

Secciones
Servicios
Destacamos
En el quinto día de encierro, hasta los animales parecían aburridos en Santander. Un perro asomaba la cabeza por la ventana de un piso del ... número 16 de la calle Jiménez Díaz para contemplar cuanto pasaba en la calle. Poca cosa, al fin y al cabo, porque en una jornada laborable más, la cuarta desde que se estableció el estado de alarma, volvió a notarse un sensible descenso de transeúntes por las aceras.
«Nosotros somos los únicos que tenemos que seguir trabajando. No sé si será bueno o malo. Porque podemos pillar el virus aunque por otro lado no tenemos peligro de irnos al paro», valoró Manuel, uno de los muchos empleados de la construcción que continúan enfundándose la ropa de trabajo para subir al andamio.
La vida en la ciudad parece haberse confinado a los ventanales. Es la única conexión de muchos vecinos con la realidad que está ahí fuera. En varios edificios de la calle Camilo Alonso Vega de la capital cántabra la gente asomaba el rostro para que le diera el aire. Un joven llamaba por teléfono mientras curioseaba a los pocos vecinos que bajaban a la panadería, la carnicería o la frutería, los únicos comercios en la zona que permanecen abiertos. Y en la entrada hacia la calle Floranes, una mujer de edad avanzada colgaba la bandera de España del tendal. Mientras, abajo, operarios de parques y jardines y barrenderos se afanaban en limpiar con lejía cada detalle del mobiliarios urbano. Un banco aquí, los botones del semáforo allá. Una labor de desinfección que continuará cada día.
Más al centro continuaron las colas para acceder a algunas panaderías, siempre trazadas con ese metro de distancia obligatorio. En algunas de ellas se podía leer ayer: «El Diario Montañés se vende aquí», porque para algunos vecinos el pan y el periódico se han convertido en productos de primera necesidad.
Y a medida que se avanza en la ciudad hacia las zonas más residenciales, como Valdenoja, crece el silencio. Si acaso se escucha la máquina cortadora de césped de algún trabajador que tampoco puede dejar de atender las fincas. Igual que los encargados de las limpieza, que ayer tuvieron trabajo cuando encontraron los aledaños del supermercado ubicado en plena S-20 llenos de guantes de plástico tirados por el suelo. Los mismos guantes que reparte el centro a los clientes que acceden a sus instalaciones.
De camino a Cueto, el área más rural de la capital cántabra, el silencio se hace más y más incómodo. Apenas hay gente por las calles y tampoco parece haber actividad en los hogares. Sólo los más madrugadores atienden en su propia casa a los animales. «Yo tengo que dar de comer a las gallinas todos los días. No me queda más remedio», cuenta Enrique García, que vive frente al estanco.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias seleccionadas
Ana del Castillo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.