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El mito de Cabo Mayor

El mito de Cabo Mayor

Leyendas de Cantabria ·

Aser Falagán

Santander

Sábado, 19 de febrero 2022, 07:40

Una cruz se asoma al mar junto al Faro de Cabo Mayor. El actual, heredero de otro más antiguo, data de la primera mitad del siglo XIX, pero el monumento es más joven. Inaugurado en 1941, homenajea a las víctimas ejecutadas por el bando republicano durante la Guerra Civil. La tradición oral ha citado siempre sus acantilados como un lugar de ejecuciones, una leyenda urbana tan extendida que terminó por aceptarse como hecho histórico.

Esta posverdad no resiste la investigación histórica, pero los intentos por desmentir lo que nació como fruto de la confusión y consolidó la propaganda han sido vanos. Vagas historias de ajusticiados por ambos bandos huérfanas de nombres concretos, aunque dominan las de simpatizantes nacionales arrojados al mar por los republicanos, generaron el mito. Según algunas versiones se les despeñaba para que después el mar arrastrara su cadáver, de acuerdo con otras se les ataban plomadas para que se ahogaran y en una tercera se les ejecutaba antes de arrojarles al vacío. Ese inexistente capítulo de terror conmemora el monumento de Cabo Mayor, un mirador rematado por una gran cruz que se alza sobre el precipicio homenajeando a unas víctimas que no murieron allí con una placa que se retiró con la Ley de Memoria Histórica.

Pocas veces una leyenda urbana y la historia real se han confundido tanto. La Guerra Civil dejó infinidad de ajusticiamientos y asesinatos en Cantabria, como en toda España. Pero nadie fue arrojado a los acantilados de Cabo Mayor, donde ni siquiera se produjeron ejecuciones, de acuerdo con la documentación de ambos bandos. Las referencias a estos supuestos hechos son siempre vagas y sin confirmar, basadas en hipótesis sobre víctimas que cayeron, efectivamente, asesinadas, pero en circunstancias sin esclarecer, como tantas veces sucede en el horror de la guerra. Pronto la propaganda y la propia incertidumbre llevaron a situar sus últimos minutos en el faro.

Desde el 18 de julio de 1936 y hasta que la ruptura del Cinturón de Acero precipitó el desmoronamiento del Frente del Norte, también acosado desde el sur, Cantabria permaneció fiel a la legalidad constitucional. Tras la caída de Santander el 25 de agosto de 1937, una de las primeras decisiones de las nuevas autoridades fue, como era habitual, iniciar una causa general para depurar responsabilidades, entre ellas las supuestas ejecuciones en Cabo Mayor. Se inspeccionaron los precipicios, se enviaron buzos al fondo marino para buscar cadáveres, se rastreó la costa en busca de cuerpos que hubiera arrastrado la corriente, se preguntó a víctimas y represaliados e incluso se habló con los fareros. La conclusión no pudo ser más clara ni la fuente menos dudosa: no hay constancia de que nadie fuera ejecutado o asesinado allí. De hecho, no hubo ningún procesamiento por este motivo.

Así lo expresa la Auditoría de Guerra de marzo de 1938, instruida por el juez Antonio Orbe Gómez-Bustamante, que dice: «Erróneamente se ha creído, y sigue creyéndose, que fue el Faro de Cabo Mayor el lugar preferido para los crímenes marxistas». Respecto a los relatos sobre asesinatos en los acantilados, transmitidos de forma oral, el informe de las autoridades franquistas es categórico: «Como de ordinario, falló la vox populi. De las averiguaciones hechas en esta causa aparece que ningún torrero perdió la razón y que ningún buzo ha visto cadáveres en el fondo del mar. El faro estaba habitado por dos torreros y sus familiares y por una guardia permanente de vigilancia de costa, los que eran demasiados testigos para que ante ellos fuesen a cometerse tantos crímenes y los cuales no vieron nunca cadáveres en las lastras y peñas de al pie del acantilado, las que tan solo son cubiertas en la pleamar de las mareas vivas; los cuerpos que hubiesen sido lanzados desde tan gran altura sobre aquellas peñas del fondo quedarían con enormes traumatismos que no se observan en los muchísimos cadáveres recogidos en este litoral».

Pero un asunto son los hechos y otra la propaganda. Al régimen no le venía nada mal la leyenda urbana. Lejos de desmentirla, decidió darla carta de naturaleza con un monumento funerario coronado por la imponente cruz que hasta la retirada de la inscripción homenajeaba a los 'Caídos por Dios y por la patria'. Un monolito que, ya sin esa leyenda, sigue en pie en Cabo Mayor. Igual de equivocada es la creencia de que en la época franquista esos mismos acantilados fueran testigos de los asesinatos y ejecuciones de represaliados republicanos. Sencillamente, el terror tuvo lugar en otros escenarios.

El nacimiento de la leyenda se puede buscar, además del lógico miedo y confusión provocado por el cima bélico, en que algunas de los primeras ejecuciones sí que tuvieron lugar, según la investigación franquista, en la zona de Cueto (aunque no en Cabo Mayor), y en que el faro sí que fue testigo de algunos paseos. Después, la macabra costumbre de arrojar cuerpos al mar, también en Santander, reforzó esa teoría en el aterrado y mal informado imaginario popular. De hecho, 'llevar al Faro' llegó a sustituir en el lenguaje popular de Santander a otro eufemismo, el de 'dar el paseo', este común a toda España.

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