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Se ponen en lo peor. Nadie les ha comunicado oficialmente que deben abandonar sus casas, pero los avances en la ampliación del parque de Las Llamas –aunque de momento sólo sean sobre el papel– les preocupan. Quieren respuestas ya, sean buenas o malas. « ... Si me van a echar de mi casa, quiero saber cuándo y no levantarme cada mañana con la incertidumbre de qué pasará en el futuro», dice una de las vecinas de la Bajada de Polio, junto al parque. Su casa está en el mismo centro de lo que sería la continuación de la gran zona verde, junto al puente de Arenas. «¿Y si el parque sigue al otro lado de las viviendas? Es que no lo sé, no sabemos nada», apunta resignada. Desde el Ayuntamiento, el asunto avanza sobre la mesa y el pasado lunes salió a consulta pública el Plan Especial para ampliar Las Llamas.
La segunda fase del parque contempla que sus dimensiones actuales se doblen. De los 300.000 metros cuadrados crecerá hasta los 690.000. Es decir, la idea es que se prolongue desde el puente de Arenas hasta la Bajada del Caleruco. Una tercera parte de ese terreno –en torno a 105.000 metros cuadrados– ya es del Ayuntamiento y el resto tendrá que adquirirlo o expropiarlo. Muchas parcelas están sin construir, pero también hay otras con viviendas. En concreto, en la Bajada de Polio –en la zona más próxima a la S-20– hay seis edificaciones que están justo en la vaguada y otras doce situadas junto a la carretera que baja desde la Avenida de Los Castros hasta el puente. ¿Cuáles están dentro del terreno que se convertirá en parque? ¿Cuáles se salvarán? Ni los propios vecinos lo saben.
Expectativa
Sin comunicación
Incertidumbre
Aunque la ampliación se conoce desde incluso antes de que se inaugurase la primera fase del parque, en 2007, lo cierto es que nadie ha notificado nunca a los vecinos que sus viviendas serán expropiadas. Tampoco han recibido otro tipo de comunicación, como negociaciones u ofertas. «Ya desde hace 14 años estamos escuchando que nos van a echar de aquí para ampliar el parque. Lo decía mi padre, que todavía vivía, y seguimos sin saber nada, así que lo mismo no pasa nunca», recuerda una de las vecinas de la zona. Desde una vivienda cercana, María Jesús García lamenta la incertidumbre en la que viven. «Tengo asumido lo peor, que nos echarán de casa». Pero mientras espera que le llegue la notificación, no mantiene la esperanza. «Prefiero que me lo digan, que me den una fecha concreta. Así, sin saber si sí o si no, nos despertamos cada día sin ilusión. ¿Hago mejoras en la casa? ¿Me la tirarán poco después? Ni idea», apunta la vecina. Tiene clara una cosa: «Aquí sólo estamos para pagar». Se refiere a que, aunque junto a su marido abonan impuestos como el IBI, «nunca reciben nada a cambio». Y no es sólo la incertidumbre por el futuro de su vivienda, sino por las condiciones del lugar donde viven. «Hay ortigas, plumeros... Nadie lo quita. Yo recorto lo justo para que no se meta en casa, pero por aquí no pasa nadie de mantenimiento a ocuparse de ello, nos tienen abandonados».
García vive justo en la vaguada, en el crecimiento 'natural' del parque actual. Por eso asume que, si hay expropiaciones, será la primera en sufrirlas. En esta zona concreta, hay tres o cuatro casas habitadas, una iglesia cristiana, y un par de edificaciones abandonadas. Donde surgen más dudas es junto a la carretera que baja desde Los Castros al puente de Arenas. Por su localización, en el borde de la vaguada, algunos vecinos creen que se salvarán del derribo y que el parque se desplegará a sus espaldas. «Acabo de venir a vivir aquí, estoy de alquiler porque estudio en la Universidad de Cantabria (justo al lado). No estoy al tanto de la situación, pero este piso está recién reformado y no creo que mi casero hiciese esas obras si fueran a expropiarle», razona una joven vecina recién llegada.
También hay una sombra de sospecha en la zona: «Nos han cambiado el suelo de urbano a rural. Sin avisar. ¿Por qué? ¿Es para expropiarnos por menos dinero?», se pregunta un vecino, lleno de preocupación. «Se publicó en el BOC y dieron un plazo de un mes para protestar. Pero no nos dimos cuenta, nadie lo mira todos los días». El vecino explica que se enteraron cuando les llegó el recibo del IBI, mucho más barato que antes. Allí vieron que el valor del suelo había bajado. «Ya no pudimos protestar porque el plazo había terminado», lamenta.
Desde el Ayuntamiento de Santander afirman que no tienen constancia de ese cambio en el tipo de suelo. De hecho, en la Concejalía de Urbanismo han confirmado que ese suelo es rural, al menos, desde 1997, como recoge el Plan General vigente. Uno de los escenarios posibles es que en el PGOU de 2012, que se anuló a finales de 2016, se cambiase ese suelo de rural a urbano y que, tras la anulación, se regresara a la situación anterior. En ese caso, el cambio sufrido no tendría relación con la ampliación de Las Llamas.
De todos modos, que el suelo de estas viviendas sea rural empeora las expectativas de los vecinos. Una propiedad de este tipo tiene menos valor que una urbana por lo que, si finalmente los expropian, el dinero que recibirán será mucho menor. «¿Cuál es la idea? Mandarnos a un chalé o a un piso en el centro, no creo. Nos darán una miseria por nuestras casas, en las que llevamos toda la vida, y no tendremos a dónde ir», lamentan los menos optimistas. Otros prefieren no adelantarse a los acontecimientos: «Hace décadas que se habla de esa obra y nunca empieza, igual ni lo vemos. Además, ahora hay mucha crisis, no estamos para más parque».
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