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Entre risas y con la felicidad reflejada en las caras. Los alumnos de 4º de Educación Secundaria Obligatoria (ESO) del colegio Las Esclavas de Santander cumplieron ayer con una tradición de hace más de veinte años y despidieron el curso y el fin del uso obligatorio del uniforme escolar con un chapuzón en la Primera playa de El Sardinero. Pasadas las dos y cuarto de la tarde, enfilaron la cuesta de la calle Duque Santo Mauro en grupo. En cuanto pusieron un pie en el arenal, volaron mascarillas, zapatos y mochilas y se lanzaron en tropel al agua, ante la mirada atónita de unos escasos bañistas. «¡El mejor día del año!», se gritaban, invadidos por la emoción. Una ceremonia de despedida que supone también cerrar un curso marcado por la pandemia, las distancias de seguridad, los miedos a contagiar a sus seres queridos y la incómoda pero crucial mascarilla dentro y fuera de clase.
A unos metros del mogollón, un grupo de madres, móvil o cámara en mano, retrataban el momento. A ellas, lo que les invadía era el orgullo. «Han sido unos campeones. Han vivido unos meses muy duros. Ten en cuenta que han vivido el colegio en grupos burbuja, aislados por clases, sin poder juntarse. Y hoy, por fin, han podido juntarse. Evadirse por un ratito de todo», señalaba Rebeca Ortiz, madre de Estela Quintana, una de las alumnas en pleno baño.
Mila Liern, madre de Inés Tallada, ya pasó por esta misma ceremonia hace dos años, cuando su hijo mayor, ahora en segundo de Bachillerato, salía empapado en agua con salitre: «Me encanta que esta tradición no se pierda. Ayer (por el jueves) ya estaba muy nerviosa. Es normal, con lo difícil que ha sido todo. Si hasta se han quedado sin el viaje de fin de curso a Roma».
Pero estos chicos y chicas de cuarto de la ESO tienen el poder de resetear y quedarse con lo bueno: «¡Es el último día de colegio!», decía a gritos, al salir del agua, Telmo García. Junto a él, su compañero Daniel Misas, que declaraba que «esto es una pasada. Un momento único. Por fin nos hemos podido juntar todos. Tengo amigos en otras clases, pero no ha sido fácil coincidir durante el año. Ahora a comer juntos y a salir, pero no como un día normal. ¡Hoy es muy especial!».
Haciendo fotos al grupo de amigos de Daniel y de Telmo estaba Laura Manrique, madre de Daniel Cobo, que conoce bien esta experiencia. «Yo me bañé como ellos hace muchos años. También fui una chica de Las Esclavas y aún guardo la fotografía que nos sacásteis en El Diario Montañés. Cuando entraban en el agua, no he podido evitar emocionarme. Mientras ellos se van a ir a comer, yo voy a hacer lo mismo, con mis amigas, que son las madres de muchos de estos chicos y que íbamos juntas al colegio, como hiciera también mi madre, aunque en su época no existía esta tradición. Creo que yo fui la segunda o tercera promoción que lo hizo».
Así lo recordaba también Juan José Acevedo, director del colegio: «Llevo aquí más de veinte años y ya existía esta tradición. Es un día muy especial para todos. Para ellos supone un paso importante, ya que sienten que se hacen mayores. La pena es que este año, debido a la pandemia, no pueden ir a visitar a las monjas que aún viven aquí, como han hecho las anteriores generaciones. También les he pedido que, aunque sea el último día, que cuiden el uniforme, que es lo que nos representa».
Aunque esta última recomendación no fue tan bien asimilada por los estudiantes. Antes de llegar a la orilla, ya no había un niqui que no estuviera plagado de firmas de unos y otros. «Es un bonito recuerdo. Muchos llevamos aquí trece años de nuestras vidas, pero ahora algunos nos separamos, ya sea porque nos vamos a otro instituto o ciudad. Yo voy a enmarcarla», afirmaba Paula González. Una de las que no repetirá el año que viene en Las Esclavas es Elisa Jofre, que se traslada al IES Torres Quevedo a estudiar el Bachillerato de Artes Escénicas. «Así que el día de hoy no lo olvidaré nunca».
Al contrario de lo que podría parecer, esta despedida por todo lo alto del niqui blanco, falda o pantalón y jersey azul oscuro no supone un alivio para todos ellos. Telmo García y Laura Carrión coincidían al afirmar que «lo del uniforme es lo único que no nos hace mucha gracia, porque a partir de ahora, tendremos que pensar todas las mañanas qué nos vamos a poner. Y bastante tenemos con despertarnos», señalaron entre risas.
«Llevaba esperando este día desde primero de la ESO. Parecía que nunca iba a llegar. ¡Lo veía tan lejos! Me parece imposible estar aquí, ahora. Se me ha pasado volando», agregaba Laura.
Tanto ella como buena parte de sus compañeras continuaron con otra tradición, la de hacerse una banda con la parte de abajo del niqui y colocársela sobre la frente, «cada una con su nombre. Como guerrilleras». De nuevo risas y algún labio ya morado por el frío. Uniformes mojados a la mochila y un recuerdo para el resto de sus vidas, que el año pasado el covid se llevó por delante.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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