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El texto que tiene tatuado en el brazo termina con la palabra 'sobrevivir', pero está tachada. Después de varios meses levantándose cada mañana con ese único objetivo, se dio cuenta de que caminar así no tenía sentido. Algo dentro de ella cambió y decidió ... sustituirla por vivir. Pero vivir en letras mayúsculas. Rebeca Fernández perdió hace un año a su hijo Manuel, el joven de 17 años que murió en un accidente de moto en la calle Marqués de la Hermida de Santander. Esa esquina que desde entonces está decorada con decenas de girasoles. Ahora, en el aniversario de aquella jornada -en concreto el 24 de julio- explica que quiere poner en marcha una asociación para ayudar a otras familias que se enfrenten al mismo duelo. Con el proyecto -para el que ya ha presentado la documentación pertinente- sólo busca «ponérselo más fácil» y tratar de «dar esa ayuda» que ella necesitó, resume. Ser el apoyo que buscó y que, muchas veces, no encontró. Así, con el nombre 'Luz y amor', Rebeca espera crear un espacio de acogida. «Quiero hacer terapias en grupo con especialistas, contar con una biblioteca con los libros que a mí me ayudaron...», entre otras iniciativas, explica. Y, a la par, ofrecer también talleres con «todas esas actividades» que, de una u otra forma, le sirvieron como faro para no dejar de caminar durante los doce meses que ya han pasado.
Se trata de «mostrar herramientas para poder vivir» y que quienes sientan que están ante un «túnel negro vean que se puede seguir. Es difícil, pero se puede volver a disfrutar de un café, de una película o de un paseo», continúa. Aunque sus proyectos no terminan ahí. Además, también publicará un libro en los próximos meses. «Un diario» en el que contará cómo han sido estos doce meses, qué fases ha atravesado y qué herramientas ha utilizado para salir adelante. ¿El objetivo? El mismo. Servir como guía y, hasta donde pueda, echar una mano a quien necesite salir del «pozo».
Empezar a escribir fue, además de terapia para ella, otro punto que le sirvió para ser consciente de la necesidad de que la ciudad tuviera un espacio al que «unos padres, si les apetece, puedan ir. Creo que podría ayudar a muchas personas», valora. Y desde que se planteó el proyecto hasta ahora ya ha se han puesto en contacto con ella especialistas interesados en hacer voluntariado «de gestión emocional, actividades lúdicas...». Así que los beneficios que adquiera de la primera edición del libro irán destinados a la asociación.
Hace dos semanas se cumplió un año del accidente. Un día que ella quiso «celebrar». Porque por mucho que pase el tiempo, Manu sigue presente. Así que hicieron una reunión en el Barrio Pesquero con el entorno más cercano del joven que el 24 de enero habría cumplido la mayoría de edad. «Brindamos por él, reímos, lloramos, pusimos música...», cuenta Rebeca. Algo así como un homenaje para recordarle y «seguir teniéndole presente» como el joven despierto que era. Siempre echando una mano: «Él ayudaba y cuidaba mucho a sus amigos».
Durante estos doce meses su madre ha pasado por diferentes etapas. Desde la «rabia» y la «indignación» de los primeros meses porque «no entiendes nada» al momento actual en el que, dice, empieza echar más en falta a su hijo. Porque cuando el enfado absorbía sus emociones, apenas tenía espacio para echar de menos esas frases tontas como «¿qué hay para comer?» o incluso los abrazos. Era como si estuviera de viaje. Pero ahora sí es consciente de la ausencia por eso sabe que «empieza una etapa distinta y dura. Ahora me siento más sola», admite Rebeca.
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