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El Centro Botín, la infraestructura cultural y arquitectónica más importante de los últimos años de Santander, concebida por Renzo Piano, ha abierto sus puertas. Ya se oyen, desde una puesta en largo que dura en realidad más de un año, las alabanzas, los parabienes. « ... Qué vista más espectacular», dicen unos; «cómo lo refleja el mar», corean otros. «Es maravilloso, dinamizará la cultura»... al fin el sentido común sube a la superficie
Es difícil saber si Santander necesitaba semejante ‘joya’ arquitectónica, ya que ningún plan estratégico cultural de ciudad digno de ese nombre ha detectado las necesidades reales en ese campo. Además, al ser una inversión privada, cada uno hace de su dinero lo que mejor le conviene. Lo que sí sabemos es que no será otro artefacto de arte contemporáneo al uso porque eso no era precisamente lo que se necesitaba. Se anuncia que el estudio y catalogación del dibujo de los grandes maestros de la historia del arte español desde el siglo XVI es un nicho importante que cubrir y, además, se presta muy bien, como se anuncia, «a acciones de formación mediante becas y talleres y divulgaciones a través de publicaciones y exposiciones producidas desde el propio Centro».
Llama la atención que sin ser un centro público se autoimponga misiones de naturaleza social que las instituciones culturales de servicio público tienen asignadas y que van más allá que la habitual publicidad de un mecenas. Esa es a la vez su fuerza y su fragilidad. Fuerza porque la cultura debe de dejar de estar en manos exclusivamente de los entes públicos y pasar a estar en la agenda de los entes empresariales privados. Fragilidad porque tendrá que rendir cuentas, ya que cuando se contrae un compromiso con la sociedad es esencial saber qué valor tienen y qué resultados se obtienen, para no verse acusados de hacer operaciones sociales para el prestigio y no preocuparse por su eficiencia.
Estamos, pues, en este 2017 en el primer verano (época estelar de captación de turistas) tras la apertura del nuevo edificio. El equipo que capitanea este buque con vocación de ser el insignia de la cultura de masas de la ciudad está preparado para hacer de este proyecto socialmente útil y culturalmente ilusionante. Menos glamour hoy, más satisfacción y resultados mañana.
Sería una pena que imitando a otros centros de similares características su éxito solo se midiera por el número de visitantes y por la crítica que revistas especializadas hagan de él o por el impacto económico, aumento del flujo turístico, etc. Esta inversión en dinero, esa emblemática ocupación del espacio de la ciudad, de nuestro imaginario y de nuestro deseo merecen mayor demostración y mejores argumentos. Una nos parece ser la condición determinante para que el Centro Botín juegue ese papel.
El Centro Botín debe dotarse de un verdadero sistema interno de evaluación, que contraste sus resultados con los loables objetivos que se ha propuesto, que lo haga con varas de medir conocidas por todos, que quien lo haga lo haga desde la distancia y la imparcialidad. Con ello, además de crecer más y mejor como institución, sin engañarse a sí misma, su aportación será decisiva para el desarrollo de la cultura en su entorno institucional y ciudadano por efecto de contagio y emulación.
Debería realizar un seguimiento sobre qué impacto tiene su acción y sus programas en la creación local. ¿En la complicada vida de los artistas cántabros, este Centro Botín va a cambiar algo? ¿Qué relaciones, sinérgicas es capaz de desplegar con el sistema cántabro de museos? O si sus preocupaciones son más amplias, ¿cuál sería entonces ese ámbito y con qué proyectos, y objetivos? La cultura deja en la cuneta a mucha gente y al Centro Botín también le debería corresponder arrimar el hombro para disminuir esa fractura, captando un significativo número de visitantes nuevos, de esos que nunca van a los museos, que les da vergüenza hacerlo, que creen que esos espacios no están hechos para ellos por su condición de excluidos .
Trabajar a largo plazo por la cultura es centrarse en los adolescentes y en cómo se sitúan ante las obras, cómo sienten la creación. La interdisciplinaridad entre expresiones artísticas, o la investigación con acuerdos con la universidad son otros tantos objetivos que deberían dar sentido a las intenciones que el Centro Botín sostiene querer propugnar. Su credibilidad, su legitimidad, pasa por demostrar que esas cosas las hace en serio, que rinde cuentas a la sociedad y que su apoyo social es merecido. Esos resultados deberían dar pie a indicadores que nos orienten sobre como progresamos en los objetivos a lograr antes expuestos. Ya lo veremos.
Pero de momento, la Fundación que hace posible este centro debe recibir un merecido voto de confianza por abrazar la causa cultural de Santander con determinación y medios que no tienen que envidiar para nada a la acción pública. Y a ver si estos últimos se les contagia algo.
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