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En ocasiones la realidad se resiste a ser sepultada por más tierra y tiempo que le echemos encima. Por las grietas de algunos aniversarios, a ... menudo aplaudidos con entusiasmado alborozo, aún supuran pesadumbres e injusticias. Al anegarse el pantano del Ebro –hace siete décadas– también se ahogaron las vidas de muchas personas. Fueron desterradas sin ninguna dignidad de sus hogares, sin ninguna compensación económica o perjudicados con una tardía y mísera indemnización. Tampoco nadie piensa repararlo. Forma parte de ese catálogo de injusticias impunes encubiertas por el silencio que, a veces –como proclamó Unamuno–, es la peor de las mentiras.
El pantano enterró cuatrocientas casas, que son muchas vidas. Hoy se homenajea en Arroyo y Reinosa a desterrados y presos políticos empleados como mano de obra esclava. Al menos ya se proclama en voz alta lo que siempre tembló en la enmudecida memoria de los desahuciados. Porque nunca tuvieron una reparación histórica. No conviene remover el pasado, por si incomoda a quienes entonces se aprovecharon de la situación. La prioridad en estas cuestiones suele ser el derecho al olvido de los verdugos. Con todo, la probable imposibilidad de reclamar justicia en los tribunales no implica que sigamos propagando relatos impuros. Uno de los adulterios más persistentes es la coartada que encubrió las tropelías de la reconstrucción de Santander tras el incendio del 41. La censura inventó un relato épico que ha empezado a resquebrajarse. Ningún vecino pudo reconstruir ni reparar sus casas, que les fueron expropiadas. Unas pocas familias relacionadas con el régimen –hoy disfrutan de abultados patrimonios inmobiliarios– se quedaron con sus propiedades en controvertidas subastas. Mientras ellos, despojados de sus derechos, fueron expulsados a poblados del extrarradio. Una depuración social y una especulación urbanística e inmobiliaria vertiginosa, arbitraria e injusta.
Los nuevos propietarios obtuvieron exenciones y ayudas económicas para financiar la compra de los solares. Los expropiados no recibieron nada. Se benefició a quienes se lucraron, no a los afectados. Aún hoy celebramos con fuegos artificiales la efeméride del incendio sin nombres propios. Las víctimas aún son invisibles. Ni siquiera reconocemos que las hubo.
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