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Laura Velasco
Granada
Domingo, 19 de enero 2025, 13:55
Tere no pegó ojo en toda la noche. Eran los nervios previos a ese día que, según dicen, es de los más felices de la vida de uno. «Me quedé dormida a las 5.00 y a las 7.00 ya estaba de pie. Hasta ... me he caído de la litera». Su rostro no revela que haya dormido mal. Está pletórica, irradia felicidad. Se ha maquillado con esmero. El lápiz de ojos, el rimel, los labios marrones. El blanco impoluto del vestido de encaje, sus sandalias de tacón del mismo color. Y la corona de flores sobre la cabeza, tras la que asoma un tul que da la pista definitiva. Solo con verla, sabes que es una novia dispuesta a pasar por el altar. Una boda, con todas sus letras, pero en una prisión, la de Albolote. Allí se conocieron, se enamoraron y, ahora, se han jurado amor eterno. «Conocernos fue nuestra salvación», sentencian.
Para entenderlos como pareja hay que presentarlos antes por separado. Tere es de Salobreña, tiene 49 años y tres hijos. Después de pasar siete años en Albolote, cumple el tercer grado en el Centro de Inserción Social (CIS) de Granada. Su pareja es Arturo, de 51 años, natural de Granada. Lleva en Albolote siete años, le quedan seis. La condena restante la pasará alejado de su ahora esposa, que desde hace un tiempo duerme en el CIS. «Lo echo mucho de menos. No lo veo como antes», relata ella a este periódico.
El amor surgió en los pasillos. No es algo extraordinario, tal y como comenta una funcionaria de prisiones. «A veces conectan con solo una mirada. Aquí todo se magnifica, son muy apasionados», asegura. Hombres y mujeres duermen en módulos separados, pero coinciden en algunos momentos, como cuando asisten a clase. Así surgió la relación de Tere y Arturo. «Nos mandábamos cartas. Yo le decía que la quería, que luchara por salir de aquí, porque ella tiene menos condena que yo. Le transmitía que nos hemos equivocado, pero todos merecemos una oportunidad y ahora aprovecharemos la nuestra. Cosas así. Ahora que está en el CIS nos las seguimos mandando. Le pregunto cómo están sus niños, como haría cualquier novio en una relación», apostilla él. Respiran hondo y se dan un beso. Se dicen 'te quiero' y continúan hablando.
Llevan tres años saliendo. En ese tiempo, lo que más recuerdan son las comunicaciones -vis a vis- que solicitaban para pasar 40 minutos juntos cada lunes. «Dentro de las limitaciones que tenemos nos veíamos ese rato para hablar y conocernos mejor. Contarnos nuestras cosas, nuestros problemas y nuestras alegrías. En fin, lo de cualquier pareja», asevera Arturo. «Para mí ha sido muy bonito, he tenido su apoyo aquí. Ha sido mucho aquí para mí, la verdad. Una salvación», añade su mujer.
En esas citas semanales, comenzaron a hablar de la posibilidad de casarse. Se querían y les atraía la idea de ser una familia también en términos legales. Las circunstancias impidieron que hubiera una pedida oficial con anillo de compromiso, pero las palabras sellaron el pacto. «Tenerla aquí ha sido una ayuda, independientemente de nuestra familia, al final es una compañía. Nos enamoramos con las comunicaciones, las cartas. Nos veíamos en la escuela», recuerda el interno. Desde que ella abandonó la prisión para pasar al tercer grado, mantienen esas románticas misivas. «Cuando puedo vengo a los cristales», dice en referencia a las visitas en las que hablan a través de una mampara.
Tomaron la decisión de casarse. Lo comunicaron a sus familias y lo solicitaron formalmente. El 15 de enero cumplieron su propósito. Tere entró radiante en la prisión en la que ha dormido durante los últimos siete años. Mientras entregaba el DNI, se abría el abrigo y mostraba el vestido a sus dos cuñadas, las hermanas de Arturo, las testigos. Ellas mismas les habían llevado el traje a ambos Su futuro marido esperaba dentro. Al verse, se fundieron en un abrazo. Se apretaron fuerte la mano mientras el juez de paz les casaba. Después, salieron a un pequeño patio junto a las testigos. «Hemos cometido un error, no hemos traído una cámara de fotos desechable, que es lo único que se permite meter aquí», se lamentaban las hermanas. Tuvieron suerte. Las imágenes tomadas para este reportaje serán su álbum de boda.
La pareja tenía asimilado que su día soñado sería diferente, sin convite con decenas de invitados ni viaje a Nueva York. «Sabíamos lo que había, éramos conscientes y somos felices. Hay que entender también donde nos encontramos. Ya está, ya queda menos. Ahora tenemos más ilusión todavía. Y más por lo que luchar para salir de aquí», afirma Arturo. El amor, dicen, también les hará sentar cabeza. Tienen claro que no volverán a pisar una cárcel. «Nos hemos pegado muchos años aquí y no tenemos edad para esto. Los siete años me han enseñado muchísimo. Solo quiero buscar un trabajito honrado y estar con él y con los niños», asegura Tere, que ya está trabajando en el asadero de pollos con su cuñada cuando sale de permiso los fines de semana. Él la mira y asiente. «Ya es hora de estar tranquilos», responde. Lo primero que harán cuando ambos sean libres de nuevo será irse a vivir juntos.
Al año suele haber en la prisión de Albolote unas cuatro bodas. Ese 15 de enero hubo dos seguidas. Mientras Arturo y Tere posaban para su reportaje de fotos improvisado, otra pareja se daba el 'sí quiero'. Salieron al mismo patio que ellos y se abrazaron con sus familiares. Después, se alejaron un poco. Resguardados bajo la sombra de un árbol, él la sujetó de la cintura, ella lo agarró por el cuello. Y bailaron sin música, se balancearon al son del viento. Por un momento estaban fuera, en algún restaurante imaginario, un altar, un campo. Luego se separaron. Volvieron a la realidad, a la prisión de Albolote. Siguen pagando por aquello que hicieron en el pasado, pero con la ilusión de, en un futuro, saborear en pareja la libertad.
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