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Sobre el papel, a cualquiera le parecería un privilegio vivir en el centro de Santander, asomarse a las ventanas y empaparse sólo del verdor de ... unos árboles. Pero toda cara A acaba por tener una cara B, y en la plaza de Pombo un grupo de vecinos está recogiendo firmas desde hace una semana para hacer presión ante el Ayuntamiento: reclaman una solución ante la gran envergadura que han alcanzado los 18 magnolios que flanquean la conocida como 'la plazuela'. Los árboles han crecido tanto que a los balcones de los segundos, terceros y cuartos pisos de los edificios que la rodean (calles Ataúlfo Argenta y Hernán Cortés), lo que traen son efectos secundarios «desagradables»: oscuridad al interior de las casas, mosquitos y otros insectos que no permiten tener abiertas las cristaleras, toda la suciedad que generan los pájaros y la imposibilidad de cualquier vista al exterior desde los pisos.
Así lo explican dos de las promotoras de la demanda, que dan dos posibles salidas. Una, sería el traslado de estos árboles a otro lugar y que se les sustituya «por otros de un tamaño razonable, similares a los que existen en el Paseo Pereda o el Paseo Marítimo». Otra, que se realice una poda «regular, intensa e importante» que acabe con las incomodidades que ahora genera un arbolado tan invasivo que, incluso, está empezando a levantar la plaza por donde enraízan los troncos. Los vecinos alegan que esta operación tendría que afrontarse «desde los principios de la legalidad, la responsabilidad, la eficacia, la eficiencia y el servicio a los ciudadanos».
Pombo es un oasis verde en el Ensanche santanderino, aunque es fácil que, por la dimensión de la plaza, pase desapercibida la cantidad de árboles que hay en todo su contorno y lo enormes que se han hecho algunos. Sobre todo, los citados magnolios, que lucen en dos filas, a los lados, mirando a las calles Hernán Cortés y Ataúlfo Argenta, que es la parte posterior del Paseo Pereda. En ambos lados había hileras de este magnolios (doce a cada uno), si bien algunos de los que había en Hernán Cortés cayeron cuando se hizo la entrada para residentes al aparcamiento subterráneo. En su lugar, se plantaron otros de menor altura y cuerpo más asequible, que es lo que les gustaría tener en todo el recinto a los vecinos, hosteleros y comerciantes que se quejan de la altura a la que han llegado los citados.
Porque, al hilo de la suciedad que traen consigo, la zona de bancos (en la parte de Ataúlfo Argenta) se ha ido quedando desierta de vecinos y ha sido tomada por gente que hace botellón o por personas sin hogar, lo que provoca que la pescadilla se muerda la cola: «Toda esa franja ha dejado de ser de reunión vecinal» o de disfrute de santanderinos o visitantes, lamenta una vecina.
Los afectados tiran de historia para plantear su reclamación. La plaza de Pombo existe como tal desde los años 60 del siglo XIX, una época en la que cuando los propietarios de fincas en aquel área y el Ayuntamiento de entonces negociaron la configuración de un espacio amplio y abierto en aquella parte de la ciudad, el Consistorio «propició una suscripción entre los titulares de la zona para aliviar los costes de la operación, aceptando el entonces alcalde, Bernardo Lozano, condiciones como que el arbolado nunca exceda en su altura del primer piso de las casas. También se acordó que si a estos terrenos se les quisiera dar otra aplicación los herederos tendrán derecho a volver a tomar posesión de los mismos», según recoge Víctor García Gil al describir el Santander de 1900.
Carmen Terán, una de las denunciantes, dice estar «harta» de hacer esta solicitud a través de los años a los distintos responsables de Medio Ambiente de la ciudad sin que se les haya dado respuesta. «Esta petición se le ha hecho a Carmen Ruiz, a Íñigo de la Serna, a César Díaz, a María Tejerina y a José Ignacio Quirós», va enumerando. Todas las reclamaciones, formales o informales, han caído en saco roto, de ahí que ahora un grupo de «espontáneos aburridos de la situación», que no forman parte de ninguna asociación o plataforma, estén promoviendo una actuación conjunta que harán llegar oficialmente al Ayuntamiento y para la que esperarán respuesta.
Las promotoras de la queja agregan que cada vez se pone más cuesta arriba habitar en una vivienda mirando a la plaza. «En general, está muy abandonada. Y sufrimos los ruidos del servicio de limpieza todos los días a las 03.30 de la madrugada. Los sábados y los domingos, además, hay repaso extra a las 07.30», para contrarrestar los efectos del botellón de viernes y sábados. «Porque el botellón que no se permite en Cañadío los fines de semana, se ha trasladado a la plaza». Y puestas a pedir, recuerdan que, dado que en este espacio se permiten todo tipo de eventos y se utiliza «para todo, cuidémoslo en beneficio de todos».
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