el resto puede también regresar lo más pronto posible».
El retorno de los primeros se debe, en parte, a la forma en que se levantó el edificio hace cinco décadas, «como en dos cuerpos a cada lado de la escalera». A la zona apta para ser habitada se la nombró así hace más de una semana. La parte central del inmueble tendrá que seguir bajo la lupa de los expertos, que están estudiando las posibles actuaciones para consolidarla, en la idea de que una vez que se acometan los arreglos que se necesiten los pisos también se ocupen otra vez.
Al contento de los cinco residentes que reabrirán en breve sus casas se suma el de David Poncela, el tatuador de Alma Mater, el único negocio que funcionaba en los bajos del número 57 de la calle del Sol cuando se produjo el desplome. Poncela también remarcó ayer que, «con todas las mediciones que se han hecho, estoy tranquilo, sin ningún tipo de miedo. Nos han explicado que se han hecho pruebas de hormigón, de cimientos, de columnas...».
Y su local no tiene ninguna grieta. Se lo encontró ayer igual que lo dejó el 19 de julio, «solo que lleno de polvo. He probado todo y todo funciona, o sea, que mañana (por hoy) estaremos activos de nuevo».
Poncela se quejó en el momento del derrumbe de que él se quedaba sin medio de vida, al tener que clausurar forzosamente su taller. En este tiempo no ha podido ejercer. «Hemos tenido que estar de vacaciones, con todo el trabajo que teníamos». Ayer se mostraba relajado: la agenda está llena de citas hasta junio de 2018, así que solo le quedaba acabar la limpieza del local y arrancar.
El edificio sigue bajo vigilancia policial. Efectivos de la Policía Local pasan una vez a la hora por la calle, para comprobar que no hay nada fuera de lo habitual, según explicaron los vecinos. Estos días también habrá trasiego en el lugar de los técnicos de la luz, el agua, el gas y el teléfono, porque los cinco primeros están reactivando sus contratos.
Como es sabido, el Ayuntamiento ha mantenido conversaciones con las empresas suministradoras para que rebajen (o directamente no cobren) los gastos que genera volver a engancharse a las redes. Para la reconstrucción de las viviendas que ya no existen, habrá que esperar a la conclusión del expediente municipal sancionador que está en marcha y que admitirá alegaciones hasta mañana. El objetivo final del Ayuntamiento es que el edificio derruido «recupere su estado, que los culpables paguen la máxima multa y que se hagan cargo de los daños y perjuicios».
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