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CÉSAR COCA
Santander
Domingo, 3 de febrero 2019, 10:39
Hacer una entrevista a Arturo Fernández sobre el escenario es, paradójicamente, adentrarse en un espacio que se diría doméstico. Porque es aquí, en un lugar habitualmente expuesto a la mirada de centenares de espectadores, donde transcurre su vida. «Cuando no estoy actuando, me aburro. Los ... días de descanso de la compañía son para mí los peores de la semana. Y el tiempo entre el final de una obra y el estreno de la siguiente se me hace muy largo». Lo dice sin aspavientos, apenas unas semanas antes de cumplir unos 90 años que parecen increíbles a cualquiera que lo vea caminar derecho como una vela y moverse con naturalidad por la amplia suite en la que transcurre la acción de la obra que lo ha tenido ocupado los dos últimos años: 'Alta seducción'. Es una tarde de invierno en un día de función, y el actor asturiano hace bromas mientras posa para el fotógrafo y pide que cambien la tonalidad de la luz que ilumina el escenario del teatro Amaya. En cuanto acabe la conversación, descansará un poco si le dejan las admiradoras que van llegando con tiempo a la sala y quieren saludarlo y decirle qué guapo está, y se preparará para interpretar una obra que durante dos horas no le permitirá ni un segundo de respiro. Lo suyo es casi sobrenatural.
- De la primera infancia tengo recuerdos muy alegres, aunque había escasez, pero la gente cantaba en las casas y los niños jugábamos en la calle con absoluta tranquilidad con una pelota de goma. Las puertas de las casas estaban abiertas. Éramos felices, o al menos ese es mi recuerdo. Y los Reyes Magos siempre me trajeron algún tren o avión hecho a mano en madera.
- No, yo no tuve mucho contacto con ellos. Mi padre era mecánico ajustador del ferrocarril minero de Langreo. Era un obrero muy capaz y muy valorado por sus jefes y compañeros. Cenetista, anarquista por ideología. Y entonces sí existían las ideologías.
- De interior derecho, y le pegaba bien con los dos pies. Me vieron jugar en la playa y vinieron a contratarme para el Oriamendi, que entonces estaba en Segunda. Pero no era posible porque aunque medía 1,82 solo tenía 13 años. Diez o doce después, un amigo me comentó que yo podría haber sido otro Di Stefano. Claro que no me lo creí demasiado porque cuando me lo dijo él estaba en un manicomio (se ríe abiertamente).
- En Gijón, porque mi padre tenía responsabilidades políticas en los comités de la CNT. No tengo demasiados recuerdos. Siempre he tenido una facilidad especial para borrar de mi memoria los malos. Y creo que un episodio tan tremendo, se viviera en el bando en el que se viviera, solo merece ser recordado para no olvidar jamás que no puede repetirse.
- Nuestra vida, la de mi madre y la mía, fue sin duda difícil, pero ni más ni menos que la de los que pertenecían al bando ganador. Éramos clase obrera que convivía en el mismo edificio con clase obrera perteneciente al bando 'nacional'. No éramos enemigos por eso. Simplemente vecinos que se ayudaron antes, durante y después de la guerra. Por eso yo no puedo entender el tema de la Memoria Histórica.
- Cuando la guerra terminó se acabaron los rencores. Todas las familias querían y debían perdonar y ser perdonadas. De hecho quien más nos ayudó en los primeros años de la postguerra fue una familia de una aldea cercana a Gijón. Mi padre había salvado al padre y dos hijos de ser fusilados. ¿La razón para condenarlos? Que iban a misa. Mi padre se opuso a su ejecución alegando que él había sido monaguillo. Por eso me parece tremendo que 80 años después alguien intente remover rencores.
