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En Los Castros uno tira más de embrague que de acelerador. Pese a ser una avenida casi recta de más de cuatro kilómetros, ... no hay mucho margen para pasar de tercera. En total, a día de hoy, hay diez rotondas. Una, como media, cada 440 metros. Y cuando termine el verano empezarán las obras para construir la número once, en la intersección con la avenida de Pontejos, justo en el último tramo antes de desembarcar en el balcón al Cantábrico, con Piquío de frente. Es la vía con más glorietas de Santander, una ciudad en la que hay más de cien.
En concreto, a finales de 2017 se contabilizaban 105 (sin incluir las internas del Parque Científico y Tecnológico). Eran, por entonces -y según se publicó en un reportaje en este periódico-, más que las existentes en ciudades como Bilbao (57), San Sebastián (80) o Gijón (33). En el entorno próximo, sólo en Vitoria (125) o Pamplona (125) había más. La cuenta, como referencia para comparar, salía a 1.644 habitantes por rotonda.
4.400 metros tiene de longitud aproximadamente la avenida de Los Castros si uno calcula con la herramienta de Google Earth.
105 rotondas se contabilizaban en la ciudad a finales de 2017 (sin contar las interiores del Parque Científico y Tecnológico).
16 semáforos hay, en total, a lo largo de la avenida de Los Castros (muchos pegados a las propias rotondas).
148 metros es la distancia más corta que hay entre dos de las rotondas de Los Castros (la del Torres Quevedo y la de Los Delfines).
Aunque el 'boom' de la construcción de glorietas fue en los noventa, en la cartografía municipal de entre los cincuenta y los sesenta ya aparece, por ejemplo, la del Alto de Miranda o las del eje constituido por las calles San Fernando y Vargas (un par de ellas, en la intersección con Perines y en Numancia). Fueron las pioneras. Con las que se han construido desde la fecha del reportaje (octubre de 2017) y las que hay proyectadas, la cifra pasará ya de las 110. Y dos de las más nuevas y una de las proyectadas están, justo, en la avenida de Los Castros.
La primera de las diez -si uno viene de Cazoña y va hacia El Sardinero, por ejemplo- es la que marca justo el inicio de la avenida. Justo al pasar la rotonda (la que tiene salidas hacia La Albericia, Díaz Caneja, Gutiérrez Solana o López Vélez -la del Domino's Pizza o el gimnasio Núñez, para situarse si uno no se sabe las calles-) está el primer letrero indicativo en una fachada de Los Castros. Ahí empieza la cuenta. Con la herramienta de medición de distancia entre dos puntos de Google Earth es fácil sacar datos aproximados. Hasta la siguiente (la del desvío para tomar la S-20), 285 metros. Están muy cercanas.
La del Lupa (cerca del restaurante Gambrinus o la farmacia, una de las nuevas, con salida a Miguel de Unamuno, dirección Mendicouague), la que corta la bajada de San Juan, la que conecta la S-20 con Cuatro Caminos por Camilo Alonso Vega... Van cinco. La distancia entre la quinta y la sexta (que es la de la bajada de Polio) es la más larga. Unos 775 metros. El tramo seguido de calle con menos interrupciones.
La siguiente está ya de lleno en la zona de las facultades y, respecto a la octava (la de la plaza de la Ciencia) y la novena (frente a la entrada del Torres Quevedo), están en el entorno de esa media de los 400 metros largos de separación. Sin embargo, entre las dos últimas (por ahora) apenas hay 150 metros. Están prácticamente pegadas y uno se planta en la rotonda de los delfines -la única del recorrido que tiene decoración, más allá de árboles o flores- en muy pocos segundos.
Es el fin de la ruta por las glorietas de Los Castros. Con diez paradas. La cifra más elevada si uno circula por Santander sin cambiar de vía. Lo confirman, echando cuentas sobre el mapa, desde el departamento de Vialidad del Ayuntamiento de Santander. Les surgió la duda con la avenida de Cantabria, por encima (más o menos en paralelo), de la S-20. Pero no son tantas como en Los Castros. Y ninguna otra calle de la capital se le acerca.
Y en breve serán más. «El cruce con Pontejos es una intersección peligrosa y con la nueva rotonda se pretende mejorar la seguridad vial al quedar prohibidos los giros a la izquierda», explicó hace pocos días la alcaldesa, Gema Igual, al presentar las obras. La de la doble acera entre Piquío y Los Delfines, que está en marcha ahora mismo. El concejal César Díaz calcula que los trabajos concretos de la glorieta arrancarán una vez terminado el verano, en torno a septiembre o los primeros días de octubre. Será la once, en el tramo final de la vía si uno va camino de El Sardinero.
«La rotonda -explica Díaz- es un elemento seguro para reducir cruces. Funcionan, aportan seguridad y dan mayor agilidad. Luego hay que valorar si necesitas incluir semáforos». Eso, que en principio rompe en cierto modo el funcionamiento 'natural' de la glorieta, depende de la necesidad de regular el paso de peatones en las cercanías o del hecho de que alguno de los carriles que desemboca en la infraestructura tenga una intensidad especial y sea necesario regular el flujo de coches. Dar paso a unos mientras otros esperan un momento.
El concejal señala varias ventajas -aunque las rotondas, como solución, tienen también muchos detractores- a la hora de hablar de esta fórmula. Lo primero, dice, es que «resuelve todos los movimientos». En segundo lugar -y esto se ajusta a lo que ocurre en Los Castros-, «atenúa la velocidad en ejes que son muy rectos». O sea, que en sitios con una extensión considerable prácticamente sin curvas, en lugares donde es fácil venirse arriba pisando el acelerador, la rotonda obliga a frenar, a respetar el límite. Y, en tercer lugar, señala que «permite tomar otras medidas como evitar los giros a la izquierda, que son peligrosos y pueden ralentizar la marcha». Esto también encaja en Los Castros, donde, con rotondas tan próximas, es fácil cambiar de sentido sin recorrer mucha distancia (y sin perder tiempo).
Por cierto, no hay planes por ahora para una nueva turborrotonda en la ciudad. En Los Castros, además de las glorietas, hay 16 semáforos. Y no hay conversación entre conductores sobre una glorieta que no acabe en discusión. Pero esa es otra historia.
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Ana del Castillo
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