Secciones
Servicios
Destacamos
El día que explotó el vapor 'Cabo Machichaco' la ciudadana británica Ellen Lawrenson, viuda de DelRío, se encontraba en su establecimiento 'La inglesa', en la calle de Méndez Núñez, a pocos metros de donde estaba atracado el buque que voló por los aires.Se salvó, junto con parte de sus hijos, porque el destino tenía otros planes para ellos, dejar una larga familia de varias generaciones en Santander.Pocos días después de los terribles sucesos vividos en el epicentro de la explosión se lo relató por carta a sus hermanos residentes en la ciudad inglesa de Liverpool.
La explosión del 'Cabo Machichaco', que causó casi 600 muertos y unos dos mil heridos, fue recogida ampliamente por la prensa local, nacional e internacional. Aquel suceso fue una de las mayores tragedias de la España contemporánea; lo acontecido quedó plasmado en la obra 'Pachín González', de José María de Pereda (1896), en un monumento frente al lugar donde estalló el buque, un monumento funerario en el cementerio de Ciriego y una placa en la catedral. Pero la carta de Lawrenson es, como dice su bisnieta, Elisa Gómez Pedraja, «un testimonio único de cómo vivieron los santanderinos aquella tragedia, de cómo sufrieron la destrucción de varias calles importantes, como Méndez Núñez y Calderón de la Barca, de los cuerpos que vieron mutilados y de los cadáveres».
«Que se conozca, es el único testimonio de una persona que vivió en directo el día de la explosión, porque los archivos familiares de muchos santanderinos, entre ellos los nuestros, se perdieron en el incendio de 1941». La inglesa, que residía en Santander desde el año 1865, cuando llegó con once años, responde con fecha 23 de noviembre de 1893 a una carta anterior de sus hermanos: «Ya veo que sabéis muchísimo por los periódicos sobre la terrible explosión que ha cubierto esta ciudad de luto. El 'Daily News' del 6 de noviembre daba una magnífica información sobre ello, pero ninguna pluma podrá nunca describir los horrores de aquella terrorífica escena cuyo recuerdo no podrá nunca ser olvidada por los que lo presenciaron al estar en ese lugar cuando ocurrió».
«Toda la ciudad ha sufrido aunque, en muchos casos, solo haya sido cuestión de cristales rotos pero en sitios bastante alejados del lugar de la explosión se han derrumbado las paredes interiores de las casas por la fuerza de la onda expansiva».
«Pero la terrorífica escena de destrucción y pérdida de vidas ha sido en mi inmediata vecindad. El barco fatal estaba amarrado justo enfrente de mi puerta, a una distancia de unas 40 yardas, lo que derivó en que muertos y moribundos y también miembros de cuerpos humanos fueron llevados a mi local. Pedazos de hierro del vapor volaban destruyendo todo lo que se interponía ante ellos, atravesando hasta la puerta trasera, que estaba cerrada porque estábamos construyendo una cocina en la planta baja, y estrellándose al otro lado de la calle donde murió una pobre mujer. Gran cantidad de piezas de hierro de todos los tamaños, con la fuerza de balas de cañón, dañaron toda la ciudad algunas llegando a una distancia de dos millas y matando gente allí donde caían».
La familia Lawrenson estaba afincada en Santander desde 1865 cuando Jhon Lawrenson y su esposa, Martha Jackman, se instalaron en esta pequeña ciudad del norte de España con sus siete hijos. Lawrenson llegó a Santander para poner en marcha máquinas de vapor para los trenes. Pocos años después, su hija Ellen se casó con el santanderino de Peñacastillo Saturnino del Río, viudo, padre de una chica de nombre Carmen. «Ellen y Saturnino tuvieron cuatro hijos y abrieron un negocio, al que pusieron de nombre 'La inglesa', que se encargada de aprovisionar a buques fondeados en el puerto. Además, era tasca y fonda. En una de sus habitaciones dormía el cónsul inglés en Santander», dice su bisnieta Elisa quien, en el año 1982, accedió a los archivos familiares de sus primos, en Liverpool, donde estaba la carta de sus bisabuela, enviada desde Santander, contando la tragedia del 'Machichaco': «Unas pocas cuartillas, pero un gran documento».
