![Las guardianas de las bellas artes](https://s3.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/pre2017/multimedia/noticias/201612/11/media/cortadas/arte%20(2)-kBzF-U21605038502SiG-575x323@Diario%20Montanes.jpg)
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antonio paniagua
Domingo, 11 de diciembre 2016, 15:26
Son la presencia discreta que acompaña a dos obras maestras del patrimonio artístico español: Las meninas, de Velázquez, y el Guernica, de Picasso. Inmaculada González y Pilar Morlón son vigilantes de los museos del Prado y el Reina Sofía, los centros que atesoran los dos lienzos más observados del país. Inma y Pilar se consideran unas privilegiadas. Y eso que su trabajo a veces es ingrato. Tienen que reprender a los obsesos que hacen fotos a todas las pinturas a pesar de estar prohibido y afrontar avalanchas de turistas en ocasiones ingobernables. Las dos son memoria viva de ambas pinacotecas. Testigos de la intrahistoria del Prado y el Reina Sofía, se saben al dedillo los secretos de los dos cuadros a fuerza de escuchar a los guías.
Inmaculada González es una institución en el Prado. Ella, una suerte de tercera menina (tanto tiempo lleva junto a las dos del lienzo), fue la primera mujer que ingresó en el cuerpo de vigilantes del museo, allá por 1982. Ahora este grupo profesional lo nutren mayoritariamente mujeres. A sus 57, ha visto de todo. Son 35 años trabajando en el edificio diseñado por Juan de Villanueva. «Junto a El jardín de las delicias, Las meninas es uno de los cuadros ante los que más se detiene la gente», dice. Sabedora de incontables anécdotas (a su vera han pasado reyes, ministros, jefes de Estado, actores y famosos de toda laya), ha observado a gente conmovida por las pinturas, a sabios anónimos, a copistas impenitentes, pero también a personas que tienen un lío mental considerable. «No es raro que pregunten por Las meninas de Goya. Nos hace mucha gracia porque demuestra que ni saben lo que vienen a ver».
Pilar Morlón lleva trabajando en el Reina Sofía desde hace 16 años. No oculta que cuando vio por primera vez el Guernica sintió una gran desazón. «Me produjo tristeza. Me decía: ¿No podía ser mas bonito este cuadro en color? No era la única, me di cuenta de que había más gente que pensaba como yo. Al final he empezado a entender el mural a base de estar trabajando aquí». Pilar, también de 57 años, no se queja de ningún aspecto desagradable de su trabajo, aunque a veces llega a casa con jaqueca porque la resonancia de algunas salas hace que las voces retumben en su cabeza de manera muy molesta.
Son muchas más las gratificaciones que le procura su quehacer diario. El incidente que más le ha asombrado estuvo protagonizado por un grupo de turistas japoneses. «Había llegado la hora de preparar el cierre, con el que tenemos que ser muy estrictos porque el museo se tiene que ir vaciando poco a poco. En esto se presentaron los japoneses, que quedaron muy decepcionados porque al día siguiente debían marcharse. Pusieron tal cara de pena que les dejamos pasar. Y entonces, como gesto de gratitud, se arrodillaron ante nosotros, los vigilantes».
En otra ocasión un cirujano jubilado de muchos años enseñó a la vigilante dónde se encontraban los quirófanos y estancias del antiguo hospital, que ahora es sede del Reina Sofía. No en balde el inmueble alojó en su día el Hospital General de Madrid, un edificio de estilo neoclásico del siglo XVII que cerró en 1965. Aún hoy persisten leyendas que hablan de supuestas apariciones y fantasmas, ya que el antiguo sanatorio se asienta sobre un cementerio de mendigos, niños abandonados y enfermos mentales.
Espejo. Las meninas se pintó en 1656 en el Cuarto del Príncipe del Alcázar de Madrid, donde transcurre la escena. En el espejo se ven reflejados los rostros de Felipe IV y Mariana de Austria, padres de la infanta y testigos de lo que acontece.
En el MoMA. El Guernica nació para formar parte del Pabellón Español en la Exposición Internacional de París, de 1937. Ante el estallido de la guerra, el artista decidió que la pintura quedara bajo la custodia del MoMA de Nueva York.
