Natalia Díaz Santín | Abogada
«No te das cuenta de nada sobre tu vida hasta que ves de frente a la muerte»Secciones
Servicios
Destacamos
Natalia Díaz Santín | Abogada
«No te das cuenta de nada sobre tu vida hasta que ves de frente a la muerte»Natalia Díaz Santín tiene 44 años, es abogada, ha trabajado en la OIT y el Instituto de la Juventud, ha sido asesora técnica en Moncloa y hoy ocupa un cargo similar en el Departamento de Empleo del Gobierno regional de Madrid. Toca el piano, es ... una viajera infatigable que conoce 54 países y una lectora compulsiva. También es madre de un niño de diez años. Y tiene síndrome de Lynch, una alteración genética hereditaria que hace que presente una alta posibilidad de padecer cáncer. A ella le diagnosticaron el primero, de endometrio, en octubre de 2008, cuando tenía 30 años. El pasado verano sufrió una complejísima intervención y un tratamiento de efectos devastadores para hacer frente al tercero, un ampuloma, un tipo de cáncer pancreático. Ahora confiesa que tiene miedo. «Pero me han dicho que, como estoy muy vigilada, si surgiera un cuarto lo detectarían muy pronto y lo atajarían». No ha sacado nada bueno de la enfermedad, no es ahora ni mejor persona ni más tolerante que antes, asegura. Sentada en una terraza cercana al parque de Eva Duarte de Perón, en Madrid, -el té rojo que ha pedido se enfría en la taza, tan concentrada está en explicar su experiencia- narra lo vivido con distancia pero con detalles reveladores: tras la última intervención perdió quince kilos en dos semanas, estuvo vomitando bilis dos meses y durante mucho tiempo la debilidad y el desaliento solo le permitían mirar al cielo a través de la ventana de su habitación. «Soy una superviviente». Dentro de unos meses publicará un libro contándolo todo, y en él dará rienda suelta a su vocación de narradora. Porque antes de matricularse en Derecho pensó en ser corresponsal de guerra y seguir los pasos de Kapuscinski, Jon Sistiaga, Olga Rodríguez, Maite Carrasco y otros periodistas a los que admiraba. De momento, cuenta su experiencia en las redes sociales.
- ¿Cuándo le diagnosticaron el primer cáncer?
- El 1 de octubre de 2008. Era entonces vicesecretaria del Ayuntamiento de Galapagar (Madrid) y fui a buscar los resultados de unos análisis que creía rutinarios. Y me encontré con la noticia: cáncer de endometrio. Me dijeron que tenía muy buen pronóstico pero ya me adelantaron que, probablemente, no podría tener hijos biológicos. Como mi madre había tenido dos cánceres muy agresivos y mi tía y otros familiares, también, me fui inmediatamente al Dexeus para el tratamiento.
- ¿Tuvo miedo entonces?
- No. Tampoco pensé por qué me tocaba a mí ni nada por el estilo. Había visto a mi madre recuperarse, de manera que lo afronté con naturalidad. Entre la operación y el tratamiento pasó medio año. Me dijeron que estaba curada y volví a trabajar. Lo único negativo que pensé fue que en ese momento no tenía pareja y esa imposibilidad de tener hijos quizá fuera un hándicap para encontrar a alguien.
- Llama la atención esa naturalidad con la que afrontó el problema.
- Tenía días buenos y otros malos, pero siempre pensé que aquello terminaría y no debería preocuparme más. Seguí con mi vida y decidí ser madre, algo que tenía pensado desde mucho antes como opción de familia monoparental. Por concurso me tocó ir a trabajar a Galicia, luego regresé a Madrid para estar en la OIT y a los cuatro años de la operación empecé a notar un dolor muy fuerte en el psoas. Durante las vacaciones de Navidad se me paralizó una pierna. Entonces me diagnosticaron una recidiva. Era un tumor muy grande, de ocho centímetros.
- Había sucedido justo lo que usted no esperaba.
