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javier guillenea
Martes, 17 de abril 2018, 07:22
Pocos habían oído hablar por estos lares de Schleswig-Holstein hasta el 25 de marzo, cuando el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont fue detenido dentro de sus fronteras mientras trataba de regresar desde Finlandia a Bélgica. Aún hoy, pocos días después de que ... la Audiencia Territorial del 'land' alemán haya dejado en libertad al político catalán, es posible que la cifra de quienes sepan en qué lugar del mapa se encuentra no haya variado significativamente. El 'land' no es uno de esos parajes cuyo nombre uno recuerda con facilidad, es solo uno de tantos lugares de Europa que se han visto sometidos a su pesar a los rigores de la historia por su situación geográfica; una región en la península de Jutlandia bañada por dos mares, el del Norte y el Báltico, que durante siglos ha buscado su propia identidad.
Es en este estado federado alemán, el segundo más pequeño del país, donde se está escribiendo una página crucial de la España contemporánea. Un tribunal integrado por los magistrados Martin Probst, Matthias Hohmann y Matthias Schiemann deberá decidir si entrega o no a Puigdemont a España y en qué términos. De momento ya han desechado que se le pueda juzgar por el delito de rebelión, pero aún queda su decisión final, la que todos aguardan con los dedos cruzados.
El territorio que se ha erigido en árbitro de la política española ocupa 15.776 kilómetros cuadrados, aproximadamente la extensión de Huesca, y está habitado por 2,8 millones de personas. Su pasado ha sido turbulento. Holstein y Schleswig -que limita al norte con Dinamarca- nacieron por separado, después se unieron, pertenecieron totalmente o en parte a la corona danesa, se volvieron a separar e incluso fueron independientes. Sus habitantes han tenido la nacionalidad que les tocaba según las circunstancias y no fue hasta 1920 cuando se aclaró un poco la cuestión de su identidad.
Ese año, con Europa rota por la Primera Guerra Mundial y desaparecida Prusia, a la que habían pertenecido desde 1867, las zonas norte y central de Schleswig celebraron un plebiscito para decidir a qué país querían pertenecer. Los del norte decidieron ser daneses y se incorporaron a Dinamarca. El resto prefirió mirar a Alemania y permaneció unido a Holstein.
Tanto trasiego dio lugar en ambos lados de la frontera a la existencia de zonas con minorías alemanas o danesas que pronto comenzaron a mostrar su descontento y a reclamar un nuevo cambio de nacionalidad. Para evitar conflictos, los gobiernos de Alemania y Dinamarca firmaron en 1955 las declaraciones de Bonn-Copenhague, un acuerdo por el que ambas partes se comprometían por separado a respetar los derechos de las minorías étnicas. Desde entonces, la paz reina entre todos, aunque aún queda quien recuerda viejas pretensiones que parecían olvidadas.
Puigdemont fue detenido cuando acababa de entrar en coche en Alemania por la frontera con Dinamarca. Meses antes, en enero, había viajado a este país, donde mantuvo una reunión con algunos diputados del Parlamento, sobre todo nacionalistas de las islas Feroe y Groenlandia. Al encuentro asistió Soren Spersern, dirigente del Dansk Folkeparti (Partido Popular danés), una formación ultraconservadora, antieuropeísta y xenófoba que en las últimas elecciones se convirtió en la segunda fuerza más votada y que brinda apoyo al Gobierno de coalición minoritario en el poder de Lars Lokke Rasmussen.
El Dansk Folkeparti es el abanderado de una tímida recuperación de viejas tensiones entre las minorías que pueblan los límites entre Alemania y Dinamarca. En febrero, Soren Spersern abogó por extender las fronteras danesas hasta abarcar la totalidad de Schleswig. «Si la minoría danesa no tiene esperanzas de reunirse, ¿por qué está allí?», se preguntó.
Spersern se desdijo más tarde, aunque lo hizo con ese peculiar estilo que suelen mostrar los políticos de todos los países e ideologías a la hora de retractarse sin que se note demasiado. «Tenemos la mejor cooperación fronteriza que cualquiera podría esperar con Alemania», declaró, sin especificar qué es lo que se podría esperar del país germano. Y después recordó que «las fronteras de Europa, tal y como las conocemos, no están allí para siempre». «La historia nos ha enseñado que cambian; se puede ver eso en Crimea, Escocia, Córcega y Cataluña», añadió.
Al otro lado de la frontera, las pretensiones del Dansk Folkeparti no son compartidas por la Organización Electoral del Sur de Scheleswig (SSW), el partido que en Alemania representa a la minoría danesa. Esta formación, que «cuenta con unos 600 afiliados», según recuerdan fuentes de la Embajada de Alemania en España, está liberada de la barrera electoral del 5% de los votos para entrar en el Parlamento regional. En las elecciones de 2017 obtuvo en el 'land' el 3,3%, lo que le permitió obtener tres diputados de un total de 73. Este estatus especial, único en el país germano, ha sido motivo de críticas por parte del resto de los partidos, que sí tienen que cumplir con el requisito del 5% y se quejan periódicamente de la, a su juicio, excesiva representación que alcanza el SSW con un puñado de votos. Las quejas no han hecho mella en este privilegio, que se halla incluido en el acuerdo de 1955 entre los gobiernos alemán y danés para garantizar la presencia de las minorías en el Parlamento.
