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En realidad, nadie piensa demasiado en ello. Sencillamente es un nombre más de la ciudad, ya normalizado en Santander. Si acaso, quien se detiene a cavilar le ve cierta lógica. Lo que desde su construcción todo el mundo en Santander llamó siempre el túnel tiene ... en realidad una denominación oficial igual de conocida: Pasaje de Peña. Normal que se bautizara así a un pasadizo horadado en un cerro que comunica con el centro la zona marítima que no se benefició -o que no sufrió- los desmontes de los años cuarenta del siglo XX. Fue entonces cuando se concluyó una infraestructura que conecta Jesús de Monasterio y la Plaza de las Estaciones. Socavado como está en una de los cerros supervivientes de la Puebla Vieja original, la denominación le va como anillo al dedo, pero en realidad no tiene nada que ver con el monte perforado
El Pasaje de Peña fue una de las obras estrella del franquismo en la Cantabria de postguerra y, en especial, en su capital. Por eso debe su nombre al ministro de Obras Públicas en el primer gobierno nacional una vez terminada la Guerra Civil: Alfonso Peña Boeuf (Madrid, 1888-1966). Ingeniero de caminos y profesor universitario, fue ministro de Obras Públicas entre 1939 y 1945 y posteriormente presidente de Renfe. Fue él quien el 26 de febrero de 1943, prácticamente dos años después del incendio que asoló Santander, presidió los actos de inauguración. El régimen, muy necesitado de propaganda, le presentó casi como un héroe al que dedicarle el nuevo vial, como se recuerda en una metopa que aún luce en una de las bocas del propio túnel.
Lo del ministro Peña son datos objetivos. No cabe duda y queda testimonio de su participación en un momento en el que el régimen quería además hacer de Santander una metáfora de reconstrucción tras la catástrofe de 1941 y, de paso, un buen territorio para la especulación inmobiliaria, la gentrificación y ese modelo de ciudad orgánica tan en boga en los totalitarismos de la época. De ahí que entre la gran mayoría de quienes conocen la historia del pasaje haya prosperado, fruto de la propaganda de la época, la idea de que el proyecto del túnel, una arteria fundamental para el Santander contemporáneo, nació en aquellos años oscuros.
Efectivamente se terminó e inauguró durante la reconstrucción de los cuarenta y efectivamente formó parte del reordenamiento urbano al que dejó paso la calcinación de buena parte de la Puebla Nueva, además de los edificios que pudieron salvarse pero se optó por derribar. Su función era muy clara: ofrecer una conexión subterránea entre el centro y el puerto allí donde las llamas no habían devorado la Puebla Vieja. En otras zonas se optó por una solución más agresiva: el desmonte que se efectuó en Lealtad e Isabel II.
Sin embargo, el proyecto es anterior. Peña promovió y autorizó la obra, pero lo que en realidad hizo el ministro, considerado de perfil técnico pese a su fiel adscripción al régimen, fue recuperar un proyecto del periodo republicano, como hizo también con su Plan Hidrológico, heredado del de 1933.
El túnel es una de las muchas iniciativas de Ernesto del Castillo, alcalde de Santander entre febrero de 1936 y el mismo mes de 1937. Resulta fascinante que un dirigente que solo permaneció un año en el cargo, más de la mitad, además, ya en plena Guerra Civil, dejara tanta huella en la ciudad. Desde el mismo día en que asumió el puesto puso en marcha una ambiciosa remodelación urbana -se ganó incluso el sobrenombre de 'Acalde Piqueta'- que comprendía la eliminación de casas tapón, la apertura de una gran avenida desde Cuatro Caminos a Puertochico y la reordenación de ciertas zonas de El Sardinero, lo que provocó el protestado derribo de la antigua ermita de San Roque. También durante su mandato se puso la primera piedra de la ampliación del Ayuntamiento, sobre el solar del antiguo convento anexo de San Francisco.
La guerra impidió finalmente que todo su ambicioso plan viera la luz, pero el nuevo gobierno lo heredó y retomó en parte con la vocación de construir una ciudad más funcional. Por una parte, la gran arteria que ahora conforman Calvo Sotelo y Jesús de Monasterio, plateada en origen como un eje este-oeste que conectara con Reina Victoria y que iba a llevar por nombre Gran Avenida de Rusia. Por lo que fuera, las autoridades franquistas descartaron llamarla así.
También suya fue la iniciativa de abrir el pasaje, que se comenzó a horadar en 1936 con operarios pagados y voluntarios y que terminada la conflagración se concluyó y rebautizó oportunamente para mayor gloria de los vencedores. Era el Pasaje de Peña, al que un ministro, lo que tienen los apellidos, le puso un nombre que tan bien le ajusta.
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