- Quedé en shock. Sentí que se me helaba la sangre, literalmente. El diagnóstico era muy malo. Pero yo no quería morir. Volví a Barcelona y me dieron dos opciones: años con quimioterapia o una cirugía a vida o muerte, que apenas nadie quería realizar. Tiempo después, la cirujana que la hizo me contó que al dirigirse al quirófano iba pensando por qué se había metido en ese lío. Luego me dieron quimio y radioterapia concomitante. Tanta que ya no podrán aplicarme radioterapia nunca más.
- ¿Fue entonces cuando descubrieron que tenía el síndrome de Lynch?
- Todo había sido mucho más complicado que en el primer caso. Llegó un momento en que estaba muy desesperada. Entraba la primera en las sesiones de quimioterapia y me marchaba la última. Todavía podía leer algo de literatura ligera, pero me pasaba los días mirando estadísticas de supervivencia. Y los resultados no eran nada halagüeños; buscando en google nunca aparecerá nada bueno. Entonces, me hicieron una prueba y descubrieron que tengo síndrome de Lynch.
- ¿Cómo asumió la noticia de que era probable que tuviera más procesos cancerosos?
- Pues cuando me lo dijeron fue un alivio. Pensé que me harían controles muy exhaustivos toda mi vida cada seis meses y eso ayudaría a una detección precoz si se producía. Le busqué la parte buena, ya ve. Los médicos también me lo decían. Mientras, escuchaba música rock. Si hubiese tenido un piano en casa, habría tocado piezas clásicas, pero no lo tenía.
- Y pasaron nueve años sin que sucediera nada especial.
- Vivía con la ilusión de que mi siguiente cáncer, de tenerlo, sería de colon y me lo quitarían enseguida. Eso es lo que dicen las estadísticas.
- Pero no fue así.
- No. En julio del año pasado comencé a tener un dolor extraño y no me encontraba bien. Me fui a Urgencias y vieron que tenía las transaminasas muy altas. Dijeron que era hepatitis pero consulté a mi oncólogo y me dijo que no le cuadraba que fuera eso. Me hicieron más pruebas y llegó el diagnóstico: un ampuloma, un tipo de cáncer pancreático.
- Muy grave.
- Vi lo que había y enseguida descubrí que solo en el 10% de los casos se puede atacar con cirugía. Si no, se acabó. Ahí entré en una espiral de desesperanza, porque lo veía muy difícil. Hasta que me dijeron que el mío era operable pero con una cirugía enormemente compleja, llamada Whipple. Es un procedimiento muy largo, la operación duró ocho horas, en el que literalmente deben removerte todos los órganos del vientre.
- ¿Qué recuerdo tiene de cuando despertó de la operación?
- No me acuerdo ni de cómo me sentía. Solo sé que estaba llena de tubos y no podía ni hablar. No podía leer, solo mirar al horizonte a través de la ventana de mi habitación.
- ¿Cómo se soporta eso?
- Sobreviví gracias a los recuerdos. Pensaba en lo feliz que era hasta que me pasó esto. En realidad, no te das cuenta de nada sobre tu vida hasta que ves de frente a la muerte.
- Su hijo ya tenía diez años. ¿Qué le dijeron?
- No le contaron nada de la operación. ¿Para qué? Se fue a vivir con los abuelos y le dijeron que había tenido que salir de viaje por motivos de trabajo. Mientras, me obligaban a caminar para favorecer que el intestino volviera a funcionar y apenas daba unos pasos caminando encorvada como una anciana, ayudada por mi hermano. Perdí quince kilos en dos semanas y estuve vomitando bilis durante dos meses. Me sentía incapaz de volver a ser como era.
- Pero volvió a serlo.
- 'Tú vive el día a día', me decía la cirujana. Pero yo me veía incapaz de rehacer mi vida; me pasaba el día mirando estadísticas sobre supervivencia con mi enfermedad. Tuve un bajón psicológico y necesité la ayuda de dos psicooncólogos. Hasta que un día decidí dejar de buscar estadísticas y de llorar por dentro, de pura tristeza. Temo mucho a la muerte, porque no soy creyente y por lo que dejaría detrás. Y tengo pavor al dolor. Sé por lo que he pasado. No quiero volver a pasarlo. Intenté superar todo eso y en cuanto me sentí algo mejor pedí volver a trabajar.
