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Fue el centro social y cultural de la capital cántabra. En él se realizaban representaciones teatrales, actuaciones musicales, conciertos, espectáculos de magia y de humor y también sesiones de cine. Actuaron reconocidos artistas del panorama nacional como Lola Flores, Carmen Amaya, Pepe Alfayete o un jovencísimo Raphael. El Teatro Pereda se inauguró en 1919, hace ya cien años, y fue demolido en 1966. Aunque su recorrido fue breve, dejó una profunda huella en todo aquel que alguna vez pisó su patio de butacas. Hoy, apenas quedan testimonios en primera persona de taquilleras, acomodadores, tramoyistas y demás personal del emblemático edificio, aunque sus vivencias son ahora los recuerdos de hijos y nietos, que los evocan como propios.
Ricardo Oñate fue conserje del Pereda durante 43 de los 47 años que estuvo en funcionamiento. Desde su puesto, «dirigía el cotarro». Albaceteño de nacimiento y Guardia Civil de profesión, se enamoró de una mujer de Colindres cuando lo destinaron a Cantabria. No tardó mucho en cambiar de uniforme y trasladarse a su nueva casa, la parte alta del teatro recién inaugurado. En el ático formó su familia, rememora su nieto Fernando Munguía. Allí, sus hijos fueron niños, adolescentes y adultos. El escenario, los palcos y los pasillos de sus cinco plantas eran su hogar. Lucía, hija de Ricardo y madre de Fernando, también trabajó allí. Fue taquillera hasta que se casó en 1948 y se mudó a un piso en el mismo Río de la Pila. Nunca quiso alejarse demasiado.
Fernando Munguía | Nieto del conserje
Lucía y su hermana Magdalena conocieron a todas las estrellas que pasaron por allí. «Lo recordaban con naturalidad. Los artistas, entonces, no estaban rodeados del glamour al que acostumbramos hoy», asegura Fernando. A Lola Flores todavía le quedaba un largo recorrido por delante para convertirse en La Faraona. «No era más que una adolescente». Llegó con su entonces pareja, Manolo Caracol, y la relación entre ellos «era tormentosa». Ricardo y Lucía tuvieron que intervenir entre los dos para defender a la joven. «Estaba empezando y no era tan valorada como lo llegaría a ser. También recuerdan vívidamente a Concha Piquer, «que enseñó a andar a Magdalena».
En Santander le llamaban 'Dios' porque estaba en todas partes. Luis Angulo fue brigada de la Cruz Roja, árbitro de fútbol y de boxeo, cartero... «tenía mil oficios», cuenta su nieto Juan Angulo. Uno de tantos era el de tramoyista en el Teatro Pereda. «Subía y bajaba el telón, traía extras, ponía decorado...». Y no perdía oportunidad de relacionarse con todos los artistas que actuaron en el escenario. «Hizo más de 500 fotos a vedettes, actrices, actores, magos y humoristas». Detrás de cada imagen, que su nieto guarda con mimo, escribía el nombre y la fecha del retratado.
Víctor Merino, cocinero reconocido en el panorama nacional y muy querido en la región, llegó a Santander desde La Rioja en la década de los años treinta. Abrió El Riojano en el Río de la Pila «y en la parte superior del edificio vivía la familia». Aunque nació como un despacho de vino, sus pimientos rellenos no tardaron en hacerse famosos en la zona. El Pereda tenía una entrada lateral en esa misma calle por la que se accedía a «los bancos corridos situados arriba del todo». En esa parte, también había «un ventanuco» por el que las taquilleras vendían entradas. «Como no podían salir durante las sesiones de cine, desde el restaurante les llevaban pinchos a la hora de la cena y se los daban a través de esa pequeña ventana». Era un barrio en el que todos se conocían y se apoyaban. «No había coches y los niños siempre estaban en la calle jugando».
Juan Calzada | Nieto del gerente
Ricardo Oñate solía ir acompañado de su cámara de fotos y le gustaba retratar lo cotidiano de su jornada laboral: sus compañeros, algunas celebraciones, las vistas desde la azotea... «Sus negativos son una de las pocas cosas que conservo de él», se lamenta Fernando. «Ni muchos de los que salen en ellas, ni sus hijos o nietos, sabrán que existen».
El Teatro Pereda vivió «la preguerra, la guerra y la posguerra». «En la época franquista no se celebraba el Carnaval, pero mi madre me contaba que, durante la República, aquello era un desmadre». La Guerra Civil transformó el teatro. Los artistas y el público fueron sustituidos por refugiados y militares. También era el lugar elegido por la milicia para esconder lo que robaban. «Mi abuelo se enteraba de todo lo que pasaba allí y vio cómo un grupo de hombres escondía una noche algunas joyas del obispo de Santander. Lo cambió de lugar cuando se fueron y, al término del conflicto, se lo devolvió a su dueño». «También vino gente de Bilbao huyendo de la derecha y se repartieron por las casas. Tuvieron de todo un poco».
Sólo habían pasado dos años desde que acabó la guerra cuando el incendio de Santander arrasó más de diez hectáreas de la ciudad. Lucía miraba impactada las llamas desde lo alto del edificio. Todos los empleados subieron a la azotea para lanzar calderos de agua sobre el tejado. El viento soplaba tan fuerte que saltaba madera ardiendo desde los edificios que se quemaban en las cercanías hasta el teatro. Después de una noche larga, los bomberos consiguieron detener el fuego a pocos metros de allí. El Pereda sobrevivía a una contienda más.
María Jesús Allende | Público del teatro
Los hijos de Ricardo se fueron de la casa en la azotea a medida que fueron formando sus propias familias. «Yo tenía diez años cuando murió –en 1962– y recuerdo que hasta entonces mi madre le preparaba la cena, la metía en una cesta y yo se la acercaba. Él trabajaba hasta tarde, hasta que terminaban las últimas sesiones de cine». Muchas películas, entonces, eran para mayores de 21 años. «Me metía con él en una pequeña sala junto al palco y, desde allí, escondido tras una cortina para que nadie me viera, observábamos juntos las proyecciones. Recuerdo ver 'La banda de la rana', una película de gánsters», evoca Fernando.
Muchos santanderinos asocian su infancia al Teatro Pereda. «Cerró cuando yo era un chaval», recuerda Juan Calzada. Su familia lo gestionó durante varios años. «Perderte por sus entresijos: camerinos, salas de billetaje... Los vestíbulos de mármol y el olor a madera y cáñamo». A otros les marcó una actuación concreta. «No se me olvidará cuando vi a Raphael. Mi madre lo admiraba y me llevó con ella», narra María Jesús Allende. Según se acercaban al edificio por la calle del Martillo (ahora conocida como la calle Marcelino Sanz de Sautuola) ya veían el enorme cartel que cubría la fachada con la imagen del artista. «Todavía recuerdo aquel momento cuando escucho 'Yo soy aquel'». Fue uno de los últimos en pisar su escenario, pocos meses antes de que bajase el telón para siempre.
«Todavía hoy muchos recuerdan a mi abuelo como el señor Ricardo», sonríe Fernando. Si no estuvo en el Teatro Pereda hasta el día de su demolición fue porque una larga enfermedad se lo llevó cuatro años antes. «Y menos mal, no hubiera soportado ver cómo lo tiraban». En Santander todavía se recuerda esa fecha con pesar. Fue un 31 de agosto de hace más de 50 años.
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Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
Álvaro Machín | Santander
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