
Clementina Hernández Fuentes. 103 años
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Clementina Hernández Fuentes. 103 años
«Con 103 años sé que hay que aguantar todo lo que dios nos mande»Cumplió los 103 años en enero, y tiene ocho nietos y siete bisnietos. Clementina Hernández Fuentes ha ido alguna vez a Cataluña pero no más ... allá y sólo ha tenido enfermedades «pasajeras, nada grave». Con la memoria intacta y senada en el sillón de su habitación, rodeada de pocas cosas, Clementina recuerda sus tiempos en que el agua la cogían de una fuente y la almacenaban en tinajas, y aquella vez que iba con un «carro muy grande de arrobas (sembraban cebada, trigo, centeno) y se nos cayó. Tuvimos que levantarlo como pudimos, sacar las mulas, descargar el carro, volver a enganchar los animales, cargar la mitad, llevarlo a la era, regresar por la otra mitad... ¡Mire usted si he trabajado!».
Y prosigue: «Yo soy una persona normal para todo. Nunca me he salido de la norma de la vida, siempre bien. He trabajado, de joven mucho, desde pequeñita. Mi padre tuvo ocho hijos. Dos murieron y quedamos seis hijas, de las que vivimos cinco todavía. Mi padre fue labrador y nosotras siempre ayudándole en el trabajo en el campo», cuenta, a quien sus dos hijos (perdió a la hija mayor hace varios años) la visitan cuando vuelven a Zamora. «Con 103 años, que cumplí en enero, sé que hay que aguantar todo lo que dios nos mande».
En sus horas libres se dedica al dibujo, sobre plantillas distintas, sin salirse de la raya. No le tiembla el pulso, no necesita gafas para ver ni de cerca ni de lejos, se mantiene erguida en su asiento y cuida el peinado de su cabello blanco impoluto que contrasta con su ropa negra. Sólo le falla la audición, pero basta con hablar un poco más alto: «He dibujado mucho, dos cuadernos así de altos, que ya se los he dado mis nietas. Como yo tenía una vida como labradora, antes no tenía tiempo de pintar».
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Clementina también deja pasar las horas haciendo sopas de letras. «Cuando era joven, la maestra que tenía le dijo a mi madre: «Mira, es una pena que no dejes a Clementina hacer el ingreso (al instituto) que van a hacer las otras chicas». Pero mi madre le dijo: «Lo siento en el alma, y mucho por ella, pero no podemos porque son seis hijas y no va a estudiar ella y las demás van a trabajar. Así que no». Y me quedé con la gana». Y luego de escuchar una pregunta y hacer una pausa, deja escapar su risa fácil y contagiosa, y dice: «A mis hijos sí los hice estudiar, a todos. Mi hija era maestra y mis hijos se colocaron por su cuenta».
El secreto para su agilidad, tanto física como mental, según los que la conocen, se esconde en una actitud enérgica en cada cosa que hace. Va a las sesiones de gimnasia, porque «le gustan, aunque no las necesito, digo yo, y estiro un poco menos que las demás». La conversación avanza. «Yo soy golosa. Todos los dulces me encantan», confiesa Clementina, sentada en un sillón de su habitación en la residencia de mayores de Caser en Zamora.
¿Y lo más bonito que recuerda? «Hombre, mientras los niños fueron pequeños todo fue muy bonito. Después se casaron bien y todos muy contentos. Hasta que pasó lo de mi hija todo fue alegría». Luego se levanta con brío, empuña su andador y recorre los metros de su sofá al jardín de la casona ubicada en Villaralbo en cuestión de segundos.
Como testigo de un largo tiempo, mantiene que «ahora hay de todo, antes no teníamos nada. Para no tener, no teníamos ni agua en casa ni luz eléctrica, yo todo eso lo he conocido. Así que fíjese qué diferencia. Si ahora los jóvenes no lo aprecian es porque no saben lo que nos ha costado hasta llegar aquí a nosotros». ¿Un consejo? «Que sean trabajadores». Y añade: «La vida es bonita, y hay de todo, pero hay que vivirla».
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