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En la convocatoria del acto enviaron una foto de un sofá marrón tipo chéster con un cuero brillante de aspecto esponjoso. Apetecible. Lo colocaron bajo un «¿Charlas?» que, viendo el asiento, era casi lo de menos. Porque el sofá de la invitación era de los ... que te empuja a tener ganas de estar cansado para aplastarte en el cojín y pasarte en él media tarde. La idea iba por ahí. Sentarse en plena calle y charlar con el candidato. Y eso sí lo consiguieron. Allí, en la plaza Juan Carlos I, estaba Miguel Saro, de Unidas por Santander, y un puñado de vecinos sí que se acomodaron a su lado para preguntarle. Pero el chéster esponjoso no era ni chéster ni esponjoso. En realidad, algo mucho más básico. Un dos plazas tipo piso de estudiantes cubierto con una tela morada y con mucho menos glamur. «Ese -el de la foto que mandaron- no lo tenemos, que esto es Santander». Da igual. Son las cosas de una campaña. Imaginación al poder. Y a la gente que pasaba le llamó la atención la idea. De eso se trataba. Megafonía bien fuerte y el candidato pudo explicar sus propuestas.
La cita de campaña con la confluencia de IU, Podemos, Santander Sí Puede y Equo en la capital dejó clara la idea de unión de partidos. Porque allí estuvieron representantes de todos -Saro, Lydia Alegría, Antonio Mantecón y Gabriel Moreno- y porque realmente tuvieron que unir fuerzas. Literal. El sofá lo trajeron en brazos entre tres desde La Moraduca (la sede de Podemos, que está en Isaac Peral). Según Google Maps, 650 metros de paseo con el termómetro de Numancia clavado en 22 grados. Calor. «Es que íbamos a tener una furgoneta, pero no ha podido ser». Y el trabajo colaborativo siguió para montar la mesa y la carpa y sujetarlo todo para que el viento no se lo llevase volando.
«Bueno, pues a ver quién es el primero que se sienta». Y sí que se sentaron. Estas cosas dan corte al principio. Allí, en medio. Al lado de los caballitos sonando el «no eres tú, no eres tú, no eres tú, soy yo, échame la culpa» y enfrente de la terraza de la chocolatería. Primero, una pareja de conocidos de Saro (que llegó en bicicleta, su medio de transporte habitual). Charlaron 'por lo bajini' de las encuestas. Porque a los siguientes ya les pusieron micro. Para que al vecino que preguntaba y al candidato que respondía se les escuchase bien fuerte.
«Estamos ante una ocasión histórica porque nunca en esta ciudad estuvimos tan cerca de conseguir un cambio. Venga, no te quedes con la duda», animó Julio al personal con mucho desparpajo. Y sí se fueron animando. Preguntaron por emigración, por Venezuela, por las propuestas en materia de vivienda, en el servicio de autobuses... Propusieron el arreglo del calendario azteca de la Plaza de México, unas escaleras mecánicas entre Valdecilla y Cazoña... Saro pudo contar sus ideas en cuanto a movilizar recursos del Ayuntamiento para crear empleo, a llevar la cultura a los barrios, a mejorar la frecuencia de autobuses y llevarlos a todos los barrios o a aprovechar las «diez mil viviendas vacías» que hay en la ciudad antes que seguir construyendo. Con despedidas del tipo «candidato, ha sido un placer» o «a ver si es verdad y cumplen todo lo que dicen». O con un par de señoras que, mirando al aspirante al alcalde y a una mujer que preguntaba, soltaron un «pues ahí sentados sólo les falta la copa y el puro».
Se fue animando la tarde. De hecho, el candidato se puso cómodo en el sofá y hasta se le formó algo de cola para preguntar. Con lo que tienen siempre estas cosas.
-Venga, tú.
-No, tú, que a mí me da cosa.
-Vale, pero me lo pienso.
Sí que debió de pensárselo porque al final hizo dos preguntas. Y así se pasó la tarde. Tampoco podían estarse mucho. Que, al acabar, había que cargar con el sofá otra vez hasta La Moraduca.
En eso salieron ganando. El tipo chéster hubiera pesado mucho más.
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