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La ciudad y su litoral como realidad en permanente cambio. Ahora vuelve a verse un pesado dique en mitad de la playa de La Magdalena y apenas es más que una reedición del pasado, porque este arenal ya vivió una época con un gran espigón adosado al que llegaban barcos. Lo atestiguan las fotografías que tutela el Centro de Documentación de la Imagen de Santander (CDIS), que dan fe de que a finales del siglo XIX esta costa convivía con este tipo de estructuras.
El espigón de la fotografía superior podía ser una imagen de hoy, pero la reproducción tiene más de cien años, un tiempo en el que Santander y El Sardinero no estaban tan cercanos como ahora. Santander era aún un conato de ciudad y El Sardinero y la península de La Magdalena no eran más que las afueras y estaban por urbanizar.
Allí apenas había nada, salvo los balnearios que se fueron construyendo tras haberse hecho famosas las recomendaciones médicas sobre los beneficios para la salud de los baños de mar (tradición que el Santander de hoy rememora cada verano con sus 'Baños de Ola').
Esta escollera es incluso anterior al Palacio de La Magdalena, que se levantó entre 1909 y 1911 y cuya silueta es la ausencia más palpable en el documento gráfico adjunto. Por entonces, las playas de La Magdalena y Los Peligros tampoco estaban unidas, no formaban un todo, como en la actualidad. En el siglo XIX las separaba la llamada punta de San Marcos, una pequeña colina al borde del mar que los chiquillos atravesaban para pasar de un arenal a otro. Este saliente de tierra aún lo recuerdan los santanderinos veteranos, porque a mediados del siglo XX unas escaleras facilitaban la comunicación entre ambos arenales.
Volviendo al gran dique de La Magdalena, dice la historia que en 1878 se concedió a Felipe Quintana, primer marqués de Robrero, la explotación de un hotel y una casa de baños en el lugar y que se construyeron dos edificios: la casa de baños ocupaba el sitio en donde sigue existiendo actualmente el balneario, mientras que el hotel (que sigue en pie en un área posterior) se convertiría más tarde en un grupo de viviendas.
Hasta este punto se llegaba hace más de un siglo gracias a las corconeras (un tipo de embarcación). Funcionaban a vapor y, en verano, salían cada media en hora desde el muelle de Calderón, en el centro de la capital. La línea marítima también era propiedad del marqués. Alcanzar el espigón que se construyó delante de la casa de baños costaba un real si se hacía el viaje en primera clase y medio real si se optaba por el traslado en segunda, según certifica el CDIS al hacer el relato de sus imágenes. La gran escollera servía de atraque a los barcos y a los botes pequeños de pescadores.
Con los años, la estructura desaparece y de lo que hoy tiene memoria cualquier vecino o turista que se haya bañado en estas playas es del embarcadero al que durante años se arrimaron para embarcar y desembarcar pasajeros los barcos de Los Reginas que procedían del centro de la ciudad. Dice un usuario de aquella ruta que se hacía el traslado a la playa en barco «porque era más bonito que hacerlo en autobús».
Este embarcadero fue cayendo en el abandono total con el calendario y, lo mismo que el que cierra la playa de Bikini, quedó como un residuo de hormigón adentrado en el agua utilizado solo por los críos para competir en carreras y tirarse al mar. Los grandes temporales de los últimos años lo fueron desmembrando poco a poco. Y dando paso a otras realidades.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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