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Julia María Fuencisla Pérez, en sus clases de gimnasia en el santanderino Parque de Jado, con algunos alumnos detrás. Juanjo Santamaría
Operación bikini con Julia
Crónicas de estío

Operación bikini con Julia

Las mañanas de verano en el Parque de Jado, en Santander

Sábado, 20 de julio 2024, 07:48

Los habituales del Parque de Jado ya conocen a Julia, la profesora de gimnasia de 90 años que da clase todas las mañanas en este paraje santanderino. Sin embargo, el verano atrae a nuevos caminantes por la zona y no hay quien no se pare, sorprendido, al verla en acción. Algunos terminan acudiendo a las clases, otros, simplemente, se quedan mirando. «Siempre hay uno o dos que se paran a sacarnos fotos, pero a mí no me molesta, solo les digo que luego me las pasen», comenta la protagonista entre risas.

Las clases comienzan a las diez en punto de la mañana y no falla un solo día. Ahora, con las vacaciones de verano a pie de calle el grupo se ha ampliado y ya hay más variedad entre la edad de los asistentes. Con la subida de temperatura, suelen ser treinta alumnos de media, aunque «ya hemos llegado a ser cuarenta en más de una ocasión», dice.

Cada vez más personas asisten a las clases de Julia. j.S.

La quedada se hace en el Parque de Jado, justo en la pequeña explanada de al lado de los columpios y «la puerta está abierta para todo el mundo, literalmente», explica Julia. «Yo no apunto quien viene o se va, no tengo libreta», afirma, pero «cada vez somos más y eso me gusta».

Ahora que el tiempo lo permite, los alumnos llegan algo antes y aprovechan para charlar, comentar el tiempo y preguntar por el estado de salud de todos; después se preparan para la clase. La profesora, Julia María Fuencisla Pérez, tiene «90 años y tres meses» y a pesar de estar ya jubilada, no reniega de su pasión por el deporte y la enseñanza. Antes le gustaba la informática, pero ahora «mi felicidad se basa en las mañanas de gimnasia».

En pleno julio, los colores del parque se ven más vivos y el sol, si sale, no es un problema porque el árbol lo tapa. Un árbol muy especial para Julia porque los días de lluvia, aunque no mucha, «lo utilizamos también de paraguas». Los días menos calurosos «basta con un abrigo» y los días de más lluvia, acuden al portalón del Centro Cultural Salvador Jado, a pocos pasos de su ubicación actual, pero «aunque nos dejen estar ahí, es muy pequeñito y solo es una alternativa factible si somos pocos», cuenta, porque si son muchos y llueve demasiado, la clase se cancela.

El verano del norte hace que algunas se dejen la chaqueta y que otras vengan en leggings piratas y manga corta porque «aunque haga calor y hagamos ejercicio, hace viento y no estamos para tantos trotes», dicen algunas de las alumnas.

J.S.

Todos hacen un círculo alrededor de Julia y van imitando sus movimientos, que cada día siguen un orden diferente: «No tengo un temario de rutinas preparado porque todos los entrenamientos los hago de memoria». La clase dura aproximadamente una hora y el único momento en el que se rompe el círculo es cuando hacen los ejercicios de barra, unos estiramientos que precisan de mayor estabilidad y por los que necesitan agarrarse a las barandillas que hay alrededor. También ha renombrado algunos de los estiramientos como el de «los huevos de la tortilla de Begoña», refiriéndose a una de las gimnastas, porque «tengo confianza con ella y quiero hacer la clase más divertida», indica Julia. Este ejercicio sirve para ejercitar los músculos del hombro, brazo y muñeca, alargando el brazo hasta arriba –como si de sostener una bandeja se tratara– hasta posar la tortilla de Begoña, «que tan rica está», en la cadera.Y todas esas bromas que tanto caracterizan la hora de Julia ha hecho que tenga el éxito que tiene a día de hoy.

Deporte... y amistad

Las mañanas de gimnasia han forjado también amistades, sobre todo entre los más frecuentes, que no se pierden una. «Tienen que cancelar la clase o estar yo muy, muy enfermo para no venir», destaca Manuel, con una asistencia de matrícula en gimnasia. Asimismo, hay quienes se han apoyado en estas rutinas como terapia de grupo tras episodios de infartos o ictus, aunque todos acuden con la misma sonrisa.

Pero entre tantas anécdotas, Julia comparte la que más se ha repetido. Le han aconsejado dejar las clases una y otra vez, pero no puede. «Me han llegado a decir que me fuera a casa a comer sopitas de leche, que ya había trabajado lo mío y que ya era suficiente, pero tres años después aquí sigo», celebra. Aunque, consciente de su edad, ya está preparando su legado. «Yo no voy a vivir para siempre y por eso las estoy preparando para que, cuando llegue el momento, sigan viniendo y creyendo», resalta.

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