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«Había una vez... tara-ra-ra-ra-ra-rá... un circo»... Lo cantaban los payasos de la tele, ¿se acuerdan? Los circos conjugan sus mejores días en pasado más que en futuro. Y también sus colegios públicos, a los que si les preguntaran aquello de «¿Cómo están ustedeeeeees?», no responderían «Bieeeeeeen». O al menos no tan bien como antes.
Ver una caravana de circo con el rótulo 'Colegio' sigue llamando la atención, pero más pronto que tarde dejaremos de sorprendernos porque esas aulas rodantes creadas para educar a los hijos de los artistas circenses «están en fase de extinción», como pronostican desde el Ministerio de Educación. Hace sólo diez años, en el curso 2013-2014, había 15 maestros en el programa de atención educativa a la población itinerante en edad de escolarización obligatoria. Hoy sólo quedan ocho. Hay menos maestros porque cada vez hay menos niños que vivan en los circos de forma permanente y porque también el número de circos tradicionales, el de carpa de toda la vida, con sus payasos, trapecistas y malabaristas, ha disminuido drásticamente.
Actualmente una treintena de circos ambulantes recorre el país con sus caravanas cargadas de ilusión (antes de la pandemia había más de cuarenta), pero sólo ocho lo hacen con sus docentes 'empotrados' en la 'troupe' que se desplaza de un municipio a otro.
Uno de los que están en ruta es el circo Gottani, donde una maestra imparte clases de Infantil y Primaria a cinco niños de entre 6 y 12 años, primos entre sí. A otra alumna de 14 que estudia Secundaria a distancia, la profesora le ofrece orientación y vigila las pruebas de evaluación que le remiten sus profesores del Cidead, el Centro Integrado de Enseñanzas Regladas a Distancia, la herramienta del Ministerio para que los alumnos más mayores puedan seguir su formación académica con normalidad.
Denny Gottani, gerente del Circo Gottani, destaca que las clases que reciben los niños en el aula itinerante son como las de los colegios tradicionales, pero con la ventaja de que disfrutan de una atención más personalizada al ser grupos más pequeños, y la maestra conoce mejor a los chicos, pues conviven todo el curso en el mismo recinto.
«Aquí eres maestro las 24 horas del día», dice un docente en activo, que prefiere guardar el anonimato porque, para hablar con un medio, necesita el permiso del Ministerio y este no ha respondido tras meses de insistencia por parte de este periódico.
El Gottani es uno de los circos nómadas con más alumnos en su colegio. Otros son el Alaska, el Pepino, el Continental, el Holiday, el Jamaica, el Quirós y el Circo Las Vegas. En el año 2000 el programa contaba con 25 aulas rodantes y había circos con tantos niños en edad escolar que necesitaban repartirlos en dos remolques con sus respectivos profesores.
El Ministerio se encarga de pagar la nómina de los docentes, que concurren por concurso de méritos a las plazas convocadas, y subvenciona con 3.000 euros a las empresas circenses para el mantenimiento de la caravana-colegio. Las empresas garantizan el equipamiento con el mobiliario y el material escolar necesarios para poder impartir las clases. E igualmente se aseguran de que el maestro tenga su alojamiento preservando su independencia e intimidad.
El programa, operativo desde 1996, está en revisión, «ya que cada vez hay menos circos y menos menores en esta situación», esgrimen en el Ministerio. En los últimos 25 años han desaparecido más de la mitad de los circos de carpa y entre los que resisten la crisis ya no corretean tantos chavales como antaño, un 'más difícil todavía' para la supervivencia de este tipo de enseñanza trashumante.
«Los jóvenes de hoy cada vez tienen menos niños y eso también se extiende al circo. Las nuevas generaciones de artistas no tienen hijos o al menos no tantos como sus padres», indica Pau Sarraute, enrolado en el Circo Italiano, con una plantilla de 40 profesionales.
«Hace años llegamos a tener una caravana-colegio con quince alumnos y dos aulas. Ahora solo hay una chica adolescente que estudia vía telemática, que es otra de las opciones. Otra compañera tuvo un hijo pero decidió dejar el circo para que el niño asistiera a un cole tradicional y lo ha escolarizado en Alicante. En el circo viajamos de un lado para otro y hay quien prefiere más estabilidad», explica Pau.
Impartir clase en estas escuelas sobre ruedas «jamás» se olvida. Lo asegura Mercedes Iglesias, una profesora extremeña que se tiró cuatro años en dos circos ambulantes entre 2000 y 2004, y recuerda aquel 'modus vivendi' como una experiencia vital «de lo más enriquecedora». Ella, entonces una audaz veinteañera de Coria (Cáceres) lo hizo por «aventura». «Había acabado la carrera, tenía muchas ganas de trabajar, presenté la solicitud y me cogieron. No conocía nada de ese mundo, nunca había vivido en una caravana, y en mi casa, bueno... mis padres no es que tuvieran miedo, pero sí algo de incertidumbre».
Mercedes daba clases a niños de Primaria y de varias nacionalidades, aunque todos hablaban español. «Yo iba repartiendo las tareas, primero a los chiquitines de seis años y luego a los más mayores, de diez o doce. Teníamos de todo, no en las cantidades de un colegio 'normal', pero allí no faltaba de nada, hasta teníamos un ordenador en aquella época». Comenzaban a las nueve de la mañana, pero cuando el circo levaba anclas para ponerse en ruta «cortábamos la clase y se recuperaba por la tarde. Nuestra caravana era la última en moverse para aprovechar al máximo el tiempo».
Como maestra, disponía de su propia vivienda en otro tráiler, con su cama, una mesa, dos sillones, una cocina «chiquitina», lavabo, ducha y calentador. «Tenía mi propia lavadora pero como no cabía, la guardaba en un rincón del colegio». Recuerda que cuando se desplazaban ataba las puertas de los armarios para que no se abrieran y ponía enseres en el suelo «porque en el viaje se podían caer». Y si algo se estropeaba no le faltaban voluntarios para arreglarlo. «La gente del circo es muy solidaria. Éramos como una familia».
Ella se acostumbró enseguida a aquella vida errante. «Pero cuatro años fueron suficientes. Hay quien no se adapta al trajín y lo deja». Cuenta que en aquel tiempo se pasaba en el circo los fines se semana porque Coria siempre le pillaba demasiado lejos. «Hacía turismo en las ciudades donde parábamos, y si me aburría iba a ver las funciones del circo, pero llegó un momento en que me sabía los números de memoria», rememora con una sonrisa. Intentó aprender algún truco de magia, pero no se atrevió con las acrobacias. «Noooo, las veía muy difíciles!».
Hoy es maestra 'fija' en un colegio de Moraleja, cerca de su pueblo natal. Un día llegó allí el circo Coliseo, uno en los que trabajó, y sus antiguos alumnos eran las estrellas de la pista. Preguntó por la caravana del colegio. Ya no estaba. «Qué quieres que te diga... me dio pena».
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