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En su taller de la calle Ruamayor 4, Carlos Herrero (Santander, 1968), hijo del que fue el primer relojero de Santander (Carlos Herrero Melón), trabaja sin parar desmontando relojes, puliendo esferas y entregando piezas impolutas del siglo pasado que sus manos han logrado revivir. Es la quinta generación de la saga de relojeros Herrero, que inició su tatarabuelo, Blas Herrero, en 1862 en Alicante, un oficio que se ha ido transmitiendo hasta llegar a él, pero cuya permanencia pone en duda el propio relojero.
«Todo indica que este oficio morirá conmigo. Es la pena que tengo. Ningún chaval muestra hoy interés por aprender este oficio apasionante que supone enfrentarse al reto de devolver a la vida piezas antiguas de gran valor sentimental para sus propietarios, pues pertenecieron a sus antepasados», lamenta el relojero, que habla en general de su caso y del resto de talleres de Santander, donde calcula que quedarán menos de ocho y ninguno con relevo generacional.
«No sé que pasará con esta profesión ni quién se encargará de arreglar los relojes particulares, los institucionales y los de las iglesias», continúa Carlos, que se ocupa, además de su taller, de custodiar los relojes del Ayuntamiento de Santander, de la Catedral y de otros campanarios donde le llaman puntualmente cuando la maquinaria falla ante el paso de los años.
Todo indica a que es un oficio abocado a desaparecer, con la particularidad de que sigue teniendo demanda y uno podría ganarse la vida con ello porque, como asegura Herrero, «en este sector el trabajo no falta. Yo no doy abasto con todos los encargos que me llegan».
«Una anécdota muy curiosa es que mi padre hizo un casting de relojeros en los años 70 para traer a su taller de Santander los mejores relojeros de otras provincias», recuerda Carlos al recapitular la historia de los comienzos del negocio que heredó de su padre.
Revolución
«Mi padre, de Castilla y León, recorría toda la provincia y zonas limítrofes arreglando relojes. En Reinosa conoció a mi madre, Elena Navamuel. Se casaron y se establecieron en Santander». Era el año 1958 cuando Carlos Herrero empezó a trabajar en la capital cántabra y abrió el primer comercio en 1963. «Revolucionamos el concepto de relojería y reparaciones en Santander, con los trece mejores relojeros traídos de Burgos, León, Palencia y Cantabria», añade Carlos.
Generaciones de cántabros recuerdan el lema 'Su relojero, Carlos Herrero', novedoso como concepto publicitario y rara era la carretera sin carteles promocionales. La cadena de relojeros de Herrero estaba dotada con las últimas novedades técnicas de la época y llegaron a entrar a reparar 150 relojes diarios. En 1972 se abrió un comercio de relojería en el emplazamiento actual.
Para ser un buen relojero, «hay que tener paciencia para desmontar toda esa maquinaria y buscar el fallo y cuando lo detectas, rehacerlo entero, y a veces salta una pieza y tienes que empezar de nuevo», explica el experto. El conocimiento de su taller concentra un siglo y medio de experiencia trasladada de padres a hijos. «Nos ha unido a estas cinco generaciones la pasión por medir el tiempo y por rescatar relojes de siglos pasados, auténticas joyas», concluye.
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Álvaro Machín | Santander
Guillermo Balbona | Santander
Sócrates Sánchez y Clara Privé (Diseño) | Santander
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