Sentado en la butaca desde la que en la función dialoga con el personaje encarnado por Carmen del Valle, explica que dejó la escuela a los 12 años y sin haber aprobado prácticamente nada. «No me gustaba estudiar. Nunca pude imaginar que, con las vueltas que da la vida, mi destino iba a ser estudiar, estudiar, memorizar textos y más textos». Así que se puso a trabajar para ayudar a su madre, y desempeñó las tareas más dispares: se enroló en un barco, estuvo en un taller electromecánico, vendió corbatas en un gran almacén y distribuyó chocolate de estraperlo. Incluso falsificó un carnet para poder boxear aun siendo menor de edad. «Me pagaban 200 pesetas por combate mientras mi madre solo ganaba 28 a la semana. Pasó mucho tiempo hasta que se cruzó en mi vida la vocación de actor». Tenía 20 años cuando llegó a Madrid «con una maleta de cartón cargada de sueños, 300 pesetas y una carta de recomendación (diciendo que era un buen chico) de un policia vecino de Gijón para que me aceptaran en alguna pensión decente». Pronto se fue a la mili porque allí tenía garantizada «comida y cama». «La hice en Infantería en Logroño. Es una lástima que no haya mili ahora; los amigos que hacías allí eran para siempre». A la vuelta, se puso delante de una cámara y supo que había encontrado su vocación.
- Claro. Ellos eran ya figuras... eran mi meta. Luego, gracias al gran director catalán (grande y olvidado) Julio Coll, tuve ocasión de compartir cartelera con Closas en mi primer éxito en la pantalla, 'Distrito Quinto'. Ahí comenzó a consolidarse mi carrera cinematográfica.
- En aquella época estaba a caballo entre Madrid y Barcelona. Eran ciudades con una vida social intensa, llena de gente bien vestida, con ganas de divertirse, de bailar, había múltiples fiestas en las casas... Tuve la inmensa suerte de desenvolverme en todo tipo de círculos pero no coincidí con ningún ácrata ni libertino. Seguro que me perdí algo, pero me divertí enormemente.
- Muy bien. Aprendía a moderar la interpretacion dramática gracias a la comedia y a no hacer histriónica la comedia gracias al drama. Fueron años de aprendizaje de gran utilidad para el bagaje de un actor. Sobre todo de un actor sin 'método'.
- Echo de menos, y cada vez más, buenos autores de alta comedia, porque de drama siempre hay. Defiendo que no hay género más dificil que la alta comedia. Pero si hablamos de Tennessee Williams y 'Dulce pájaro de juventud', eso son palabras mayores. Fue un reto muy gratificante. De hecho, aún hoy si alguien me pide que elija una pieza de mi repertorio, no lo dudo: el monólogo de mi personaje, Chance, en esa obra; lo sigo sabiendo de memoria.
- Creo que esos 'expertos' exageran... Indudablemente era un actor joven y de moda en aquel entonces. Conocí a la que fue madre de mis tres maravillosos hijos y sentí que era el momento y la persona con la que formar una familia. Y claro que cambió mi vida; a partir de ahí ya tenía otras responsabilidades. Y créame: siempre he estado muy comprometido con mis responsabilidades personales y profesionales.
- ¿Y quién dice que modernidad y conservadurismo son contradictorios? No hay nada más moderno ni más progresista que intentar conservar aquello que merece la pena. A ninguno de los dos nos ha parecido nunca que el matrimonio aportara más a nuestra relación, que me atrevo a calificar como perfecta. Con todos los altibajos que implica una relación real de pareja, claro está.
La vinculación de Arturo Fernández con el teatro tiene algunas características peculiares. Por ejemplo, no acude nunca como espectador. «Si voy y me gusta, me fastidia no haberla hecho yo; y si no me gusta, no puedo perder dos horas». Sí ve en cambio películas españolas de los cuarenta y cincuenta, interpretadas por grandes actores que habían desarrollado lo mejor de su carrera en la escena. Otra peculiaridad es que nunca ha tenido amigos en la profesión. «Hay rivalidad entre intérpretes -y eso es bueno-, pero no amistad. Mis amigos han estado siempre fuera del teatro». No puede evitar una amplia sonrisa cuando, a modo de aval irrefutable de lo que acaba de decir, apostilla: «Prueba de ello es que nunca salí con ninguna actriz, aunque me gustara».
- Desde mucho antes de la Transición. Durante el tardofranquismo había que ser de izquierdas para ser valorado artística e intelectualmente. ¿Ejemplos? Mi querido Paco Rabal, Saura, Buero Vallejo, Goytisolo, Gades... y un larguísimo etc.
- A mí solo me importa la opinión del público. Es el único crítico al que sigo fielmente y se rige por criterios menos contaminados y más auténticos. Soy consciente de que expresar respetuosamente mi opción política me ha situado como actor fuera del círculo de los llamados intelectuales. Me divierte ver cómo otros viven como burgueses, actúan como burgueses y se manifiestan de izquierdas para entrar en ese 'olimpo intelectual'.
