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Liliana es el perfecto ejemplo de cómo se pueden tener 16 años y estar perfectamente capacitada para dirigir una suerte de ejército de supervivencia. En Chacao, un municipio del estado caraqueño de Miranda en donde hace tiempo que los niños vagan por las calles buscando ... algo con lo que llenarse la tripa, a Liliana, a la que le gusta que la llamen Caramelo, la miran con admiración y respeto. Ella es la líder -en realidad, la 'mamá'- de una banda de jóvenes que luchan unidos por sobrevivir a las violentas peleas que cada día se libran por la basura 'de calidad'. Devastados por la hambruna que asola Venezuela, el país que un día encabezó el ranking de los más felices del mundo, en muchos casos abandonados por sus padres, que han dejado el lugar en busca de una oportunidad, y armados de palos, cuchillos y machetes, conforman el 'ejército' de Caramelo, que no deja de crecer a medida que aumenta la necesidad.
Ella es quien se encarga de dirigir las actividades diarias del grupo y quien decide cuánto consumirá su 'familia' ese día y qué es importante guardar para mañana. También organiza los equipos que deberán acudir a uno u otro sitio en busca de algún desperdicio que llevarse a la boca y se encarga de poner paz cuando la desesperación, la pena o el hambre les juegan una mala pasada. Desde que se supo de su existencia, cada día son más los niños que buscan protección en esta niña que salió de su casa hace ya más de un año decidida a no permitir que la miseria le arrebatase la vida.
87% de las familias de Venezuela sibsisten bajo el umbral de pobreza y el 61,2%, en una pobreza extrema.
Cada día, más delgados. El 64,3% de los venezolanos ha perdido en 2017 un promedio de 11,4 kilos por culpa de la falta de comida.
Colegios vacíos. El 76% de la población escolarizada venezolana, de entre 3 y 17 años, falta a clase por no tener comida.
Para que las cosas funcionen como es debido, Caramelo ha nombrado una especie de estado mayor, algo parecido a un equipo de dirección del que, además de ella, forman parte Paola, su hermana de 14 años, Patricio, su novio de 23, y otros siete compañeros. Ellos son los cabecillas y los encargados de recorrer juntos el distrito en busca de contenedores y bolsas de basura con alimentos que luego compartirán con el resto. Solo cuando las cosas se complican aparecen todos juntos dispuestos a defender con la vida lo que creen que es suyo.
Hace un año, la banda de Caramelo se instaló junto al Centro Comercial Ciudad de Tamanaco, uno de los pocos lugares de Caracas en donde aún hay comida de sobra y se generan los mejores desechos. El problema, ha contado la propia Caramelo al 'Nuevo Herald', es que Las Mercedes, una banda rival del vecindario, también quería esa basura. «Nuestra pandilla fue atacada y la sacaron de la zona. Así que echamos mano de nuestras armas: cuchillos, hondas, pedazos de cristal y machetes. Éramos bastantes y estábamos bien organizados, así que los sacamos de aquí a la fuerza y tomamos Chacao. ¿Por qué? Entre el centro comercial y los restaurantes caros de la zona, aquí hay muchas más posibilidades de encontrar algo de comida».
La realidad es que el problema de las pandillas que peinan las calles de Caracas en busca de algo con lo que aplacar el dolor de estómago es tan grande que incluso los trabajadores sociales y la Policía de la capital venezolana reconocen su existencia. Unas diez bandas, según la ONG Ángeles de la Calle, andan por ahí día y noche espoleadas por el hambre. «En las calles de Venezuela siempre hubo niños callejeros, pero ahora son muchos más porque consiguen más comida en la calle que en sus casas», asegura su portavoz, Beatriz Tirado. Aunque las organizaciones no gubernamentales echan el resto tratando de abrir comedores públicos con los que, en alguna medida, paliar el problema, todo esfuerzo es insuficiente.
Ellos, los miembros de Ángeles de la Calle, curan cada semana a decenas de chavales que aparecen con cortes y golpes que han recibido en las peleas entre bandas y les ofrecen ropa y medicinas mientras los dueños de muchos restaurantes se quejan de la mala imagen que esos muchachos, sucios y hambrientos, ofrecen a sus clientes. También los policías se debaten entre la indignación que provoca sentirse incapaces de acabar con el pandilleo que asola las calles y la pena de ver a tanto chaval muriendo de hambre. Además, aseguran, muchos de ellos no son tan buenos como dicen y roban, asaltan a la gente y fuman crack.
En cualquier caso, los grupos como el que dirige Caramelo no tienen nada que ver con las grandes 'megabandas', una decena de organizaciones criminales que desde hace meses han tomado con una estrategia de terror muchos de los barrios de Caracas: secuestran, controlan el tráfico de drogas y en ocasiones dominan un mercado de armas superior al de las fuerzas policiales que las combaten.
Caramelo no hace caso a las críticas. Hace un año estaba embarazada de Patricio y perdió el bebé por culpa de un enfrentamiento con una banda rival -«Una niña me pegó duro en la panza y lo siguiente que recuerdo es que me desperté en el hospital», ha contado-. Ahora sueña con salvar esta mala época y crecer para poder convertirse en defensora de «causas justas» o abrir una tienda de chucherías que lleve su nombre. Patricio no lo tiene tan claro. Lo que sí sabe es por qué algunos colegas se drogan: «Cuando uno fuma, no tiene hambre».
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