Ellen escribió en noviembre de 1893 (ya viuda desde hacía unos cinco años) «necesitaría un periódico entero para describir todas mis propias experiencias. Estaba sola con mis dos hijas pequeñas. Felipe (el hijo mayor) estaba trabajando. Carmen (una de sus hijas) se había ido ese día con su hermana Luisa a casa de Lizzie, en Dueñas. El chico de mi negocio había salido a un recado. Por suerte yo estaba en la cocina en ese momento y al oír el estruendo, instantáneamente tomé una niña de cada mano y me refugié en la más protegida esquina del piso bajo, lo que quizá nos salvó. Los pobres gatos –tres– y el canario murieron al estar en la tienda y otros espacios abiertos. No sé cómo no me desmayé con tanto miedo. Quizá Dios, en su misericordia, me dio las fuerzas suficientes porque, inmediatamente, estaba ayudando a los menos afortunados que yo, dándoles agua o vino, haciendo té para otros, ayudando a vendar heridas, proporcionando colchones y sillas para evacuar a los heridos a otros sitios y sábanas para cubrir los restos humanos. Y sola. Todos corrieron presa de pánico en dirección opuesta al lugar de desolación y horror».
Y continúa 'la inglesa' con su descripción de cómo quedó Santander y cómo vivió el suceso. «Felipe (su hijo varón) se había ido con sus compañeros de trabajo y no supe nada de él hasta las diez de la noche. Mi madre también huyó de su casa, así que, cuando corrí allí con lo que tenía de mayor valor, la puerta estaba cerrada. Y volví a mi casa, otra vez entre muertos y moribundos y edificios incendiados. Madre había tomado la misma dirección que Felipe y sus compañeros, hacia Cajo, que, desde luego, era la única vía para estar a salvo. Hoy me han comentado que Felipe lloraba como si tuviera el corazón roto, pensando que yo y sus hermanas habíamos fallecido».
«Al mismo tiempo había cuatro incendios muy grandes en (el muelle de) Maliaño. Cuando sucedió la explosión, el fluido ardiendo había penetrado en varios de los espléndidos edificios de toda la línea en la que mi negocio está situado, justo hasta mi bloque. Y no había nadie para apagarlo, la mayoría de los bomberos habían fallecido».
«Mi tienda y pensión no se incendiaron pero sí quedaron totalmente dañadas por la explosión. Para cuando el fuego llegó hasta nuestro bloque –el primero de esa preciosa línea de edificios todos frente a la bahía– empezaba a llegar ayuda de los pueblos cercanos y de ciudades del interior. Yo he sido más afortunada que mis vecinos en lo que se refiere a gran parte de mis pertenencias debido, sin ninguna duda, a las fuertes paredes del piso bajo, mucho más consistentes que las de los pisos superiores»
«Estas paredes exteriores son lo único que puede aprovecharse. Había un correo inglés atracado cerca y el capitán –un hombre de buen corazón– vino con su tripulación a ayudarme a sacar mis cosas y, ahora, amigos españoles y familiares vienen a ayudarme a sacar durante la noche todo lo que pueden, roto o no. Mis pérdidas son unas 140 libras, sin tener en cuenta algo muy importante, que mi medio de vida no existirá durante al menos los próximos cuatro meses. Mi casero me ha prometido que lo tendrá listo lo antes posible. Ahora es peligroso vivir allí mientras las paredes de los cuatro pisos superiores están siendo construidas de nuevo».
«Mientras tanto, el mismo capitán abrió una suscripción a mi favor entre los ingleses y he recibido hasta el presente 5 libras». «He llevado una lista de mis pérdidas a la Corporación, nos han requerido a todos para que lo hagamos, para que todos podamos tener una oportunidad de compensación de la suscripción que se está haciendo si lo que se recaude es una suma suficiente para que quede algo para pérdidas materiales, cuando hay tantas pérdidas personales que paliar».
«La compañía responsable de esta terrible calamidad debería quedar completamente arruinada. Todo lo que poseen no puede pagar ni una centésima parte del daño causado. El Gobierno, la Corporación y los familiares de los principales vecinos y autoridades locales que han perecido les harán responder por ello». «Me alegra poder deciros que, además de escapar sin el menor rasguño, todos estamos bien».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.