- ¿Tenía fuerzas y ánimo para eso?
- Conozco casos de gente a la que, con procesos menos graves que el mío, le han dado una incapacidad permanente. Para mí, volver al trabajo fue la salvación porque me permitió desconectarme de esa espiral en la que estaba. Empecé a recuperarme física y psicológicamente, pese a que no pude terminar la quimio porque me estaba intoxicando. Mi oncólogo me dijo que mi sistema inmune es muy fuerte porque de no ser así no habría podido superar ni el segundo ni el tercer cáncer. De todas formas, no olvido que este cáncer tiende a recidivar y eso me da miedo.
- Después de tanto, ¿afronta la vida de manera diferente?
- Me he vuelto más intransigente a los mensajes de 'sé positiva'. Una persona tiene derecho a estar cabreada. Reivindico el derecho a estar triste y cabreada con todo el mundo. El cáncer no me ha cambiado en ningún sentido, y no soy mejor persona que antes. Es un error pensar que algo así te hace mejor y lo es también envolver la enfermedad con un lazo rosa. El gran regalo es volver a tu vida anterior, lo único que quería era volver a mis rutinas y viajar de nuevo. Pero ojalá no me hubiese pasado.
- Usted empezó a contar lo que le sucedía en Twitter. Y mucha gente la sigue.
- Empecé a escribir en 2019 pero al principio eran solo temas profesionales, Luego ya lo fui contando.
- ¿Se han dirigido a usted personas con la misma enfermedad, buscando respuestas, ánimo, consuelo?
- Sí, han conectado a través de las redes sociales y hasta hemos hecho un grupo de whatsapp para comunicarnos. Pero no son muchas.
- Al principio de la entrevista le he preguntado si tuvo miedo cuando le diagnosticaron el primer cáncer. ¿Lo tiene ahora, tras superar el tercero?
- Ahora estoy más tranquila. Tuve una revisión a finales de abril y me dijeron que estoy libre de enfermedad. Nunca te dicen que estás curada, esa es la terminología. La próxima será a finales de julio. Estoy muy vigilada y si surge algo me han dicho que ya lo atajaremos. He tenido mucha suerte con mis médicos. Pero tengo mucho miedo, claro. Al menos he conseguido dejar de mirar estadísticas. Tengo mucha fe en la inmunoterapia por si vuelve a ocurrir. Pero también pienso que no tiene por qué suceder. Mi madre tuvo dos cánceres entre los 30 y los 40 años y luego no ha vuelto a tener nada. Así que miro la vida con esperanza. Y estoy alegre por poder estar aquí, con mi rutina diaria. Soy una superviviente.
- ¿Qué le pide a la vida?
- Poder vivirla hasta que mi hijo sea independiente. Sabe que he estado enferma, pero no sabe de qué. No gana nada con saberlo. Físicamente me encuentro fuerte y mentalmente me noto mejor cada día. He recuperado rutinas, como le decía. Nada más acabar la quimio me fui a Murcia, donde estudié la carrera, algo que tenía muchas ganas de hacer. Ahora he estado unos días en Tánger. Y pienso que por qué el mío no puede ser de esos casos en los tras pasar varios cánceres ya no vuelven a tener ninguno más. Dos amigas han muerto en los últimos meses a cuenta de diagnósticos tardíos. ¿Por qué ellas y no yo que era la más proclive a padecerlos e irme y aquí sigo? Una de esas amigas fue de las personas que más me apoyaron. Me acompañó muchas veces y no sabía que ella misma tenía un cáncer fulminante que iba a matarla en pocos meses.
- Eso ha tenido que hacerla pensar mucho. Por qué ella mientras usted aquí sigue.
- Es que al final la vida es mucho más fácil de lo que pensamos. No hay que plantearse demasiados porqués; lo contrario lleva a no verle el sentido a nada. Estoy en un momento en que no quiero que nadie me dé lecciones de vida. Y le aseguro que tampoco me he planteado un giro radical. Quiero seguir con mis rutinas. Ese es el objetivo.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.