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Donde todos los demás vemos un tarugo de madera, Pedro Pablo Cosío ve una albarca: sólo hace falta quitar las virutas que le sobran para que aflore. A este albarquero lo conocimos el fotógrafo Andrés Fernández y el que escribe cuando hicimos un recorrido ... por todos los municipios de la región hace un par de años. Pedro Pablo ocupaba así el tiempo muerto mientras atendía la gasolinera de Puentenansa, tallando unas piezas tan bonitas que casi daba pena calzarlas después para pisar barro. Él fue uno de tantos artesanos que nos encontramos durante aquel largo paseo: representantes de ocupaciones tradicionales que siguen manteniendo vivos unos oficios de los que, de otro modo, únicamente quedaría el recuerdo en libros de etnografía.
Ahora, El Diario Montañés, con el patrocinio del BBVA, ha tenido la feliz idea de reunir en un calendario a una docena de estos artesanos, hombres y mujeres de manos prodigiosas que transforman en pequeños tesoros aquello que tocan. El periódico obsequiará a sus lectores con este almanaque que entregará, de forma totalmente gratuita, al adquirir el ejemplar de El Diario del próximo domingo 17 de diciembre.
Esta colección de retratos, realizados por Andrés Fernández, arranca con una imagen de Carlos Diego trabajando en su fragua de Escalante. Nos contó que su padre puso en marcha el taller, y que allí fabricaba y arreglaba carros. En vista de que ya no hay mucha demanda de estos, Carlos ha aprovechado su habilidad para ampliar la gama de productos: doma el hierro hasta convertirlo en veleta, cabecero de cama, estantería, banco o lo que haga falta.
También trabajaba con metal Justiniano Agüeros, de Lamasón, que hasta que se jubiló hizo cientos de campanos para el ganado, afinándolos a martillazos hasta sacar la nota. En cambio, Abel Portilla, de Meruelo, sigue en activo fundiendo grandes campanas, continuando una tradición familiar que data del siglo XVII. Una de ellas fue el regalo de boda de Cantabria a los actuales reyes. Explicaba que las campanas del Norte son de perfil gordo y estrechas, lo que les da un sonido agudo que traspasa nieblas y vence montañas; en Castilla, donde está todo más despejado, tienen la pared delgada y el diámetro grande, y suenan mucho más graves.
Aprendimos más cosas. Tino González, de Bárcena de Cicero, nos enseñó a distinguir las mejores varas para hacer cuévanos; en Ancillo, Eulogio Ortiz nos demostró cómo se pone a punto una embarcación; las hermanas Frida, Begoña y Maricarmen Rodríguez tienen el secreto para elegir los mejores productos para su tienda, Casa Nino, en Requejo. En Soba vimos cómo cría vacas María Gómez en uno de los sitios más bonitos que uno se pueda imaginar, y para imaginación, la de Elena Gutiérrez, que se inventó una exitosa fiesta de la mitología en Barriopalacio con poco más que ropa vieja y pasta de papel. También obtuvimos otras satisfacciones: gracias a Diego Tejedor, de Udías, podemos decir que la miel que más nos gusta es la de brezo; en Santoña decidimos que, aunque sepamos cómo se transforma en anchoa el bocarte, preferimos dejar esa labor a Conservas Catalina, y en Vega de Pas pensamos que era el lugar indicado para comer unos sobaos: nos los hizo Covadonga Sainz de la Maza -Sobaos y Quesadas Etelvina Sañudo-. De todo esto también queda huella en este calendario de El Diario Montañés y BBVAporque, para que vamos a engañar a nadie, nunca fuimos una pareja de antropólogos.
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