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J. R. saiz viadero
Lunes, 1 de febrero 2016, 12:29
Los vecinos del último tramo de la santanderina calle Santa Lucía no se habían visto tan sorprendidos desde que veinte años atrás las fuerzas de la policía armada acordonaran la zona y procedieran al cerco y muerte del guerrillero republicano apodado 'El Cariñoso' precisamente en ... el suntuoso edificio anterior al que ahora concitaba la curiosidad popular.
Una noticia publicada por "Hoja del Lunes" el 11 de septiembre de 1961 informaba de un hecho que mantendría en vilo a la opinión pública durante algún tiempo, sobre todo entre el vecindario próximo al número 46 de la calle. Allí, en una chatarrería situada en los bajos del mismo, había aparecido en medio de un charco de sangre el cadáver del propietario del establecimiento, Bibiano Arzallos Cavada, con signos evidentes de violencia al haber sido agredido con un objeto contundente: un martillo de no muy grandes dimensiones y con mango corto que el propio chatarrero solía utilizar.
La agresión había ocurrido entre la tarde y la noche del sábado anterior, y su cuerpo presentaba cuatro heridas: una abierta en el centro de la frente, otra un poco más arriba que penetró en el cuero cabelludo, más otra ya en la región fronto-parietal, además de la que podía apreciarse en el lado izquierdo de la región occipital izquierda, causante de una intensa hemorragia. Un derrame cerebral fue la causa última de su fallecimiento.
Manejaba dinero
Bibiano pertenecía a una familia numerosa y con tradición dentro del gremio de la chatarrería. De hecho, su hermana Matilde continuaría con el mismo negocio después de su muerte, y un hermano suyo abriría otra chatarrería en la próxima calle de Peña Herbosa, además de que un sobrino también se dedicaría a esta actividad comercial. Manejaba bastante dinero porque su trabajo así lo requería y estaba considerado como un hombre serio, de pocas palabras. Tenía entonces 42 años de edad y residía en La Leva, una de las callecitas incluidas en el Grupo José María de Pereda, donde algunos de sus familiares percibieron que no había acudido a dormir en la noche del sábado, sospechando que podía haberle ocurrido alguna anomalía. Al menos, así lo manifestó su cuñado, Ricardo Martínez Artola, quien a las tres de la tarde del domingo se había personado en el local y pudo comprobar que el candado con el que Bibiano acostumbraba a cerrar su negocio no estaba colocado en la puerta, por lo cual decidió personarse en las dependencias de la Policía Municipal y, acompañado de un agente, penetró en el local, encontrándose ambos la escena descrita.
Avisado el juzgado, se procedió al levantamiento del cadáver y a su traslado a la Casa de Salud Valdecilla, donde le fue practicada la correspondiente autopsia, mientras que se iniciaban las indagaciones por los servicios policiales para lograr esclarecer los hechos.
Así se supo que el chatarrero era un hombre apreciado entre un vecindario en el que todavía permanecían huellas de la población pescadora que habitó el lugar de Puertochico, hasta producirse su traslado definitivo al Barrio Pesquero. También conoció que Bibiano había estado en un bar rellenando una quiniela justo antes de seguir su costumbre de abrir el negocio hacia las tres y media.
Pero, según aseguraba una vecina, su dueño nunca llegó a abrir el negocio en aquella tarde de sábado, ni se supo más de él hasta que apareció su cadáver al día siguiente. Siendo lunes, el periódico dedicaba la mayor parte de sus contenidos a los resultados deportivos del domingo, pero recogía en su interior la información obtenida, en la cual podían detectarse evidentes señales de las fuentes de carácter municipal. Al día siguiente, martes, los dos periódicos locales se hacían eco del suceso, sin añadir ningún dato relevante a lo ya publicado que pudiera indicar que la investigación había avanzado, salvo el hecho, nunca confirmado, de que se había procedido a la detención de varias personas, entre ellas una mujer.
Sin pistas
¿Cuáles fueron los móviles del crimen? Un negocio como el que regentaba Bibiano, si bien aparentaba ser de modestas pretensiones, no dejaba de atraer a personas que vivían en la frontera de la delincuencia, quienes podían sospechar que el chatarrero guardaba en su poder cierta cantidad de dinero.
¿Quizás le conocían y cuando salió a recibirles (su cadáver se encontró a cinco metros de la puerta) le golpearon hasta causarle la muerte? En sus bolsillos se hallaba la cartera con la documentación, pero no había dinero alguno, lo cual apunta a reforzar la hipótesis del robo. La familia mantuvo la hipótesis de que Bibiano acababa de vender una importante cantidad de cobre y zinc y que quienes cometieron el crimen sabían que guardaba el dinero percibido
¿Quién mató al chatarrero?, se preguntaba la gente, interrogante que se convirtió en un lugar común no exento de ironía por lo reiterativo. La desaparición de cualquier atisbo informativo en una prensa controlada por la censura gubernativa, así como que no se detuviera al autor o autores, hicieron suponer que la mano inductora se encontraba en los lugares de un poder capaz de echar sobre el asunto el telón del olvido.
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