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Uno de los escondites fotográficos ('hides') de la laguna del Taray, en Quero (Toledo). Luis Frechilla
El pájaro que no se pone a tiro

El pájaro que no se pone a tiro

Fotógrafos de todo el mundo acuden a una laguna de Toledo a la caza de aves como el avetoro, la especie más esquiva de las más de 200 que se pueden observar en ese humedal manchego. «Llevo 51 años con la cámara a cuestas y en mi vida he fotografiado un ejemplar», dice uno de los aficionados

Sábado, 25 de mayo 2024, 19:01

La laguna empieza a despertar. Un aguilucho lagunero, en la lejanía, planea majestuoso en los aires. Otro, más cerca, gira y gira pausadamente en mitad de un cielo azul. Más abajo las urracas saltan y levantan sus colas negras. El carrizal que lleva al agua se mece con suavidad. Las lluvias han pintado de verde la campiña manchega moteada de amapolas que extienden su manto rojo entre las margaritas. El trino de un ruiseñor escribe con ardor la crónica musical de una mañana luminosa, radiante y primaveral. Al paisaje sonoro pronto se le unirá un coro de sinfonías emplumadas. Zampullines, somormujos, carriceros, carracas, los estridentes rascones... cuando la naturaleza habla, el silencio resulta aún más sedante. No es de extrañar que hasta estas tierras toledanas vengan profesionales fatigados por el estrés y la tensión de sus quehaceres diarios, con ganas de hacer un alto en el camino, tomar aire y volver al tajo con las pilas oxigenadas.

Estamos en la finca El Taray, una pequeña obra de arte de la naturaleza en mitad de la llanura manchega, un hábitat natural dominado por tarays (de ahí el nombre), olivares y campos de cereales que abrazan una gran laguna que expande sus brazos por canales que empapan el paisaje hasta conformar un área inundable de 400 hectáreas. Decenas de especies de aves han encontrado en este humedal su paraíso. La finca, propiedad de la familia Oriol –la O del Talgo– y de unas 1.100 hectáreas de extensión, basaba su actividad recreativa en la caza de patos, pero en los últimos años ha dado un giro de 180 grados para centrarse en otra caza de pájaros, la que persiguen con sus cámaras los aficionados a la fotografía de naturaleza. El turismo de observación de la biodiversidad ha diluido el uso cinegético. Mirar al pajarito es más sostenible que abatirlo de un disparo.

Hasta este enclave en el término municipal de Quero, a menos de hora y media de Madrid, hemos venido de la mano de la Sociedad de Ornitología (SEO/BirdLife) para tratar de columbrar y escuchar al esquivo avetoro, una de las especies que conviven en la laguna y que ahora se encuentra en plena época reproductora.

Declarada Ave del Año 2024, esta garza cuyo canto suena como un mugido, es una de las más amenazadas de España por la pérdida de zonas húmedas. El Libro Rojo de las Aves la cataloga en peligro crítico de extinción, la categoría más grave. El último censo arrojó apenas una veintena de parejas en todo el país, «lo que da una idea de su escasísimo tamaño poblacional», apunta Blas Molina, biólogo y ornitólogo de la ONG conservacionista. La mayoría se concentra en las marismas de Doñana y en los humedales manchegos, como esta laguna entre cuyos juncales se sabe que, al menos, pululan dos ejemplares.

Arriba, el médico navarro Ignacio Moreno, aficionado a la fotografía de naturaleza y uno de los asíduos a la laguna, dispara con su Cannon. Un avetoro camuflado entre los carrizales; y Luis Frechilla, responsable de los hides del Taray, posa en la finca con parte del humedal al fondo. J. A. G y SEO/BirdLife
Imagen principal - Arriba, el médico navarro Ignacio Moreno, aficionado a la fotografía de naturaleza y uno de los asíduos a la laguna, dispara con su Cannon. Un avetoro camuflado entre los carrizales; y Luis Frechilla, responsable de los hides del Taray, posa en la finca con parte del humedal al fondo.
Imagen secundaria 1 - Arriba, el médico navarro Ignacio Moreno, aficionado a la fotografía de naturaleza y uno de los asíduos a la laguna, dispara con su Cannon. Un avetoro camuflado entre los carrizales; y Luis Frechilla, responsable de los hides del Taray, posa en la finca con parte del humedal al fondo.
Imagen secundaria 2 - Arriba, el médico navarro Ignacio Moreno, aficionado a la fotografía de naturaleza y uno de los asíduos a la laguna, dispara con su Cannon. Un avetoro camuflado entre los carrizales; y Luis Frechilla, responsable de los hides del Taray, posa en la finca con parte del humedal al fondo.