«Se emocionan muchísimo»
Pese a verlo todos los días, a Inmaculada aún le impresiona el lienzo estrella del Prado. «Cuando lo miras es como si te introdujeras en él, como si te robara el espacio. Es magistral y reconozco que es una de las mejores obras que tenemos del Barroco».
Igual o mayor admiración siente Pilar por el Guernica, si bien Picasso prefería suscitar en el espectador un sentimiento que agitara y convulsionara su ánimo. A la vigilante del Reina Sofía le estremece la reacción de los ancianos que aún recuerdan la devastación de la Guerra Civil. El salvaje bombardeo de la villa vizcaína el 26 de abril de 1937 conmocionó a Pablo Picasso. Solo en el segundo vuelo, los aviones de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana dejaron caer sobre la población 1.300 kilos de bombas. «La gente muy mayor llora al verlo. Además en la otra sala hay piezas sobre la Guerra Civil. Cuando ven todo esto se emocionan muchísimo, se sienten identificados porque regresan los recuerdos».
El año que viene se celebra el 80 aniversario de la creación del Guernica y 25 de la llegada del cuadro al Reina Sofía. El museo quiere que la efeméride se conmemore como la ocasión merece y cale en la sociedad. El principal evento será la exposición Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica. Allí estará Pilar Morlón, siempre respetuosa con el público, advirtiendo con delicadeza de que se abstenga de traspasar el umbral de seguridad que protege al mural. «Aunque no sea nuestro cometido específico, a veces tenemos que guiar al público, porque el museo es muy grande y hay gente que se pierde».
No sólo se pierde la gente, sino también otras muchas cosas. El Prado tiene una oficina de objetos perdidos que se puede jactar de disponer de un magnífico surtido de teléfonos móviles extraviados. «Se dejan paraguas, cámaras de fotos, de vídeo Aunque existe una oficina para recuperarlos, muchas cosas permanecen aquí sin que nadie venga nunca a reclamarlas».
Con dos horas no basta
Tanto Pilar como Inmaculada han visto crecer sus museos y han sido espectadoras de cómo el Prado y el Reina Sofía sufrían aludes de visitantes, sobre todo a partir de sus ampliaciones. Las dos son remisas a reconocer que su trabajo también tiene inconvenientes. Al final Inmaculada admite que el horario gratuito ha permitido el acceso al Prado de gente que quiere ver en dos horas lo que precisa semanas, meses... quizás años de contemplación. Por añadidura, les interesa más ser los protagonistas de un acontecimiento inusual que el arte propiamente dicho. «En dos horas se pueden ver dos salas como máximo, pero no todo el museo. En el horario normal viene más en gente en grupo, con sus guías, de manera que el trabajo resulta más relajado».
Vigilar las salas exige paciencia y atención infinitas, gastar mucha suela de zapato y sufrir dolores de espalda. Un trastorno que Inmaculada combate moviéndose todo lo que puede. «A mí, por ejemplo, no me gusta sentarme. Me agrada más andar y patear las salas. Pero es cierto que terminas cansada, sobre todo de la espalda y los pies». Pilar tiene varices, si bien vienen de antiguo. «Durante algunos años trabajé en el comercio, en Galerías Preciados, pero me marché cuando tuve un hijo que nació con una enfermedad grave», cuenta.
Los asiáticos, especialmente japoneses y coreanos, campan a sus anchas por el Prado y el Reina Sofía. «Los japoneses suelen ser los más entusiastas, sin despreciar a los demás. Son los turistas más educados», explica Morlón. Una impresión que corrobora Pilar: «Cuando vienen al Reina Sofía alucinan»
Con el tiempo, y pese al incremento de visitas y a la ampliación diseñada por Rafael Moneo, en el Prado se ha reducido el número de vigilantes debido a la omnipresencia de cámaras y a los avances en materia de seguridad. Inmaculada desmiente el tópico de que los niños son los visitantes más problemáticos. Y aclara que los más conflictivos «de lejos» son los adolescentes.
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