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Si pudiera hablar, lo diría. Que el olor a hierba recién cortada del jueves en el parque le sabía a gloria. Estaba muy tranquilo, como casi siempre. Unos críos de un colegio, dos señoras con un perro... Salvo cuando a algún 'tolai' le da por creerse artista con un garabato en sus cuartos traseros, allí vive a gusto. Tanto, que no se ha movido del sitio en cuarenta años. Del parque. El del Doctor Morales, aunque ella le robó medio nombre. El de la vaca. El monumento está de cumpleaños esta semana. En el 83 hubo músicos, políticos, discursos. Mucho jaleo. A Jesús Ceballos se le ilumina el rostro hablando de ello. Él promovió la idea y aún lo cuenta con orgullo. Que se fue en tractor por toda Cantabria para recaudar fondos. Cuatro décadas no están nada mal para una frisona.
La vaca es bonita y está muy bien hecha. Manuel Cacicedo, el escultor, hizo un buen trabajo. Reflejó fielmente el animal y ese toque bucólico de la ganadería en las figuras de los extremos del conjunto. La del hombre con el cuévano y el dalle, y la de la pareja. Todos con albarcas. También con dos alegorías de piedra (la vaca que da de mamar al ternero y la lechera que sirve agua al animal). En general, todo está aceptablemente conservado (que no es fácil), aunque no estaría de más que alguien se pasara a dar una mano de pintura a la base (y, ya de paso, con un poco de cemento para alguna esquina desconchada). No es mucho pedir.
«Se lo ha debido hacer algún sinvergüenza anoche», masculla Ceballos mirando una pintada reciente. ¿Cómo lo sabe? Teniendo en cuenta que desde que se jubiló se pasa por aquí «unos trescientos días al año», no debe andar desencaminado. «Pero en general está bien. Siempre se ha mantenido», dice recorriendo con la vista el entorno. Cuenta una curiosidad. Que los árboles que rodean el conjunto se plantaron con el monumento. Así que han crecido con la vaca. También tienen cuarenta. Y buen aspecto. Suena bonito para una historia.
Eso, la historia, es lo que le toca volver a contar al, en su día, concejal del Ayuntamiento de Santander en tiempos de Hormaechea. El recuerdo familiar de las vacas en Puente Arce, el paso por la Cooperativa del Campo de San Román, el cariño por el mundo rural, la organización de una feria en la Virgen del Mar... Se le ocurrió lo del monumento. Una ilusión («ese ganadero es como si fuera mi abuelo», dice echando un vistazo a la figura). Al llegar al Ayuntamiento lo vio claro. «Era el momento». Lo tenía hablado con Cacicedo, que le dijo (sin hablar de dinero) que «tirase». Y tiró. En diciembre del 82 se subió a un tractor y se pasó algo más de diez días «navegando» por el mapa de Cantabria. «Recorrí, creo, 92 ayuntamientos».
Con una hucha. Allí entró, primero, el dinero de empresas, de la Caja de Ahorros, del Banco del Norte, de los militares de La Remonta, de los bomberos... Y luego, el de todos los que se acercaron a recibir al tractor (con un remolque rotulado con la idea de la suscripción popular). Se corrió la voz y lo esperaban. Incluso, con nevadas de por medio. «Cayó alguna buena. Me recibieron en todas partes con mucho cariño. Me daban de comer y me acogían para dormir. Salían los niños del colegio. Y el mayor cariño que pude sentir fue el de los ganaderos. Para ellos suponía una ilusión». Sólo una noche tuvo que volver a dormir a casa porque su mujer andaba algo pachucha. Cosas del camino.
Recuerdos
La cosa acabó bien. Lleva un taco de fotos en el bolsillo de la chaqueta. Lo saca y las enseña. «Te van a gustar». Del tractor, de los empresarios que abrieron la cartera, del recibimiento en los pueblos... Habla del día de la inauguración, de los cientos de ejemplares que recorrían la ciudad desde el parque hasta La Magdalena cuando organizaban una pasada. Del monumento. «Conozco monumentos a la vaca en seis países, pero ninguno es como este. Estas alegorías son únicas. Al escultor, a Cacicedo, hay que ponerlo en mayúsculas».
«Da un poco de pena ver cómo está ahora la ganadería, ¿no? Con todos los ganaderos que había por entonces, ahora quedan cuatro», le dice el periodista. Ceballos asiente. «Es una pena de cómo lo conocí yo. Quedan pocos, pero muy buenos ganaderos». Lo cuenta antes de revelar su secreto para aparcar en buen sitio por la zona (que no es fácil) y despedirse de la vaca hasta la siguiente –y próxima– visita.
Ella se queda allí, disfrutando del olor a hierba recién cortada, tranquila en el parque y a la espera de que vengan a limpiarle la pintada. A gusto, diría si pudiese hablar. Celebrando los cuarenta recién cumplidos y viendo marchar a Jesús, que en octubre hará los ochenta.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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