Ahí va un espóiler. No vimos ningún avetoro. Ya estábamos avisados de lo complicado de la misión. «Es de las aves más difíciles de observar de toda la fauna ibérica. Su plumaje pardo la camufla perfectamente en los carrizales donde nidifica», explica Molina.

Pero a medida que avanzaba la mañana sí pudimos atisbar un sinfín de aves y escuchar sus melodías. Llevan contabilizadas 220 especies, y cada año los aficionados a la fotografía capturan con sus lentes hasta 150 distintas. Otoño-invierno es temporada de rapaces (como el azor o el águila imperial), grullas, bigotudos y esos bandos de cientos de miles de estorninos que con sus vuelos dibujan caprichosas siluetas entre las nubes. Primavera-verano es el turno de la carraca, el cernícalo, el zampullín cuellinegro, la malvasía o el discreto alcaraván, entre otros muchos.

Para poner los pájaros a tiro, la laguna cuenta con una amplia red de escondites fotográficos (se conocen por el término inglés de 'hides') compuesta por más de 30 estructuras estables que se distribuyen por diferentes hábitats. Son pequeñas cabañas de madera con agujeros por donde observar las aves sin ser vistos. Se alquilan por 150 euros por persona y día o unos 80 si se elige la jornada matinal o la vespertina. Los dirigidos a fotografiar rapaces funcionan de enero a diciembre. Otros abren en épocas concretas en función de la avifauna presente, que varía enormemente a lo largo del año.

Clientela extranjera

Al frente de Avehides El Taray, como se llama este proyecto ecoturístico enfocado fundamentalmente en la fotografía, está el biólogo asturiano Luis Frechilla, de 51 años, que presume de la riqueza ornitológica vinculada a la laguna. Estos días rebosa de agua gracias al generoso caudal del río Riansares tras una primavera más lluviosa de lo normal. «La variedad de especies que tenemos aquí no se ven en cualquier sitio. Muchísimos fotógrafos vienen de fuera de España», cuenta Frechilla.

La reserva recibe cada año a tres mil visitantes, casi todos foteros aficionados. Los extranjeros representan el 70%, con franceses, alemanes, ingleses, portugueses e italianos a la cabeza. Últimamente también llegan clientes de Estados Unidos, México, Colombia y países del Golfo Pérsico.

De los españoles a Luis le sigue llamando la atención «la cantidad de médicos que vienen a avistar pájaros». Su teoría sobre esta notable afluencia, con el gremio de cirujanos a la cabeza, es que buscan un remanso de paz que les relaje del quirófano, las urgencias o la carga asistencial del día a día. «Aquí consigues olvidarte de todo y fundirte con la naturaleza de manera inmediata. Los médicos viven trances a veces dramáticos, y en la laguna su mente y sus ojos se concentran completamente en los pájaros, no hay nada más. La conexión es total», describe.

Cernícalo primilla Camilo Oriol
Aguilucho lagunero Camilo Oriol
Alcaraván Camilo Oriol
Bigotudo Camilo Oriol.
Carraca Camilo Oriol.

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Casualidad o no, nuestra visita coincide con la llegada de cinco galenos navarros que van a compartir cuatro días de observación de aves con dos italianos y otros dos alemanes. Uno de los doctores navarros se llama Ignacio Moreno y trabaja como médico de Urgencias en Sangüesa, aunque en unas semanas dejará de hacerlo porque acaba de cumplir 70 y no puede alargar más una profesión «con momentos muy duros, y también muy bonitos porque salvamos vidas, y en mi caso totalmente vocacional. Yo no me jubilo, ¡me jubilan!», resume la situación.

Hijo y nieto de médicos y acostumbrado a convivir con pacientes a los que hay sacar 'palante' tras sufrir un infarto de miocardio o un ictus, Ignacio, tan apasionado de su oficio como de la fotografía de fauna, reconoce que acude a este enclave a descomprimirse. «He venido aquí como diez veces. Vengo fundamentalmente a evadirme de todo lo que tenemos en urgencias. Y luego porque a los que nos gusta la fotografía de naturaleza es un sitio que no defrauda. Los 'hides' tienen la luz perfecta, que es muy importante, y los posaderos donde paran las aves están muy bien colocados. Siempre sales con alguna foto buena». El año pasado, entre su rosario de capturas, se cobró un azor que acechaba a una presa a ras del agua, y un bellísimo elanio azul, que cazó al vuelo con las alas en 'v'.

