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inés gallastegui
Martes, 13 de septiembre 2016, 07:07
"Hoy voláis conmigo», anuncia un sonriente Armin Schmieder a sus seguidores a través de Facebook Live tras ponerse su traje de alas y su casco con cámara en el pico suizo Alpschelehubel, a 2.300 metros. A continuación, guardó el móvil y saltó al ... vacío, pero ya no se transmitió ninguna otra imagen. En los siguientes 25 segundos se oyó el susurro del viento y de pronto, un grito y una sucesión de golpes.
Luego solo los mugidos y los cencerros de las vacas que pastaban en el prado donde horas después sería hallado el cadáver. La brutal muerte del joven italiano residente en Alemania, 28 años y un hijo, es la penúltima de las quince que se han registrado en el último agosto. Demasiadas, incluso para el más extremo de los deportes extremos: el salto BASE, que hace realidad el viejo sueño del hombre de volar como un pájaro.
«La gente está saltando con menos seguridad», asegura Brad Patfield, instructor australiano de esta disciplina y redactor de la lista de fallecidos de la revista digital BLiNC, que ha contabilizado desde 1981 un total de 306 bajas. 260 de 2000 a hoy.
¿Son muchas o pocas? Nadie lo sabe. Al tratarse una disciplina libre para la que no son obligatorias ni una formación reglada ni una licencia, no resulta posible controlar a sus practicantes. Se sabe que cada vez son más. En gran parte, por el efecto llamada de los impresionantes vídeos de pilotos con aspecto de superhéroes volando a casi 200 kilómetros por hora sobre paisajes espectaculares. La aparente facilidad con que surcan el cielo da alas a deportistas sin suficiente experiencia. El deseo de apurar el verano el mal tiempo y la nieve dificultan este deporte es otro factor que explica la alta mortalidad.
Lo que diferencia el salto BASE del paracaidismo clásico es que el lanzamiento se produce desde un punto fijo, no desde una aeronave. El primer hito se remonta a 1783, cuando el inventor del paracaídas, Louis-Sébastien Lenormand, saltó desde la torre del observatorio de Montpellier. Pero esta práctica no fue bautizada como tal hasta 1978. Ese año Carl Boenish inventó el acrónimo con las palabras inglesas Building, Antenna, Span y Earth. Es decir, el tipo de puntos fijos desde los que se realiza la salida: edificios, antenas, presas o puentes y montañas o acantilados.
Kjerag, en Noruega; El Capitán, en el parque de Yosemite, en Estados Unidos; Monte Brento, en Italia; Chamonix, en Francia y Lauterbrunnen, en Suiza, son lugares icónicos para esta práctica, de la que existen tres modalidades básicas: la caída libre con paracaídas casi vertical, el tracking suit que se hincha un poco y permite al saltador alejarse unos metros de la pared y el wingsuit o traje de alas, con el que el piloto planea, dependiendo del modelo, a razón de hasta tres metros hacia adelante por cada metro de descenso.
4 saltadores BASE han muerto desde 2002 en España, donde practican unas 40 personas.
-Alvaro Bultó | El presentador y deportista perdió la vida en agosto de 2013, a los 51 años, durante un salto en los Alpes suizos al impactar contra un saliente de roca. Un año antes había tenido un percance en Benidorm.
- Darío Barrio | El chef encontró la muerte en un festival en homenaje a Álvaro Bultó. Abrió el paracaídas demasiado tarde. Su muerte no está en la lista internacional de víctimas del salto BASE porque se lanzó desde un paramotor.
- El primer español víctima de este deporte fue Jorge Juan Domenech, en 2002. El último, Abraham Cubo, en 2014. Ambos murieron en Monte Brento (Italia). Carlos de la Fuente, en Lauterbrunnen hace seis años.
En la historia ha habido muchos intentos fallidos de incorporar alas de ave al cuerpo humano. Los actuales trajes, que cuestan entre 1.000 y 1.800 dólares, se han perfeccionado en los últimos siete años para imitar el diseño de la ardilla voladora: gracias a la membrana de nylon entre las piernas, entre los brazos y en el tronco, el deportista planea y controla su trayectoria mediante leves movimientos de sus miembros.