- Desde la perspectiva de un actor que ha tocado todas las claves, no hay género más difícil que la 'alta comedia'. Hablo de alta comedia, no de parodia ni de comedia bufa, que es tan fácil como esconderse detrás de un personaje doliente y torturado por sus demonios internos.
- Más que un mecanismo de defensa, que quizá tambien tenga un componente de ello, es una bendita conexión con el público. Es un privilegio para un actor que el público te permita crear un personaje. No hacerlo es, de alguna manera, traicionarlo. Pero le aseguro que es un personaje, no soy yo en absoluto.
- Le agradezco esa opinión. Si es así se debe sin duda a que mi escuela fue aprender de los mejores: actores, escritores, pintores, periodistas, médicos, aristócratas. Cuando se carece de formación académica, tienes que aplicarte mucho en ver y escuchar.
- Sintió la misma incredulidad y orgullo que su hijo.
- No hay nadie en la Historia del teatro en España que haya tenido una compañía con una trayectoria tan larga. Y le aseguro que trabajar sin subvención alguna es el mayor riesgo que se me ocurre. Siempre he presentado en escena obras que me han fascinado, pensando en el público, que en definitiva es el destinatario de mi esfuerzo.
- No. Creo que el cine y yo nos desenamoramos hace tiempo. Me dio un nombre y siempre se lo agradeceré pero desde que pisé las tablas supe que mi vocación era el teatro.
- Pues imagine con casi 30 más. Ahora solo pienso en que como la ciencia avanza tanto seguro que me van a a quitar esos 30 años de encima.
- Es cierto, me aburro que me mato fuera del escenario. Pero es algo más: llegar a una de nuestras maravillosas ciudades, reencontrarme con personas queridas, acudir a los hoteles y restaurantes de siempre, ver llenarse ese teatro... Y, sobre todo que me digan por la calle: «Estás más guapo que el año pasado». Imposible pensar en retirarme; además, dejaría de ser joven.
- Vértigo no. Responsabilidad. Y tengo una mayor dificultad para encontrar papeles en los que encajar con naturalidad.
- No me gustaría un final tan dramático, la verdad. ¡Ya sabe que lo mío es la alta comedia! Pero diez minutos después de que el público hubiera salido, no estaría mal... Aunque lo que de verdad me gustaría es quedarme aquí por lo menos 90 años más.
- No me gustaría irme, así que no tengo frase. En la próxima entrevista que me haga quizá ya lo haya pensado.
- A veces me preocupa por aquello de que dicen que la felicidad es un estado reservado a los tontos. He sido y soy un hombre fundamentalmente feliz. ¿Cómo no serlo?: trabajo en lo que me gusta, gusta lo que hago, tengo una familia maravillosa, vivo bien, gozo de buena salud para mi edad, disfruto de buenos amigos, me encanta mi tierra, tengo ilusión y ganas de vivir, me quedan muchas cosas por hacer, me siento a gusto conmigo mismo porque sé que no he hecho mal a nadie al menos a sabiendas. ¿No es para sentirse feliz?
Nació el 21 de febrero de 1929, en Gijón. Dejó la escuela a los doce años.
Carrera: Ejerció oficios diversos en sus años jóvenes: estuvo enrolado en un barco de pesca, fue mecánico y vendedor en unos grandes almacenes. Incluso fue boxeador. Llegó a Madrid con 20 años y a partir de ahí sus contactos con el cine empezaron con pequeños trabajos de extra. Su debut en el teatro se produjo en 1954. En 1966 creó su propia compañía, junto a Conchita Montes y Adolfo Marsillach. Ha interpretado obras de Neil Simon, Tennessee Williams y numerosos autores españoles, de Joaquín Calvo Sotelo a Jaime Salom y María Manuela Reina. En el cine, ha participado en más de medio centenar de títulos dirigidos por Rafael Gil, Antonio Drove, Julio Coll, Juan de Orduña y Pedro Olea, entre otros. En TV ha hecho las series 'La casa de los líos' y 'Como el perro y el gato'.
Premios: Ha recibido la Medalla al Mérito en Bellas Artes y los premios Nacional de Interpretación, Ercilla, Círculo de Escritores Cinematográficos, Crítica de Barcelona, Nacional Pepe Isbert, Sindicato del Espectáculo y otros.
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