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Cantabria ha cumplido con el toque de queda. En Noja, donde el verano está siendo especialmente movido por las noches debido a los botellones con los que no hay forma de terminar, la madrugada ha sido tranquila: mayores y jóvenes se recogieron a la ... hora y a los agentes de policía no les consta ningún problema. Eso sí (informa Ana Cobo), a las 07.00 horas había alrededor de medio centenar de personas en la playa de Ris. Tampoco en Castro se han registrado incidencias (informa Samira Hidalgo) y eso que hubo un concierto que reunió a 2.500 personas en el arranque del Festival Sónica.
En Torrelavega, nada reseñable: las policías local y nacional solo encontraron en la calle en hora de toque de queda a trabajadores con autorización y no hubo denuncias ni por botellón ni contra ningún establecimiento hostelero (informa David Carrera). Ni en Laredo, donde a la Policía Local solo llegaron avisos por alguna que otra fiesta en casas particulares que molestaban a la vecindad.
También Santander se atuvo a los nuevos horarios. Esta madrugada, en cuestión de diez minutos la estampa de la Plaza Cañadío, en Santander, cambió por completo. Las mesas se vaciaron y sus ocupantes abandonaron poco a poco la zona. Pasadas las 00.30 horas, algunos hosteleros comenzaron a recoger las terrazas y eso invitó a mucha gente a abandonar los establecimientos y algunos grupos se fueron dispersando. Mientras unos corrían para llegar a casa antes del toque de queda, otros muchos parecían menos preocupados por atenerse a la limitación horaria, que entró en vigor de nuevo tras haber autorizado el Tribunal Superior de Justicia de Cantabria al Gobierno regional a volver a controlar horarios nocturnos en 53 municipios como fórmula para luchar contra la expansión del coronavirus, desbocada desde hace casi un mes.
La noticia se conoció a primera hora de la tarde de ayer y, en esta primera noche, todo el mundo era consciente de que habría que recogerse para cumplir con la norma. En una de las zonas de más movimiento nocturno de toda Cantabria, cuando apenas faltaba un cuarto de hora para que el reloj marcara el límite, las 01.00 de la madrugada, aún quedaban jóvenes con ganas de seguir la fiesta. Cañadío era testigo de que unos se daban abrazos para despedirse, otros se saludaban y algunos repartían gritos a modo de conversación. Incluso cuando llegaron varias patrullas de la Policía Local y dos furgones de la Nacional todavía quedaban personas paseando por la plaza con pocas ganas de irse.
«En nueve minutos no se puede estar en la calle», le recordó un agente del orden de Santander a un grupo de chavales. Un comentario que casi despertó sonrisas en lugar de prisa. Pero, a partir de ahí, poco a poco, cuando arrancaba la nueva restricción, las zonas de ocio santanderinas se vaciaron. En Cañadío se presentaron seis coches de la policía y quince agentes como parte del dispositivo de control que también incluyó los efectivos caninos y la caballería. Así que los grupos que seguían en algunas esquinas de la ciudad justificaban su presencia en la calle alegando que esperaban al taxi.
El recorrido por el resto de la ciudad se podía hacer en soledad. Por la playa de El Camello la única luz era la del vehículo de la limpieza. La imagen se repetía en la Plaza Italia, donde su sumó el camión de la basura. Pasadas las 01.30 hasta la primera de El Sardinero únicamente había taxis y operarios dejando las zonas públicas de la ciudad listas para enfrentar un fin de semana en el que, por muy verano que sea, también habrá que andar mirando el reloj si se sale por la noche. Quedan por delante 15 días de restricciones.
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