18 En peligro crítico de extinción

El número de parejas de avetoro localizadas en el territorio nacional asciende a 18, según el último censo realizado entre 2020 y 2021 por SEO/BirdLife. La mitad fueron detectados en las marismas de Doñana y el resto entre Castilla-La Mancha (en territorios como la laguna del Taray), Aragón, La Rioja, Navarra y Cataluña. La cifra es baja por la dificultad de descubrirlos. Pero corre peligro de extinción por la mala gestión de su hábitat -los humedales- especialmente durante los periodos de sequía, las quemas incontroladas de carrizales, donde cría, y la contaminación de las aguas.

'Armado' con una Canon y un teleobjetivo con funda de camuflaje –un equipo con pinta de no bajar de los diez mil euros sin contar baterías, tarjetas, monopié...–, y una paciencia infinita (la fotografía de pájaros no es para almas impacientes), Ignacio ha tirado cuatro mil fotos solo en la jornada matinal, que inició al alba, sobre las seis de la mañana. En su tarjeta de memoria anidan abubillas, águilas perdiceras y hasta un águila imperial... pero tras cinco horas de espera, ningún avetoro.

«Te dejas los ojos para verlo»

«Llevo 51 años con la cámara y no he logrado pillar nunca uno», confiesa con una sonrisa. «Fotografiar un avetoro es dificilísimo. Te tendrías que meter en los nidos y eso no se puede hacer. Es una de las fotos de aves que me faltan y mira que tengo miles. Cuando has fotografiado casi todo, y yo he ganado concursos y he hecho exposiciones, vas buscando rarezas como el avetoro, pero es muy escurridiza y hay poquísimos ejemplares».

Recuerda una ocasión que tuvo un avetoro a unos pocos metros de distancia, pero no le dio tiempo a 'desenfundar' su Cannon. «Paramos a ver una balsa y cuando llevábamos un cuarto de hora, lo vimos. Tenía el pescuezo estirado y era como un palo perfectamente mimetizado con el carrizal que crece en la orilla de la laguna; en cuanto se sintió descubierto se escabulló escondiéndose entre los carrizos», detalla. Esta fama de 'rara avis' la corrobora Blas Molina: «Se camufla perfectamente. Se queda quieto largo tiempo y es muy difícil de detectar. ¡Hay que dejarse los ojos para verlo!», ilustra.

En la laguna se esconden dos ejemplares. A uno, un individuo joven, lo han visto, y al otro, un macho reproductor, lo han escuchado con su característico mugido con el que marca su territorio y atrae a las hembras. Al más joven, un guía de la reserva, Francesco, logró incluso fotografiarlo hace unas semanas. «Se dirigía con un cliente a un 'hide' de tarde para hacer fotos del aguilucho lagunero. A ese 'hide' se entra por un canalito de agua rodeado de vegetación y el avetoro estaba metido entre las cañas cazando ranas. Lo vieron de pura casualidad. Lo normal es que ni te des cuenta de que está ahí, pero en cuanto percibió que se fijaban en él se esfumó», relata Frechilla. La foto del guía capta el momento en que el avetoro se está zampando unas ancas de rana.

Ninguno de los miles de aficionados que han pasado por El Taray se ha embolsado la pieza más deseada y misteriosa de la laguna, esa joyita alada que el médico de urgencias navarro lleva medio siglo tratando de retratar.

En cambio Luis atesora en su guasap fotos espectaculares de otras aves enviadas por su clientela. Guarda como oro en paño las de Victoria Andrews, una inglesa que vino de 'caza' acompañada de tres amigas fotógrafas. «Me mandó dos fotos de un águila perdicera enfrentándose a un zorro con el mensaje 'Thank you. It was an amazing experience!!!'». Luis rebusca la instantánea en su móvil. La mira y sonríe. «No es el avetoro, pero es un fotón», dice mientras la laguna se sumerge bajo un coro de trinos que musican el último resplandor del atardecer. Pronto anochecerá. Mañana será otro día.

Un avetoro con las ancas de una rana que acaba de capturar en el pico. Francesco Rovedo

Grabadoras ocultas e inteligencia artificial para censar avetoros

Al avetoro se le distingue por su característico canto, un mugido que suena «como cuando se sopla por una botella de vino vacía», explica el ornitólogo Blas Molina. La especie sufre un fuerte declive desde los años 80 por la pérdida de humedales, su hábitat natural en el período de reproducción y cría. Según el último censo, apenas queda una veintena de parejas en otros tantos territorios, entre ellos Doñana y la Mancha húmeda. Al tratarse de un ave tan escurridiza y difícil de observar, los nuevos censos están recurriendo a grabadoras ocultas entre los humedales para registrar su canto. Luego, mediante inteligencia artificial, los expertos procesan y diferencian los sonidos para certificar si son del mismo ejemplar o de varios individuos. El novedoso método ya se ha empezado a utilizar en zonas de cría, pero sus resultados tardarán en conocerse.

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