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Ni el director, ni el mejor periodista; la persona más importante en un periódico es siempre su lector. Y en este caso, lectora, porque fue Muriel Díaz Vargas mediante la sección de Cartas al Director la que llamó la atención con un hecho que ... ha pasado desapercibido casi setenta años. Decía su artículo que «en la Catedral de San Albans, en Inglaterra, se ha colocado un capitel de un personaje con mascarilla para recordar la pandemia» y que «ese homenaje a alguien destacado de la vida de las ciudades lo tenemos en varios capiteles de la Catedral de Santander, en los que quedaron retratados diversos profesionales que trabajaron en su restauración y reconstrucción tras el incendio de 1941».
Resulta que, a pesar de que hay numerosos libros y artículos periodísticos sobre la historia del templo y su rehabilitación (1944-1953) tras el incendio que azotó la capital cántabra, son escasas las referencias a los rostros esculpidos en la piedra de los capiteles de la nave central, en la parte alta del edificio. Añadidos durante el periodo de reconstrucción, sus rocosos y grisáceos ojos han observado durante siete décadas a los visitantes y feligreses que se adentran en el templo catedralicio. Ahora, tras consultar a expertos arqueólogos e historiadores, revelamos quiénes eran las personas cuyas caras quedarán para la posteridad en las alturas de la Catedral santanderina.
Los restantes. Los obispos de Diócesis de Santander esculpidos por Tomás Carrillo y retratados en los capiteles de la Iglesia Alta de la Catedral de Santander que no han sido nombrados en el texto principal son Francisco Laso Santos de San Pedro, segundo ovispo de la Diócesis (1762-1783), Rafael Tomás Menéndez de Luarca y Queipo de Llano, tercero (1784-1819), Juan Nepomuceno Gómez Durán, cuarto (1820-1829), Fray Felipe González Abarca, quinto (1829-1842), Manuel Ramón Arias Teijeiro de Castro, sexto (1848-1860), José López Crespo, séptimo (1860-1875), Vicente Calvo y Valero, octavo (1876-1874), Vicente Santiago Sánchez de Castro (1884-1920) y Juan Plaza y García, noveno (1920-1927).
El segundo invierno de la posguerra quedó grabado a fuego en la memoria de Santander, cuando en la noche del 15 al 16 de febrero de 1941, un fatídico incendio arrasó el centro de la ciudad
El doctor en Historia del Arte y director de Museo Diocesano de Santillana, Enrique Campuzano (Torrelavega, 1958), cuenta que «en la reconstrucción de Santander, entraron en juego las Direcciones Generales de Arquitectura y Regiones Devastadas».
Tanto Campuzano como los arqueólogos Lino Mantecón (Treceño, 1972) y Javier Marcos (Madrid, 1965), director y codirector de las excavaciones de la Catedral, relatan que, aunque desde el Obispado se abogaba por restaurar el templo imitando la estructura y el estilo gótico originales, desde Regiones Devastadas se optó por un proyecto que mezclaba diversos estilos arquitectónicos con una ampliación considerable del edificio y sus exteriores. «Se pretendía así, dotar a la Catedral de una mayor grandilocuencia; que fuera un símbolo religioso y un pilar fundamental de la ciudad, acorde con la filosofía de un imperante nacionalcatolicismo», explica Marcos.
Narra Campuzano que «para llevar a cabo esta tarea de reconstrucción, Regiones Devastadas eligió a José Manuel Bringas, arquitecto proyectista y director general de Arquitectura y a Juan José Resines, arquitecto director de las obras». Pues bien, «las caras de ambos profesionales son precisamente dos de los rostros representados en la Iglesia Alta de la Catedral», revela Mantecón, Al entrar en la nave superior del edificio, en el capitel que corona la columna que se ve a mano derecha, se observan un total de cuatro cabezas de hombres esculpidas (hay otras dos pertenecientes a mujeres en las esquinas, probablemente de otra época). En la parte frontal del capitel, a la derecha de un grabado de la catedral, está esculpido Bringas, y justo a su lado, en la parte posterior, se encuentra Resines. Los arquitectos comparten protagonismo, y capitel, con el aparejador Guillermo Pérez Seivane, parte delantera y a la izquierda del grabado, y con el maestro de obras Luis Álvarez Ríos, parte trasera y a la derecha de Resines,
«En el período gótico, entre los siglos XII y XV, era común que los autores se retratasen en sus obras, algo que no ocurre en el siglo XX», explica Campuzano, añadiendo que «es posible que en esta ocasión se hiciera como un guiño al pasado». Marcos cree que «el llevar a cabo la rehabilitación de la Catedral era un logro personal para los involucrados y que sus retratos, todos esculpidos por el escultor Julián Alangua, eran una oportunidad para promocionarse y dejar su legado».
