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No se sorprenda si una mañana, paseando por el entorno de Pombo, ve a alguien que saca a su perro en brazos del portal. Sólo quiere evitar que se corte con un botellín roto. Tampoco se sorprenda si su cara refleja falta de sueño, ... es probable que no haya pegado ojo o que haya recurrido a alguna pastilla que le ayude a descansar. Los vecinos de Pombo-Cañadío-Ensanche ya no pueden más y aseguran que estas calles se convierten, cada fin de semana, «en un botellón enorme». Los domingos por la mañana, las aceras y calzadas parecen un campo de batalla. «Hay vasos rotos, colillas, vómitos, olor a orín...», lamenta la vicepresidenta de la asociación de vecinos, Ana Gómez. Nochevieja sólo es una noche más. «Si sólo fuera ese día, podríamos aguantarlo. Pero todas las semanas se repite y cada vez va a peor». Piden más presencia policial y, sobre todo, actuaciones. «Debe cumplirse la ordenanza del ruido. Y beber en la calle también está prohibido».
«No es botellón sólo que vayan con sus bolsas llenas de bebida a la plaza, también lo es que salgan de los bares con botellines y vasos y consuman en la calle», asegura Gómez, quien apunta que esta práctica no deja de crecer. «Hay muchos bares pequeños que, si tienen un aforo muy reducido, venden consumiciones a clientes que lo toman fuera, tengan terraza o no. Si tienen capacidad para tres, dan de beber a otros cien en la calle. Y luego dejan todo lleno de residuos, no dejan pasar, gritan hasta las tantas...». En la zona de Pombo hay museos, el Gobierno regional, comercio y hoteles. «No entiendo cómo en un área con tanta vida y actividad permiten esta degradación. Es que hay asociados que ven a gente trapichear con drogas e incluso sexo en la calle».
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En Santa Lucía, Elvira Balbás ha tenido que cambiar las ventanas para evitar que entre el ruido. No es infalible, pero ayuda. También se ha mudado a otra habitación más aislada. El problema en su casa es que un lado da hacia Cañadío y, por el otro, a un 'after'. «He tenido que elegir qué prefiero, y me quedo con el ruido que me llega desde la plaza hasta las tres de mañana al que me llega desde el 'after', hasta las 11 de la mañana». Una de las mayores molestias que aguanta es la concentración de gente en la calle cuando cierran parte de los bares. «Se quedan en la calle, esperando a que abran los de madrugada, dando voces». En el callejón del 'after', su hijo Raúl Alonso escucha conversaciones a gritos. «Mientras están meando, hablan a voces. También hemos visto a gente drogándose ahí. La nueva empresa de basuras, por lo menos, da manguerazos, porque antes olía mucho peor». Balbás reconoce que, muchas noches, «lloro de impotencia». «Llevo desde el año 2000 denunciando a Medio Ambiente y Sanidad y no he conseguido nada. Ahora, al menos, la Policía pide la identificación, pero no es suficiente».
Gema Pérez y Guillermo Agüero viven en Lope de Vega. Por un lado del piso tienen bares y, por el otro, una discoteca. Aunque viven en un cuarto, el ruido les llega. «Son calles estrechas y el sonido rebota». Aquí no es sólo los fines de semana. «El bar de enfrente abre todos los días de la semana y la terraza es cada vez más amplia, no se puede pasar y se les oye hasta las tantas, tenemos que subir el volumen de la televisión para poder escucharla, sea el día que sea». Gómez ha llegado incluso a tomar pastillas contra el insomnio. «El portal, todos los fines de semana, aparece meado. Hay colegios alrededor y los niños, los viernes, se cruzan con vasos rotos, vómitos, malos olores... Es una zona de tránsito, pero desde que salen de un bar y llegan al otro van bebiendo y gritando como locos».
Miguel, en Daoiz y Velarde, tiene entre ceja y ceja un local de 'cachis'. «Sobre todo en verano, vienen todos los chavales que estudian fuera y se juntan ahí, donde se emborrachan por poco dinero. Salen del local como locos, dan patadas a los contenedores, gritan... Algún vecino les ha tirado agua por el balcón y casi es peor, porque se ponen a llamar a todos los timbres y a dar patadas al portal». Están cansados de llamar a la Policía. «La patrulla tarda mucho en venir, y suelen pasar de largo con el coche. He llegado a bajar y enfrentarme a ellos, pero solo no puedo».
Elvira Balbás - Vecina de Santa Lucía
No hay tregua para Elvira. El ruido comienza en Cañadío y, cuando cierran los bares de la plaza, la gente se mueve por los bares que hay por Santa Lucía.
«Antes de las siete de la mañana, esperan cerca del 'after' del callejón hasta que abre a las siete», lamenta esta vecina, que ha cambiado las ventanas por unas insonorizadas y se ha mudado de habitación en busca de la zona menos ruidosa de la casa. «Si me quisiera ir de aquí... ¿Quién me compraría la casa? Nadie».
Ana Gómez - Vicepresidenta de la asociación de vecinos
Ana lamenta que la zona de botellón cada vez se extiende más. Ya no se concentra sólo en Pombo y Cañadío, sino que llega a todas las calles del entorno sin que «nadie haga nada por evitarlo».
«Botellón no es sólo ir con bolsas a la plaza, también es sacar los vasos de los bares a la calle». Los domingos por la mañana, los portales «están llenos de botellas y cristales rotos, hay que tener cuidado al salir». Además, «la calle se convierte en una alfombra de colillas».
Gema Pérez -Vecina de Lope de Vega
Gema y su marido, Guillermo, viven en un cuarto y, aun así, el ruido de los bares les obliga a subir el volumen de la televisión. «Hay bares que abren todos los días hasta la madrugada, así que no es sólo los fines de semana».
Ha llegado a consumir pastillas para conciliar el sueño, sobre todo cuando tenía un 'after' debajo de casa. «Por suerte, cerró hace en torno a diez años. Pero los bares y la discoteca tampoco nos dejan descansar, aunque cierren antes».
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