El número de daneses que viven en Alemania asciende a 50.000 y alrededor de 20.000 alemanes habitan en Dinamarca. Todos ellos tienen la nacionalidad del Estado en el que residen, pero mantienen su cultura y su lengua. Y todos están protegidos por los acuerdos Bonn-Copenhague, que han sido puestos a menudo como un ejemplo de cómo tratar con las minorías nacionales y lingüísticas en Europa. La parte alemana sostiene que «una persona puede profesar libremente su lealtad a la nacionalidad y a la cultura danesas» y que esa profesión de lealtad «no debe ser cuestionada ni verificada». La parte danesa dice lo mismo. Solo cambia la nacionalidad. Además, las minorías de ambos lados tienen derecho a utilizar su idioma y a crear centros de enseñanza en sus propias lenguas.
Minorías. Además de los daneses, en Alemania hay otros tres grupos minoritarios oficiales: 10.000 frisones en el noroeste de Schleswig-Holstein, 70.000 sorabos en Sajonia y 70.000 romaníes.
Baviera. En enero de 2017, el Tribunal Constitucional alemán rechazó las pretensiones del Partido de Baviera de celebrar un referéndum de independencia. Según el tribunal, «en la Carta Magna no hay espacio para procesos secesionistas en estados federados individuales».
50.000 daneses viven en el norte del land Schleswig-Holstein, en la frontera con Dinamarca. En el otro lado de la muga residen 20.000 alemanes. Ambos grupos conforman minorías cuyos derechos están recogidos en las declaraciones de Bonn y Copenhague que se firmaron en 1955. En el acuerdo, que ha sido puesto como ejemplo de cómo tratar la cuestión de las nacionalidades en Europa, los gobiernos de ambos países señalan que las minorías tienen la libertad de profesar su lealtad a su nacionalidad y cultura a ambos lados de la frontera.
Seis décadas después, juzgan satisfactorios los resultados. Al menos, eso es lo que sostiene Martin Dahms, corresponsal en España del periódico alemán 'Berliner Zeitung'. «El SSW no tiene ideas separatistas, la existencia de minorías es algo asumido por todos que nunca ha causado problemas», afirma. El magistrado Diego Íñiguez, que ha vivido doce años en Alemania, ni siquiera habla de buena convivencia, por la sencilla razón de que «no es necesario hacerlo porque no se han llegado a plantear problemas de este tipo». «El sistema federal funciona bien en Alemania», añade.
El equilibrio, sin embargo, no impide que los representantes de las minorías mantengan las espadas en alto para arrancar concesiones a la Administración central. Entre sus reivindicaciones, el SSW reclama igualdad de derechos para todas las culturas en el sur de Schleswig, la promoción de la región fronteriza o la conexión del territorio con los sistemas de tráfico de Escandinavia y Europa Central.
El 'land' Schleswig-Holstein tiene actulamente cuatro idiomas oficiales: alemán, bajo alemán, danés y frisón del norte. Cada año -en mayo o junio-, miles de sus habitantes acuden a la ciudad de Flensburg para participar en un encuentro festivo en el que recuerdan sus vínculos con Dinamarca. Al acto, que también se celebra en otras localidades, asisten representantes del Gobierno danés y la casa real envía un saludo. Durante un fin de semana, las calles se llenan de banderas y música del norte, se bebe cerveza, se cantan himnos y se avivan viejos sueños de reunificación. «Más que otra cosa, el papel de las minorías en Shleswig-Holstein es algo folclórico», resume Martin Dahms.
Si esos días se encuentra por la zona, Carles Puigdemont será testigo de la fiesta del orgullo danés en territorio alemán y tendrá ocasión de rememorar celebraciones similares en Cataluña que tardará mucho en volver a presenciar. El expresident disfrutará de las enseñas al viento, los cantos patrióticos y las odas sobre tiempos pasados siempre más felices. Pero si busca algo más puede que se lleve un desencanto.
Los daneses en Alemania han participado en la iniciativa ciudadana europea Minority SafePack, que ha reunido 1,2 millones de firmas en la UE a favor de la diversidad en Europa. En una rueda de prensa para presentar los resultados de la campaña, Jon Hardon Hansen, el presidente de la agrupación cultural Sydslesvigsk Forening, que defiende los intereses de los daneses en Schleswig, se lamentó el pasado día 4 de las escasas 18.000 firmas recogidas en todo el país. «Probablemente la gente está aquí satisfecha con el modelo y ha sido difícil convencerla de la necesidad de una nueva política de minorías en Europa», admitió.
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