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ÁLVARO MACHÍN
Santander
Domingo, 18 de julio 2021, 07:14
Si no fuera por la 'baba' del suelo -un lodo en el que se mezcla tierra, agua y cemento, y en el que uno puede hundirse hasta los tobillos en algún punto-, el paseo por el antiguo túnel de Tetuán se parecería ya mucho ... al que darán los que crucen el pasadizo cuando la obra esté terminada (antes de final de año, según el Ayuntamiento). De hecho, hay una zona concreta en la que están haciendo pruebas de iluminación (de cantidad de luz) y el piso es firme. Para ver cómo quedará. Justo ahí se ve, además, una de las curiosidades de la obra. El tránsito en la bóveda de las piedras de sillería al ladrillo. Es llamativo. La imagen general cambiará poco en su aspecto final. Si acaso, más allá de un lavado de cara a última hora, embellecer los rejuntes de las piedras. Ahora los han reforzado para evitar que la lechada de cemento que inyectan en todo el trayecto para reforzar la estructura se derrame por donde pueda. Inyecciones de una mezcla de agua y cemento. Para agosto todo el túnel estará reforzado. Y esta semana se empezará a trabajar en la zona en la que encontraron un derrumbe cuando accedieron al pasadizo. Ocupa unos doce metros, a 240 de la boca de Tetuán.
El Diario Montañés ha podido entrar ya varias veces en el antiguo túnel del tranvía. Incluso, nada más abrirse tras décadas de oscuridad para conocer su estado. Fue por el acceso en el Grupo Las Canteras, próximo a Tetuán. Aquella vez, hace ahora cuatro años, tuvo que ser con los bomberos. Luz en la cabeza, trajes especiales y agua casi hasta la cintura. Las últimas incursiones, mucho más recientes, fueron desde la boca de El Sardinero. Al localizar la entrada al fondo de un enorme pozo, al asomarse a su interior o para ver el avance del falso túnel que se construye como continuidad del paseo para facilitar la salida. Pero esta semana un equipo del periódico volvió a Tetuán-Barrio Camino. Al otro lado. Para completar el paseo más largo (240 metros de los 300 del túnel) y el que mejor permite hacerse una idea de cómo va a quedar finalmente.
El acceso por el Grupo Las Canteras ya tiene, pese a estar sin urbanizar, la forma que presentará cuando se inaugure el paso. Una trinchera que deja ver a un lado el tramo original de sillería (al otro se apoyaba sobre la ladera del terreno) y una rampa final para ponerse a la altura de la calle. Ahora es una zona de 'tajo'. De obra. Allí están funcionando a doble turno (entre las 08.00 y las 20.00 horas) dos máquinas en las que los operarios preparan la mezcla de agua y cemento que se utiliza para consolidar la estructura. La lechada que se lanza desde allí mismo al interior a través de unas mangueras (hay un tercera máquina dispuesta por si se produce algún fallo).
Ya le han puesto la 'vacuna' a la mitad del túnel. Unos 150 metros. «Se empezó en mayo y es previsible que en agosto esté terminado», explican los responsables del proyecto. Fuera, mezcla y lanzamiento. Dentro, control de la presión y aplicación a cada zona concreta. Se ve claramente. Cada dos metros y medio, en la bóveda hay siete puntos de inyección en forma de paraguas. Son, para que se entienda, unos tubitos que sobresalen del muro. Enchufan de abajo arriba y miran por dónde pierde (a veces sale hasta cincuenta metros más adelante). Por eso, lo de sellar juntas y cualquier poro, casi de forma «artesanal» hasta que la lechada se consolide y, con ella, toda la estructura. Todos esos puntos de entrada están numerados y se sabe la cantidad de material que ha entrado por cada uno.
En realidad tienen monitorizado todo el pasadizo a través de «varios puntos de control». Nivel de agua, presión sobre la bóveda, humedad, temperatura interior (es de unos 15 grados), movimientos en el terreno. También controlan los edificios que hay junto a ambas bocas («dos en las Canteras y siete en la parte del Sardinero»). Y a eso suman la medición cada 25 metros de «las convergencias». Es, básicamente, calcular si con las inyecciones se produce alguna deformación en la bóveda (hablamos de milímetros). «Se trata -explican- de controlar cada 25 metros que todo está correctamente».
En todo caso, en el túnel la piedra de las paredes está ya limpia. El nivel del suelo se ha rebajado (aunque falte igualarlo). Todo está a la vista. Por eso, es la visión más parecida a la que tenían aquellos primeros pasajeros del tranvía de vapor. Lo más similar desde que reabrieron la boca. La diferencia más grande está en el piso. Ahí se mezcla lo que se desprende de la lechada y también la consecuencia de tener que limpiar cada día las mangueras. Si no lo hicieran, el material se consolidaría por dentro y las dejaría inservibles tras cada jornada.
Y así hasta llegar al punto en el que no se puede seguir caminando. Aproximadamente, a 240 metros de la entrada. El desprendimiento. La rotura de la bóveda es en un tramo de cuatro metros y el material que se precipitó al interior se desparrama aproximadamente a lo largo de otros cuatro metros a cada lado. O sea, sumando, doce metros de tapón.
«Es el punto más complicado», explica el concejal César Díaz. «Se va a abordar con un proyecto muy específico para acometer todas las tareas con plena seguridad. Lo primero es un refuerzo en los dos extremos. En cinco metros a cada lado con una estructura metálica, con unas cerchas, que va a permitir asegurar las zonas de trabajo. Eso empezará esta semana y, una vez que tengamos los dos extremos asegurados, desde fuera, desde la calle Ramón y Cajal, empezaremos a inyectar para conseguir rellenar las cavidades que se han generado como consecuencia del derrumbe. Con el terreno asegurado y las cerchas perfectamente colocadas, procederemos a ir retirando el material para continuar con la consolidación por dentro con las mismas inyecciones que en el resto del túnel».
Con esto hecho, el paso quedará libre. De una boca a otra. Facilitará el tránsito para acabar los trabajos ya en ambos lados. Conectados por primera vez desde hace décadas.
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