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Nadie podrá negarlo: la mayoría de las cosas ya no son lo que eran, incluso a menudo se están convirtiendo en lo contrario de lo que fueron. Por ejemplo, el marxismo. El marxismo era una filosofía, luego una ideología, basada en el materialismo. Había varias ... clases de materialismo, aunque podríamos resumirlas en esto: la economía es lo real, el poder económico sustenta y determina a los demás poderes. Los gobiernos, por tanto, no son más que el trasunto de los ricos, de los capitalistas, y actúan al dictado de éstos.
Básicamente esto era verdad, y en teoría este sigue siendo el santo y seña de la izquierda, la corriente política que aún promueve la lucha contra el capitalismo como modo de imponer la justicia social. Pero no, la realidad actual funciona de muy otra manera. La izquierda ya no combate sino nominalmente contra el poder económico. Hoy por hoy la izquierda, a quien de verdad combate, es a otro tipo de poder; combate contra algo que, de puro ser inmaterial, ya no es ni poder. La izquierda hoy milita contra lo que ya solamente podría llamarse un ideario, el pensamiento católico, ni siquiera una institución.
Y lo más curioso de todo es que ella misma acaso no lo sabe, o por lo menos no lo reconoce. Si a un izquierdista le acusas de estar persiguiendo al catolicismo, te contestará que sólo persigue el poder terrenal de la Iglesia. Pero no es así: el conglomerado humano que hoy forma lo que se llamaría ‘las fuerzas de la izquierda’ está empeñado con enorme pasión y ferocidad, no en despojar a unas determinadas instituciones de sus riquezas y capitales, sino en impedir que se siga transmitiendo el mensaje evangélico; de tal manera que si los cristianos sabemos muy bien que «nuestra lucha no es contra la carne y la sangre sino contra los espíritus malignos que habitan en el aire», nuestros izquierdistas podrían decir hoy exactamente lo mismo: porque su lucha ya no es contra el poder económico, la infraestructura, la materia (la carne, la sangre), sino contra el espíritu cristiano, contra las ideas y valores cristianos que siguen pululando, aunque se note menos, por el aire de nuestras sociedades. Y así, el materialismo dialéctico ha sido puesto al revés: la conciencia tiene la primacía sobre la materia.
Hay que admitirlo ya: nuestra izquierda se ha espiritualizado asombrosamente. Claro que como, también para nosotros, el espíritu es mucho más poderoso que la materia, nada tiene de sorprendente que ese espíritu anticristiano represente una amenaza mayor para la libertad que la fuerza del capitalismo materialista y sin alma que supuestamente gobierna el mundo. No, ese capitalismo gobierna y maneja sólo una parte de las cosas. Ha transigido y ha dejado otra parte muy importante del gobierno al espíritu de la izquierda. Sólo así se pueden explicar hechos tan sorprendentes como, por ejemplo, que muchos medios de comunicación sólo respondan a los intereses de las empresas que los sustentan en algunas parcelas informativas, mientras que en otras parcelas, acaso las más importantes, han cedido a las ideas y consignas de los trabajadores de esos medios, que son abrumadoramente de izquierdas.
El poder ya no es lo que era. Y el poder político menos que ninguno. Los gobiernos de aquí y de allá no sólo están ya sujetos al poder del dinero; están más sujetos, si cabe, al poder de ciertas ideologías o lobbies que no tienen dinero o, si lo tienen, es aportado por los propios gobiernos; ciertas ideologías o grupos que, por otra parte, tampoco tienen una gran masa detrás. Sólo tienen activismo y una tremenda productividad. Los gobiernos temen a estos grupos, se sienten acogotados ante su enorme capacidad de intimidar y de infamar. Y les son perfectamente dóciles en lo que a esos grupos les interesa.
Hace escasos días hemos sabido que una respetable y muy independiente institución cultural de nuestra ciudad aceptó programar, entre otros muchos actos de este mes, una conferencia de cierta profesora madrileña que plantea una crítica radical a la ideología de género. Los promotores de esta ideología tienen a su disposición multitud de foros para exponerla, y así lo hacen continuamente. Pero no les gusta que nadie salga a refutarlos con rigor y seriedad, ni siquiera una vez al año. Y esos promotores, que se llaman a sí mismos colectivos, y que no son ricos ni suman muchos votos, pero que son un poder muy real, han presionado a esa institución para que evite la conferencia. Y también han presionado y acogotado al ayuntamiento y al gobierno regional, patrocinadores de la institución, para que obliguen a la institución a evitarla, so pena de escrache y lapidación moral a sus responsables. El acogotamiento ha surtido efecto. Las instituciones han tenido miedo y han declinado su obligación de defender la pluralidad y la libertad de expresión. La conferencia fue retirada de programa.
Los veintiocho colectivos que lo han logrado seguramente estarán muy satisfechos, pero esos colectivos deben saber dos cosas. Primera, que su actuación, al basarse en una afirmación calumniosa, la de que esa profesora madrileña promueve el odio y la violencia (la profesora no ha sido nunca, no ya condenada ni procesada sino ni siquiera acusada en ningún juzgado o fiscalía), han perpetrado una acción claramente anticonstitucional que bordea lo delictivo. Y segunda, que si el partido o partidos que debieron salir en defensa de la libertad han callado nuevamente por cobardía, las casi doscientas personas que asistieron a la conferencia (en un local privado) se sintieron más libres y más dispuestas que nunca a defender con la palabra y con el espíritu la existencia de la verdad y de la ley natural sobre la condición humana.
Estamos sólo en los comienzos de una historia de opresión ideológica que nos va a deparar grandes cosas en los tiempos que vienen. Pero es bueno saberlo bien. Y casos que como este que he citado ayudan a mucho a prepararse para el combate.
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