La perfumería Calderón, que cumple cien años, cerrará a finales de octubre
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Luisa y Ricardo Calderón, tercera generación al frente del negocio, han decidido jubilarse. «El comercio familiar tiende a desaparecer»Secciones
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Luisa y Ricardo Calderón, tercera generación al frente del negocio, han decidido jubilarse. «El comercio familiar tiende a desaparecer»Si es de los que pasea por el centro de Santander comentando con el de al lado que nunca vio tantos locales vacíos, apunte otro a partir de octubre. Un clásico. Uno de esos negocios que ha dado forma a la personalidad santanderina. La ... perfumería Calderón, en Ataúlfo Argenta (antes General Mola). Sus propietarios –Luisa y Ricardo Calderón, hermanos, tercera generación tras el mostrador– han decidido jubilarse. Decisión propia, insisten. No han caído, pero las circunstancias les invitan a dar el paso. «Si no nos llegara la edad, seguiríamos hasta ese momento. Incluso, con nuestros años, si las cosas fuesen bien y pitara, con la experiencia que tenemos sería fácil seguir gestionando el negocio unos años más. Pero la situación es complicada, hay demasiada incertidumbre y el comercio familiar se muere. Los últimos años hemos seguido a base de hacer equilibrios». Lo cuentan en la trastienda del local, mirando de reojo si entra algún cliente y con una fecha en el horizonte. El 27 de agosto. No es un año cualquiera. Ese día cumplirán cien años. Un siglo y una despedida.
En Calderón siempre dio gusto entrar. Por la luz de sus cinco escaparates y por ese aroma a jabón y colonia. A limpio. También por la atmósfera de comercio de toda la vida, pese a las reformas con los años. Es un local de mostrador. De atender. «Esta tienda tiene un sabor antiguo, algo tradicional...». Lo dice Luisa, que dice que «llora por las esquinas» al pensar que se marchan. «Me da mucha pena. Mucha. Horrible». Ricardo es más práctico. «Hemos hecho números y hemos pensado que nos toca disfrutar». Ella ya tiene la edad, pero está esperando a que a su hermano le llegue el turno para irse a la vez. El 31 de octubre. Ya tienen fecha.
Son muchas cosas. El covid ha hecho daño –«nunca pasamos dos meses cerrados»–. La obra del Santander, con tres años de trajín por delante a pocos metros, «también echa para atrás». Y, además, la falta de continuidad. «Yo de pequeña bajaba a la tienda y me encantaba. Les decía que me dejaran despachar», cuenta Luisa. Los dos se criaron allí. Pero la nueva generación no comparte el entusiasmo. Nuevos tiempos. «La mayoría de los clientela –añaden– es de cincuenta o sesenta años, y de ahí para arriba. Gente que les gusta que les atiendan y les escuchen. Que no compran por internet». Hasta los proveedores van desapareciendo. «Antes te llovían, ahora hay que buscarlos y no los encuentras».
¿Y ahora? Pues en agosto tienen previsto empezar con una liquidación. «Hay muchas cosas y la idea es dejar el local lo más limpio posible». Luego, tratarán de alquilarlo. «Esperaremos a lo que pueda salir». Tiene mucha historia el propio local. David Calderón, su abuelo, montó la tienda en realidad unos metros más allá. Año 1921. En lo que ahora ocupa el banco. La entidad financiera de los Botín amplió su espacio y, para compensar, les ofrecieron el traslado a la ubicación actual con el local en propiedad. Fue en 1955. En esas décadas iniciales, Calderón era, sobre todo, droguería. Hacían barniz, jabones... «Hasta que todo empezó a fabricarse al por mayor y se convirtió más en una perfumería, algo más fino, más elegante». David falleció joven y a su hijo Ricardo, que tenía 18 años y se había ido a estudiar a Bilbao para ser profesor mercantil, le tocó aparcar sus planes y hacerse cargo. De allí ya no se movió. Estaban él y tres empleadas. Y también un repartidor, un chico de los recados para los encargos. Entre otros, a las familias de Madrid de toda la vida que venían cada año y hacían «el pedido». Ricardo y Luisa (dos de los cuatro hermanos de la familia) conocieron esos años. Fueron el relevo. «Los tiempos te imponen cambiar cosas. Nos íbamos adaptando, buscando cosas diferentes». Que si un jabón que venía de Inglaterra, que si una marca específica... Recuerdan, por ejemplo, «el agobio» cuando aterrizó Pryca. De hecho, Luisa dio el giro al establecimiento con bolsos, complementos y bisutería (que ahora es el eje principal del negocio, aunque, curiosamente, «con el coronavirus otra vez ha repuntado la droguería»).
Hablan con pasión de los artistas del desaparecido Teatro Pereda y de otros escenarios que se pasaban cada vez que tenían función en Santander. Arturo Fernández, Moncho Borrajo... «Tenía que haber tenido un libro de esos de firmas». También recuerdan las obras que les ha tocado sufrir. «En eso hemos sido los números uno». Un subterráneo «que va desde la sede del banco hasta el Palacio Macho». «Se debió hacer en los setenta o antes y fue horrible. Se caían los frascos de colonia». Antes de que la calle fuese peatonal, los coches aparcados se subían a la acera. «A veces no podíamos abrir la puerta». O «los trece años de abandono del Mercado del Este». Lo sufrieron ellos y el bar El Diluvio, otro vecino de los de toda la vida.
–¿Y qué dicen los clientes?
–Que menuda pena. Que a ver dónde van a comprar ahora el limpiaplata.
–Hay gente que está cogiendo hasta stock.
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