«La Iglesia Alta fue reconstruida prácticamente en su totalidad, además de ser agrandada por la cabecera, ignorando el estilo gótico original y perdiendo en el proceso varias piezas relevantes», narra Campuzano. Añade Marcos que «al no contar en la obra con restauradores ni conservadores profesionales, no existe un registro en el que se apuntaran los cambios efectuados, por lo que no es posible saber con certeza qué capiteles son originales y cuáles no lo son». Eso sí, «aquellos en los que se representan escenas cotidianas o animales monstruosos es posible que sean originarias de la época gótica», esclarece Mantecón. Lo que sí parece claro, agrega, es que «los capiteles donde se encuentran cincelados los rostros de los obispos fueron hechos desde cero durante la reconstrucción, habiendo sido los anteriores probablemente destruidos en su totalidad por el fuego.»
Enrique Campuzano | Doctor en Historia del Arte
Estos obispos son, junto a los arquitectos, maestro de obras y aparejador, las personas labradas durante la rehabilitación en los capiteles de La Iglesia Alta de la Catedral. Los semblantes de los religiosos corresponden a un total de once obispos de la Diócesis de Santander, creada en 1754, el mismo año en el que la antes conocida como Colegiata de los Cuerpos Santos era transformada por el Papa Benedicto XIV en catedral.
Lino Mantecón | Arqueólogo
Un total de siete capiteles en la Iglesia Alta de la Catedral cuentan con retratos de obispos que realizó el escultor Tomás Carrillo y que miran a la nave central. Cuatro de ellos cuentan con dos religiosos, uno en cada esquina, mientras que en los tres restantes hay solamente representado uno, también situado en el vértice. El rostro del capitel situado en la parte derecha de la nave más próxima al altar corresponde a Francisco Javier de Arriaza, primer obispo de la diócesis de Santander, el cual estuvo en el cargo desde 1754 hasta su muerte en 1761. Los retratos de los siguientes nueve obispos de la Diócesis están repartidos en el resto de capiteles por orden cronológico y en el sentido de las agujas del reloj hasta llegar al último rostro, el de José Eguino y Trecu, undécimo religioso en el cargo (1929-1961). Fue él quien reinauguró la Catedral el 25 de agosto de 1953, día desde el cual, quince semblantes de piedra han visto pasar a varias generaciones de santanderinos, rostros que quedarán para siempre incrustados en la historia de la ciudad.
Esta es la historia de Don Luis Álvarez Ríos. Es uno de esos relatos que no se encuentran en los libros, ni siquiera en el casi infinito internet. Es una de las miles que se esconden tras las paredes de la Catedral de Santander, de esas que pasan de generación en generación hasta perderse en la inmensidad del tiempo. Tras atravesar el portón principal de la Iglesia Alta del templo catedralicio, en la parte superior de la columna a nuestra derecha, junto a otros tres rostros grabados en la roca, se encuentra Luis Álvarez, maestro de obras de la reconstrucción de la Catedral. Una apasionante vida se oculta tras sus ojos de piedra, la que cuenta su nieto, que aunque no quiere revelar su nombre, relata con detalle la vida de su abuelo.
Álvarez nace en la Calle Campogiro de Santander en 1908 y pronto queda huérfano de padre y madre, momento en el que empieza a trabajar con su tío en la construcción. A los veintiocho años, tras el golpe de Estado de 1936, se alista en el bando republicano, donde es nombrado Capitán de Ingenieros, haciendo todas las obras de la fortificación del Escudo y la costa. Capturado por las tropas franquistas en 1937, es juzgado y condenado a veinticinco años y llevado prisionero a Miranda de Ebro. En febrero de 1940, le trasladan al centro penitenciario de Potes, municipio que estaba siendo reconstruido por la Dirección General de Regiones Devastadas.
Comienza a trabajar en la reconstrucción de Potes y, aún preso, es nombrado encargado de la obra. Gracias a una reducción de pena por el trabajo, queda en libertad provisional en agosto de 1943, y pasa de prisionero a ser nombrado Encargado General de Regiones Devastadas. Aunque teóricamente no era competencia de Regiones, por orden directa de Franco, se adopta Santander como obra personal y se ordena la reconstrucción de la Catedral. En reconocimiento a su labor en Potes, Álvarez es nombrado maestro de obras y participa en la restauración del edificio religioso desde su comienzo el 1 de junio de 1944 hasta su reapertura el 25 de agosto de 1953. Posteriormente, se asocia con Juan José Resines, arquitecto de la obra de la catedral, cuyo retrato está al lado del de Álvarez en el capitel que comparten junto al otro arquitecto y el aparejador. Álvarez y Resines estuvieron construyendo casas y edificios el resto de sus vidas. La rehabilitación de la Iglesia de Peñacastillo y la edificación de una ermita en Jesús del Monte son algunos de sus trabajos más importantes.
En los últimos años antes de jubilarse estuvo construyendo fábricas por todo el territorio nacional, entre las que se encuentran una en Córdoba y otra en Torrejón de Ardoz. Finalmente, murió el 30 de junio de 1998 a los 91 años, aunque su historia seguirá viva a través de su nieto, y ahora este periódico, y perdurará su semblante tras las paredes de la Catedral.
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