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Solo cinco de los 78 locales repartidos en las tres plantas del Mercado de Cazoña están abiertos. La efervescencia de los clientes llenando los pasillos y sus bares, peluquerías, tintorerías, farmacias y carnicerías de los años 90 es solo ya un recuerdo de los pocos comerciantes y vecinos que siguen comprando en el edificio semiabandonado de la calle Cardenal de la Lastra. Y no estarán mucho más tiempo. «Vamos a trabajar dos años más hasta jubilarnos y se acabó», avisan. Para frenar esa lenta decadencia, la asociación de vecinos Amigos de Cazoña ha intentado involucrar al Ayuntamiento en un proyecto de reforma, pero solo han encontrado buenas palabras y ningún hecho. «En 2019 la alcaldesa se comprometió a realizar un concurso de ideas, pero ahí se quedó todo, no hemos vuelto a saber nada», se queja Luis Ángel Huerta, presidente de esta agrupación vecinal.
El principal obstáculo para resucitar el mercado, como recuerdan desde el propio Consistorio, es que el edificio no es propiedad municipal, como el de Puertochico y otros repartidos por la ciudad que sí se han reformado. La titularidad privada obliga a negociar con un particular y, de hecho, Gema Igual llegó a pedir en su momento el teléfono del administrador a Huerta, pero no hay noticias de que esas conversaciones se hayan producido. El presidente de la Federación Cántabra de Asociaciones de Vecinos (Fecav), Ricardo Sáenz, lamenta que desde el Consistorio no se involucren: «Otros mercados de España han resurgido gracias a las ayudas del Ayuntamiento». Huerta, por su lado, también es consciente de que este espacio es privado, pero alega que «la hostelería también lo es y ha recibido ayudas para no verse obligados a cerrar».
El objetivo de la asociación vecinal es que surja una alternativa para revitalizar este espacio y así dar respuesta a uno de los problemas del barrio: el envejecimiento. «La gente joven se ha ido del barrio», asegura el presidente de la agrupación, y el 60% de las personas que viven en Cazoña son jubilados. Por eso, «en los negocios de toda la vida no existe un relevo generacional de padres a hijos», lamenta Huerta.
La clientela fiel es el único aliado que les queda a los comerciantes del mercado de abastos. Los pocos compradores que quedan son personas de elevada edad que llevan yendo al mercado desde hace décadas. Además, los profesionales del pequeño comercio tienen que competir contra el gigante de las grandes superficies.. De hecho, «a un kilómetro de Cazoña han construido cuatro», se queja Huerta.
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