Secciones
Servicios
Destacamos
Cuando unos yihadistas atentaron contra la revista satírica Charlie Hebdo enarbolamos pancartas para defender la libertad de expresión. Salimos a las plazas, hubo una colosal manifestación en París.
Ahora descuartizan vivo a un periodista en la embajada saudí de Turquía y estamos prácticamente ... mudos. Empezando por nosotros, sus compañeros de oficio. Al parecer, como no era ni francés ni europeo tampoco era uno de los nuestros. A Jamal Kashoggi, además, no le asesinó el terrorismo yihadista sino el terrorismo de Estado –del suyo propio– que probablemente es, incluso, más espeluznante. Estas circunstancias no nos hubiesen excusado de organizar un sonado duelo si lo hubiese descuartizado Nicolás Maduro. Esta vez no hay ejército de lápices libres frente al fanatismo saudí, solidaridad también ausente con Anna Politkóvskaya. Este asesinato macabro, descomunalmente infame y cruel, no clama justicia desde las instituciones ni redacciones españolas. Apenas hemos farfullado unas temblorosas condolencias. Mientras Europa pide un embargo de armas a Arabia, Pedro Sánchez justifica seguir vendiéndoselas al verdugo del periodista «para defender los intereses de España», que son los intereses de los trabajadores de Navantia, que coinciden con los intereses electorales del PSOE andaluz. Venderles cinco fragatas, al parecer, justifica que permanezcamos impasibles ante su atroz vulneración de los derechos humanos y sus crímenes de guerra en Yemen, perpetrados con nuestras bombas. Parte de ellas –advierte la ONU– acaban en manos yihadistas.
El conflicto moral nos salpica a todos. Desde Santander partieron las 400 polémicas bombas inteligentes. Ayer la coalición saudí mató a 17 personas en el puerto donde Yemen recibe ayuda humanitaria. Aquí, nuestro presidente de la Autoridad Portuaria se escuda en cumplir la legalidad. Ya nos advirtió Hannah Arendt sobre los obedientes. Ni descuartizamiento, ni crímenes de guerra. Le preocupa que las bombas sean un riesgo. Pero solo para nosotros, porque se cargan en dársenas cerca de Santander. La conciencia de Jaime González también es de perímetro miope. Tras el espejismo del Aquarius cabe preguntarse qué clase de país podemos edificar sobre cimientos morales tan miserables. Que el ruido quiebre el silencio y nos salve de este cínico infierno huérfano de humanidad.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.