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José Carlos Rojo
Domingo, 22 de enero 2017, 07:37
Quizá desconcierta asumir que ya no existe diferencia entre mundo virtual y mundo real. Nadie desconfía ya de una transacción bancaria realizada por internet, aunque en la práctica no llegue a palpar los billetes. La compañía estadounidense de comercio electrónico Amazon gana usuarios cada ... año y las grandes cadenas de alimentación empiezan a multiplicar el número de camiones que reparten las compras digitales. Los más escépticos llegaron a pensar que ciertos mercados, sea el musical, el audiovisual o el periodístico, sucumbirían a esta nueva realidad; pero al final el peso de la lógica ha mandado. Internet no es un añadido a la vida real, sino que buena parte de la realidad sucede en la red. Y como es lógico, lo bueno cuesta dinero.
Las últimas cifras de cine a la carta en streaming de Netflix indican que la compañía estadounidense suma ya cerca de 95 millones de usuarios en todo el globo. Ocurre algo parecido con la aplicación de música online Spotify, que computa a día de hoy 20 millones de suscripciones en todo el mundo. Hoy en día, grandes referentes del periodismo mundial como el Financial Times, The New York Times y The Times tienen más ingresos precedentes de sus suscriptores que de la publicidad.
Ocurre que el laberinto de Internet se está convirtiendo en una gran selva donde vale todo. Es difícil distinguir entre la verdad y la mentira; entre el bulo y lo cierto. Los caminos hacia los objetivos están plagados de peligros y la descarga libre alberga trampas de quienes se esconden tras ese cebo para lograr fines perniciosos. Y por qué no decirlo, el tiempo es un bien escaso y a nadie le apetece perderlo en una búsqueda interminable y a veces infructuosa. Parece que los 95 millones de usuarios de Netflix en todo el mundo decidieron hace tiempo pasar de las descargas ilegales y pagar por ver un cartel interminable de cine y series en streaming.
En el décimo aniversario de la compañía, ese catálogo se ha plagado también de producciones propias. Algunas, como la serie Stranger things, se han convertido en sonados éxitos mundiales. Otras están ayudando a cambiar definitivamente el medio, al revolucionar las formas de producción e incluso el modo de consumir productos audiovisuales.
Netflix produce, pero también compra contenidos a productoras independientes. Incluso los 80 minutos de duración media de una película ya no tienen sentido como standar porque el consumo de títulos en los dispositivos móviles reduce el índice de atención del usuario.
Su cartelera es mucho más variada que la del videoclub más grande que jamás haya existido y sus títulos viajan de los orígenes del cine a los últimos estrenos en las salas. Además, la posibilidad de instalar su aplicación en ordenadores, tabletas, móviles y televisores inteligentes lo convierten en una herramienta que ahorra muchos quebraderos de cabeza. Es, de hecho, una de las primeras plataformas españolas que se han atrevido con los contenidos en resolución máxima (4K) al menos en su versión premium y la permisión de varias licencias en un mismo paquete abre la posibilidad a que hasta cuatro usuarios puedan contratarlo de forma conjunta.
Música sin pausa
Hace escasamente cinco años, nadie podría pensar que un modelo de escucha musical online basado en el pago podría funcionar. Por aquel entonces las descargas ilegales continuaban destruyendo el mercado discográfico. Hoy, Spotify ha resultado más eficaz contra la piratería que la acción de los jueces y la Administración. La empresa sueca presume de 75 millones de usuarios activos, 20 de ellos de pago. Su persuasión hacia el abono es eficaz y tiene que ver sobre todo con la eliminación de la publicidad, en la mayor parte de los casos cuidadosamente elegida para que pueda resultar incluso irritante. En medio de una escucha plácida de Chopin puede saltar el anuncio de los últimos éxitos de reggaeton.
El streaming se ha convertido en la forma favorita de escuchar música de los españoles, que por 10 euros escasos al mes tienen al alcance de la mano un repertorio infinito con escasas ausencias, aunque importantes, como los Beatles, Neil Young o Taylor Swift, y con la posibilidad de escucha sin conexión a Internet. El invento es ya uno de los salvadores de una industria musical agónica, que solo encuentra salida a través de los directos en un mundo en que desaparece la sección de discos de las tiendas.
La información ya es digital
Si existe un ámbito especialmente cambiante en su vertiente digital es el de la prensa. Las redes sociales, la cultura de la imagen y los blogs construyen un entramado interminable para todo contenido etiquetable como actualidad. Pero, ¿es eso periodismo? Para los más de cuatro millones y medio de usuarios de Financial Times, por poner solo un ejemplo, parece que no. El prestigioso periódico fundado en 1888 ha sabido monetizar precisamente ese valor, el prestigio. En 2007 decidió implantar un sistema de contador que solo permite leer gratuitamente unos cuantos artículos al mes. Según los datos más recientes, los suscriptores suponen ya el 70% de los 720.000 con que cuenta el periódico. Nunca antes habían sumado tantos lectores de pago. Le fue a la zaga The New York Times, que decidió imitar su sistema y también estableció en 2011 un muro de pago con el contador. Al principio fue recibido con escepticismo. En la era del gratis total, con tantos caminos posibles hacia la información, poca gente apostaba por rentabilizar el mismo modelo en un diario generalista. Lo cierto es que cuando sumaron 675.000 suscripciones pensaron que habían tocado techo. A día de hoy superan el millón y la tendencia es al alza.
La era de la información en internet vuelve a dejar patente la necesidad de saber diferenciar entre el rumor y la información veraz y contrastada, entre el llamado periodismo ciudadano y el profesional. Esa diferencia principal no se encuentra solo en la calidad del texto, el vídeo o la imagen;tampoco en el criterio periodístico, que en cualquier caso envuelve la información bajo un manto de espíritu crítico. La principal cualidad del periodismo profesional es el rigor. Como otras cosas en la vida, solo un profesional puede garantizar el verdadero contraste de la noticia y la calidad de la fuente. Y en este ámbito, el mundo digital abre un nuevo panorama de posibilidades para la prensa.
La limitación del papel arrastraba limitaciones de lenguaje que se suplían con otros medios,pero internet abre un mundo de posibilidades. Las historias se pueden contar ahora con múltiples lenguajes, juntos o por separado, y con una inmediatez que alcanza cotas extraordinarias. El vídeo, que gana peso en las páginas digitales de los periódicos tradicionales, sirve de gancho para los usuarios más jóvenes, que encuentran en la imagen en movimiento un lenguaje familiar y mucho más atractivo en un tiempo, éste, en que el mundo parece caminar a más velocidad de lo que lo ha hecho nunca.
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