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El Twitter de Íñigo de la Serna permanece congelado desde el 28 de julio de 2018. «Punto y aparte a casi dos décadas de servicio público. Hoy es un día para dar las gracias a todos los que habéis estado ahí. Ha sido un gran ... honor. Gracias de corazón».
Daba entonces la impresión de que ese escueto mensaje constituía su adiós definitivo a la política. Sin duda, se había resentido del golpe que supuso su marcha forzada del Ministerio de Fomento, tras menos de dos años en el cargo, como consecuencia de la moción de censura que, un mes antes, había desalojado a Mariano Rajoy de Moncloa. Desde aquel momento, había venido rumiando su despedida, dilatada hasta que el congreso del PP, en el que apoyó la candidatura de Soraya Sáenz de Santamaría, alumbró la nueva dirección del partido, a las órdenes de Pablo Casado.
Es posible que, como dicen quienes lo conocen, Íñigo de la Serna (Bilbao, 1971), esté más dotado para la gestión y el poder que para pelear en la oposición. En ese aspecto su perfil puede asemejarse al de Alberto Núñez Feijóo, artífice de su regreso, que solo aceptó ponerse a los mandos de la maquinaria popular cuando se le aseguró un ascenso por aclamación: aquí se viene a triunfar.
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De la Serna lleva muy a gala haber ganado todas las elecciones municipales, regionales y nacionales en las que ha participado, y también no haber pedido nunca un puesto de los que ha ocupado. Así ha sucedido a lo largo de una trayectoria de dos décadas en la Administración, desde que en 1999 este ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, con aires de yerno perfecto, empezara a trabajar como jefe de gabinete de José Luis Gil, entonces consejero de Medio Ambiente, y quien se convertiría en su mentor.
Su desempeño en el puesto, gestionando los últimos coletazos del desastre del Prestige en la costa cántabra, le sirvió de trampolín para que Gonzalo Piñeiro, alcalde de Santander, confiara en él para hacerse cargo de la Concejalía de Medio Ambiente. Los siguientes avances en su carrera también se fundamentarían en el reconocimiento a su labor.
De la Serna demostró una valía fuera de toda duda al frente del Consistorio de la capital cántabra, una ciudad que, es cierto, ha estado gobernada por la derecha desde la Transición, pero en la que nadie cosechó resultados tan fantásticos como los suyos. La lista de logros que le avalan es amplio, con la regeneración urbanística como norte de su brújula: ahí quedan la recuperación del suelo del frente marítimo para la ciudad, la peatonalización del centro, la apertura de los espacios ferroviarios en Castilla-Hermida y la creación del parque de Las Llamas, entre otras actuaciones. También dio prueba de su ímpetu modernizador con su impulso al proyecto de Ciudades Digitales y el concepto de SmartSantander. Y no solo eso: marcó el rumbo para su sucesora, Gema Igual, que él mismo designó, facilitando la construcción del Centro Botín e imaginando un futuro para Santander con la cultura como motor económico.
Su lucimiento en el Ayuntamiento, cuyo bastón de mando conquistó en tres legislaturas, y su papel como presidente de la Federación de Municipios y Provincias, que le promocionó a nivel nacional, le dieron el impulso necesario para saltar hasta la cartera ministerial.
Una progresión lógica debería haber pasado antes por el trámite regional: Íñigo de la Serna siempre ha sido la 'esperanza blanca' del PP que podría jubilar a Revilla, aunque nunca se ha probado, ya sea por miedo a fracasar en el intento o porque la presidencia de la Comunidad ya no basta para satisfacer su ambición.
En esa hipotética candidatura, jugaría a su favor su esfuerzo en barrer para casa desde Fomento, que incluso dejó en herencia actuaciones actualmente en ejecución como la solución al nudo de Torrelavega y el nuevo acceso a Raos, y otras que quedaron aparcadas al menos hasta que haya un cambio de aires en el Gobierno central.
No puede decirse, en todo caso, que dejase tras de sí un mal recuerdo para el resto del país al entregar la cartera a su sucesor, el socialista José Luis Ábalos, y eso a pesar de que en sus 581 días como ministro se produjeron turbulencias como las que provocaron el temporal que atrapó a miles de personas en las carreteras del este peninsular, el rescate de las autopistas quebradas, el pulso con los estibadores, la huelga de El Prat y la crisis del taxi.
Tampoco se puede acusar a De la Serna de faltar a su palabra con su regreso a la política. 'Nunca digas nunca jamás' podría ser su lema, aunque quizás sería más preciso otro más breve, 'nunca digas nada': hermético respecto a su futuro, pocas personas han podido presumir de conocer sus planes políticos y personales.
La llamada de Núñez Feijóo para contar con él en su propósito de reconquistar el poder le encuentra, en lo profesional, trabajando en el sector privado –es consejero externo independiente de Typsa y del Banco de Caminos, asesor externo de NEC Iberia y del banco Interamericano de Desarrollo (BID)–, y, en lo personal, recién casado en segundas nupcias. El puesto que se le ha ofrecido en el partido –secretario del Comité electoral–, es lo de menos , lo único verdaderamente importante es que ha dicho que sí: si dice que vuelve, es para algo.
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