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De pronto un día «te ves sin nada» y la calle se convierte en el único refugio. Al menos uno que acoge sin preguntar. Las explicaciones dan igual porque los motivos no importan. Basta con poder encontrar un techo y quizá algo de comida. Y ... así cada día. Los errores también son vida y el camino a veces lleva a capítulos por los que nadie espera pasar, pero ocurre. «Claro que me preguntaba cómo estoy así después de haber vivido en un piso con todas las comodidades», reconocía Haydee Gutiérrez durante la noche del miércoles. Pero hay cuestiones que no son tan sencillas. Y el gesto con el que acompañó el comentario delataba que todavía no había sido capaz de encontrar su respuesta. «Nadie se imagina qué es lo que te puede llevar a esto», añadía. Es una situación delicada sobre todo «el primer día que me vi en la calle». Ese fue el más difícil. Ahora, tras dos meses sin hogar, las fuerzas las centra en sobrevivir e intentar descansar mientras mantiene un ojo abierto por si alguien se acerca a quitarle las pocas pertenencias que le quedan. «Ya me robaron el bolso con documentación», lamenta.
Haydee es de México. Llegó a Santander hace 19 años y en ese tiempo ha trabajado de casi todo: «He sido teleoperadora, administrativa, azafata...». Tras enlazar diversos puestos, un día la renta social básica se convirtió en su único recurso. Pero en noviembre se quedó sin ella y no puede presentar los papeles hasta el próximo mes, cuenta. Así que se despidió del poco dinero que podía servirle para alquilar una habitación en la que ducharse y pasar las noches. «Estar en la calle te deja cansada, agobiada, incluso depresiva», relata. Es complicado porque «te tienes que buscar la vida» y conseguirlo no es tan sencillo como decirlo en voz alta.
Llevarse algo a la boca depende de que durante el día alguien decida darle una ayuda o echarle una moneda. Esas que a veces se pierden en el fondo de los bolsillos. «Nos sirven para tomar un café o puede que un pincho», explica. Su ingesta está en manos de la generosidad con la que se cruce a lo largo de la jornada. Y con eso se apaña. El principal problema lo encuentra a la hora de conseguir medicamentos. «Ahí tienes que pedir dinero. En ese caso Cáritas me ayuda». Sobre todo en invierno cuando «pasas frío» y pueden llegar las enfermedades. Los 8 grados que hacía el miércoles pasadas las diez de la noche durante esta conversación no se evitan con unas mantas. «Es que aunque nos tapemos...». Habla en plural porque la calle no es sinónimo de soledad. Ella duerme en Castilla-Hermida acompañada de otras personas que comparten su historia. O al menos el desenlace. «Somos amigos. Somos como una familia de la calle y estamos para ayudarnos y apoyarnos».
Haydee - Sin techo natural de México
José Luis - Sin techo santanderino
A pesar de todo lo que relata, Haydee sonríe y celebra con palmas la llegada de Cristina Vallejo y Elena Castañeda, dos de las cuatro trabajadoras del programa 'Ola de Frío' puesto en marcha un año más por el Ayuntamiento de Santander con el apoyo de La Caixa y que cada noche -de lunes a domingo hasta mayo- se encargan de llevar comida y abrigo a quienes, como ella, viven en las calles de la capital. Para Haydee las «niñas» (así las llama) son sus «ángeles», explicaba feliz tras coger un bocata de pavo y un cola cao para cenar. Esta noche será otra cosa. El menú varía según las contribuciones y aportaciones de las entidades colaboradoras y las donaciones que reciben en el centro de acogida princesa Letizia, ubicado en el Polígono de Candina, entidad encargada de la distribución. Hay restaurantes que entregan los menús que les sobran, bares que ofrecen los pinchos olvidados en la barra y otros negocios hosteleros que aportan lo que tienen.
Las trabajadoras del centro repiten cada noche un itinerario fijo que El Diario Montañés recorrió con ellas el miércoles. Saben dónde se resguardan del frío la, aproximadamente, treintena de personas a las que atienden. Conocen sus nombres, su situación y sus perfiles. Las chicas cargan con la comida del día el maletero de la furgoneta en la que se desplazan y empiezan la ruta mientras ellos les esperan en esos puntos de la ciudad donde siempre están. Como si tuvieran una cita irrenunciable. ¿Primera parada? La marquesina de Candina. Allí aparcan, preguntan qué quieren, charlan unos minutos y cierran la conversación con un «hasta mañana». Como un grupo de amigos que se despide antes de volver a casa. En ese paseo nocturno por Santander revisan también los cajeros que muchos utilizan para dormir a cubierto.
Una de esas paradas fijas en el itinerario es la iglesia de Santa Lucía, junto a la Plaza de Cañadío. Allí, resguardado en los soportales, descansa José Luis. «De Cueto de toda la vida», cuenta. Él también está pendiente de conseguir la renta básica para buscar una habitación. «Me la cortaron hace 6 meses» y justo el miércoles por la tarde presentó los papeles de nuevo para intentar «reactivarla». Quizá esta noche ya pueda dormir bajo techo y esa será la mejor de las noticias porque «comida te da cualquiera», señala. Aunque eso no quiere decir que sobre el alimento, más bien al contrario, cualquier cosa como «un cacho de pan» siempre «viene bien».
A veces, cuando tiene suerte y junta diez euros al final del día, se permite pagar una pensión para pasar la noche. El resto de la jornada la pasa «buscándome la vida para intentar desayunar y comer». Una situación que «no se la deseo a nadie», admite. Porque a José Luis también le ha pasado eso de darle vueltas a cómo llega alguien a quedarse sin techo: «Jamás piensas que puedes ser tú, pero hoy estás aquí y mañana no lo sabes», resume el santanderino. Aunque también tiene claro que la vida «es dura, pero hay que afrontarla» y esa es su batalla cada día, seguir adelante. «No puedes amargarte».
Comparte espacio con Andriy, que también pasa las noches a las puertas de la parroquia y siempre acompañado de su perra Katy. La acogió hace cinco años para evitar que mandaran al animal a una perrera y ahora es su «mi niña, mi mejor amiga», dice. Él es ucraniano y su situación es algo distinta. Hace un tiempo le caducó el NIE (Número de Identidad Extranjero) y parece que no podrá recuperarlo. Tras consultar con un abogado de oficio, ahora está pendiente de que le den «una tarjeta para poder trabajar», explica. Un documento con el que podría buscar un puesto de trabajo y empezar un camino fuera de la calle. Lo que no sabe, y le preocupa, es qué hará con la perra en el caso de que encuentre una ocupación si para entonces no tiene todavía una habitación en la que poder dejarla. Por eso cree que su periplo en la calle no tiene un final cercano.
Novedad en el proyecto
Este año el programa 'Ola de Frío' se coordina con otro proyecto del Ayuntamiento santanderino en colaboración con la Cocina Económica, 'Educadores de calle', a través del que se mantiene contacto estable con 24 personas que viven en la calle. Muchas de ellas son atendidas por la noche por el centro de acogida Princesa Letizia y eso permite que la «información fluya», detalle María Luisa, coordinadora del centro. Así pueden conocer con más detalle el perfil de los usuarios y «afinar más en las circunstancias personales» para diseñar una respuesta y unos «recursos especiales» que se ajusten a cada persona
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