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Al iniciar la cuesta hay un mural de azulejos. Una estampa antigua. Está junto al Riojano y hay una referencia, por ejemplo, a la «antigua ... casa de baños, los famosos Arístides Toca», de los que escribe Simón Cabarga en su popular libro de historia de las calles de Santander. El maestro recuerda el manantial «en el último tramo de la actual calle» que «dio motivo al apelativo de Río de la Pila». Y, en sus últimas líneas sobre la zona, ya habla del «yeyé catecúmeno y la minifaldera». Del ocio nocturno. Porque el Río ha sido, para varias generaciones de la ciudad, punto de reunión, de copas. De toda la vida. Con épocas buenas y otras no tanto en el pasado. Los actuales hosteleros de la zona, muchos de ellos jóvenes y agrupados en una asociación cultural, reivindican el presente de una calle –definen– «familiar», «variada», «alegre» y «jovial» en estos últimos años. Con las características propias de una zona, como otras, de ocio nocturno y que trata de combinar, en su opinión, «diversión y respeto».
Ahora mismo son unos quince negocios de hostelería –menos que hace años (hay, como en otros barrios, muchos locales cerrados)–, «y la mayoría en manos de gente joven, de hosteleros nuevos». Lo explica Nacho Giner, del Mala Vida. «Tenemos una idea común de cómo hacer las cosas, un concepto de zona, de ayudarnos. Dentro de que somos bares de diferentes estilos, todos estamos en la misma onda». Junto a César Fernández, de El Set, y Pedro Pablo Lucas, de El Río, destacan el carácter «alternativo» de la oferta de ocio que ofrece la calle. «Más informal» que otras. «Menos postureo». En ese contexto engloban la asociación, que les sirve también como punto de encuentro para estar en contacto o resolver problemas comunes y con la que tratan de «enriquecer la oferta de la ciudad con algo que no tiene». Siempre de la mano del Ayuntamiento y de Hostelería, explican, y en colaboración, en ocasiones, con las peñas de la ciudad, asociaciones solidarias o distintos colectivos (acogen los actos del Orgullo en Santander, por ejemplo).
Pedro Pablo Lucas
El Río
Nacho Giner
Mala Vida
César Fernández
El Set
Los tres insisten en que cuando organizan eventos –«una media de unos seis al año, repartidos en el calendario y casi siempre ligados a épocas festivas»– la «conciencia de cuidar la calle es todavía mayor». Y hablan, por ejemplo, de limpieza. Durante todo el año. «Nosotros tenemos el compromiso de mantener la calle limpia. Pagamos los impuestos y, aunque aquí no se hace una limpieza municipal diaria (algo que también reivindican y que, aseguran, ha mejorado algo este año), la calle está limpia porque lo hacemos nosotros. Los responsables de los bares limpiamos la calle. Y si se hace algún evento, todavía ponemos más consciencia en ello». Cuentan el caso concreto de las fiestas navideñas. «De aquí no se va nadie sin pasar el escobón. A las once de la noche, cuando la gente se va a cenar, todo queda limpio. No a las cinco de la mañana del día siguiente». De hecho, cuentan que los eventos que organiza la asociación, «por si molestaban a alguien», «desde hace un par de años tienen una duración que no pasa de las nueve de la noche».
Y en este sentido de las molestias, quieren dejar claro que en el Río, a día de hoy, «no hay discotecas ni afters». Son «bares y pubs» ajustados a su «licencia», que permite cerrar a las tres o, como máximo, a las cuatro y media para los que cuentan con «licencia especial». «La policía –añaden– viene mucho además a controlar los horarios de cierre y no tenemos ningún problema. Están haciendo su trabajo».
Con los vecinos
«Nuestra relación con el vecindario, en general, es muy buena. Muchos vecinos paran en nuestros bares, participan de los eventos. Ellos saben en la zona en la que viven y que ha sido siempre una zona de ocio. La mayoría acepta en la calle en la que está y la disfruta. Saben cómo está ahora, lo que hacemos y nos conocen. Que somos gente joven, no problemáticos y que, cuando ha hecho falta, hemos hecho lo posible por evitar que alguien viniera a molestar», resumen. Conscientes de las condiciones que tiene una calle históricamente ligada al ocio nocturno, como otras muchas, no tienen problema en reconocer que «hay una minoría» que se queja. Un número «muy concreto» de residentes, explican. «Y esas quejas hacen ruido. Respetamos su opinión y entendemos que se quejen de lo que se tengan que quejar». Hablan de diálogo, de cumplir con sus responsabilidades, de limpieza, del horario de cierre... «Pero en algunos casos la única manera de satisfacer a estas personas sería cerrando los negocios».
Giner, Lucas y Fernández dejan, en este sentido, una reflexión. «Hoy en día para abrir un negocio de hostelería hay muchos controles, mucha burocracia, mucha normativa que hay que cumplir. Si eres un 'alicate' y abres un bar, te vas a pegar un bofetón en muy poco tiempo». Eso, en lo que está en su mano, insisten, se traduce en «responsabilidad y cordura». Con la idea de «mantener la esencia de esta calle, una manera de funcionar de toda la vida en la que conoces a casi todos tus clientes, sabes lo que toman y tratas de tener un trato cercano, personal».
Una versión santanderina «del Malasaña de Madrid o el Casco Viejo de Bilbao». Y esa es una comparación que les gusta.
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