Para aterrizar, calcula a ojo cuando se encuentra a entre 100 y 200 metros del suelo para abrir un paracaídas. Según la lista de BLiNC, el número de muertes ha pasado de entre una y cinco al año en las décadas de los ochenta y los noventa a superar la veintena a partir de 2013. El récord se ha alcanzado en solo ocho meses de 2016 con 31. Este año, 20 de los saltadores fallecidos llevaban traje de alas y otros 7, tracking suit. Solo 4 se mataron en una caída libre.
«Hay un proceso de aprendizaje y hay que respetarlo», advierte Mireia Miró, miembro de la Asociación Española de Salto BASE (AesBASE). Existe un consenso generalizado en que es necesario haber realizado antes un mínimo de 200 saltos en paracaídas desde aviones, globos, parapentes o cualquier aeronave que aporte suficiente altura y espacio para que los errores no cuesten la vida a los principiantes. Los primeros saltos desde un punto fijo han de ser caídas libres en paredes fáciles, después con tracking suit y, finalmente, con wingsuit, empezando, eso sí, por el modelo más pequeño. «Comencé hace tres años a raíz de una lesión y he hecho unos 240 saltos BASE, de ellos 40 con wingsuit», explica la campeona del mundo de esquí de montaña, de 28 años.
No se siente capacitada para probar aún las alucinantes pero arriesgadísimas líneas a ras del suelo, el acantilado o los árboles que se han puesto de moda en los últimos tiempos. «Hace falta saltar durante muchos años para hacer proximity, pero la gente ve los vuelos en las redes sociales, le parecen chulísimos y quiere hacerlo todo demasiado rápido; no ve la preparación que hay detrás. Hay que abordarlo con mucha calma y mucho respeto», asegura la manager del equipo Atomic.
Brad Patfield, alias 'Patto', de 38 años, está de acuerdo. «Acumulé 400 saltos BASE y cinco años de experiencia antes del primero con traje. Pero hay principiantes que saltan con la go-pro desde el primer día y están más preocupados por conseguir buenos ángulos con la cámara que en estudiar los aspectos técnicos del salto».
Para Richi Navarro, presidente de AesBASE, la clave para evitar ccidentes no es aplicar restricciones legales a esta práctica deportiva que se transmite de persona a persona, sin cursos ni escuelas, sino mejorar la educación. «Hay pilotos que asumen riesgos que yo no pienso asumir nunca, pero nadie se lo puede prohibir», enfatiza este bombero leridano de 35 años que atesora 400 saltos, la mitad enfundado en sus alas de nylon.
"Estamos muy cuerdos"
A diferencia de las amplias comunidades de países como Estados Unidos, Noruega, Suiza, Italia o Australia, en España los saltadores BASE son como una familia. Se conocen todos. «Habrá unas 70 personas que han saltado alguna vez, 40 que lo hacen de vez en cuando y solo 20 que practican de forma habitual», calcula Navarro. Y esta pequeña familia es muy celosa de lo suyo: le molesta que los medios solo se acuerden de este bello deporte tras un accidente. O de quince.
Richi se encoge de hombros cuando se le recuerda que hay quien les tilda de locos: «Pues viva la locura». Y añade: «La mayoría de nosotros estamos muy cuerdos y, dentro de que se trata de un deporte de riesgo, somos conservadores. Cada uno se pone sus límites. Yo nunca haría algo que me diera miedo».
Lo que sí sienten los pilotos es el adictivo subidón de adrenalina que provoca el salto al vacío. «Y después, cuando se abre el paracaídas, la paz», describe Mireia. «No soy una persona espiritual ni de niño soñaba con volar», cuenta 'Patto'. «Amo la montaña y el salto BASE combina el senderismo y la escalada con el paracaidismo para bajar de forma segura después de haber alcanzado una cumbre», añade. «Cada uno siente cosas diferentes, pero todos tenemos en común la sensación de libertad y de máximo contacto con la naturaleza», resume Richi Navarro. «Mucha gente sueña con volar. Nosotros solo tenemos que recordarlo».
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