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Ni tiene puertas giratorias, ni portero tocado con bombín, por no tener, no tiene ni letrero. El hostal más tirado de precio de Madrid no es bonito, pero sí barato, y lo de bueno, según a quién preguntes. «Si buscas lujos vete a un hotel de cinco estrellas. Aquí ya sabes lo que hay, esto es muy básico, pero por once euros...», deja la respuesta en el aire Josué, que apura sus últimas horas en el que pasa por ser el último chollo para dormir caliente (y acompañado) en la costosa capital de España.
Bienvenidos al Nápoles, en las antípodas del Ritz. Once euros, lo que cuesta tomarse tres cañas en la Plaza Mayor, versus los 850 por noche del mítico cinco estrellas madrileño. Un gasto impensable para viajeros 'low cost' como Josué, que regresa a su ciudad, Heredia, en Costa Rica, tras haber disfrutado de unos días de turismo que le han llevado al Prado, a pasear bajo las luces navideñas de la Gran Vía y a las tabernas de Malasaña. Allí, al alegre pie de sus barras y birras, se ha fundido buena parte de la plata que este joven de 24 años se ha ahorrado por renunciar al confort de una habitación con cama y cuarto de baño individual a cambio de la austeridad trapense del Nápoles y sus dormitorios mixtos de literas con colchones hinchables. «Son incómodos y si te mueves hacen ruido, pero es lo más asequible que he encontrado en Madrid. Pura vida, mae».
Josué ha flipado con la marcha de la Villa y Corte («hay gente a todas horas, aunque hace mucho frío»), un subidón de francachela que compensa cualquier «inconveniente», como pasar la noche junto a otros veinte desconocidos, con los que ha compartido ronquidos, baño y cocina. «Buscaba algo barato», esgrime para defender una elección de sobriedad extrema que el boca-oreja ha convertido en la primera parada en España para viajeros con presupuestos muy ajustados, e inmigrantes que buscan un alojamiento lo más económico posible mientras tratan de emprender una nueva vida entre nosotros.
El Nápoles queda fuera de la acomodada almendra central de Madrid, donde la habitación más sencilla en un hostal no baja de los 60 euros y la de un hotel supera los 200. Pero está muy bien conectado. Se encuentra en Canillas –un barrio donde cohabitan en paz pisos de protección oficial, urbanizaciones con piscina y la mayor comisaría de Policía de España–, muy cerca de la estación de metro de Esperanza, a solo cuatro paradas del aeropuerto de Barajas y a diez de la céntrica Plaza de Colón, la de las manifestaciones.
Le falta el reclamo del encanto, pero por ubicación y precio no tiene competencia. Y si la tiene no aparece en los buscadores de alojamientos. En Booking, donde lo puntúan con un aprobado, se puede reservar una noche por menos de once euros (10,89) de lunes a jueves, cantidad que sube a 15 los fines de semana. Para estas fechas está prácticamente al completo.
A cambio de los 11 pavos que ha desembolsado el costarricense Josué, el Nápoles le ofrece pernoctar sobre una litera de colchón hinchable en un dormitorio colectivo juto a otra veintena de huéspedes. El hotel proporciona la ropa de cama y las toallas de baño. El mayor lujo es el secador de pelo y el wifi gratis. Estos días, un arbolito de Navidad con luces parpadenates da un punto de color y calor a una recepción tristona.
El Nápoles, en el número 48 de la calle del mismo nombre, funciona como uno de esos albergues juveniles orientados a trotamundos que viajan gastando lo justo. En los dormitorios, en el cuarto de lavandería (5 euros la colada), en la cocina comunitaria y en el pequeño comedor de la entrada se puede respirar el ambiente multicultural y el mestizaje de lenguas de los Youth Hostel, en este caso con predominio de acentos latinos.
240 Lo que cuesta de media un hotel en Madrid
Madrid cuenta con una red de alojamientos, pero no para todos los bolsillos. Los hostales ofrecen una de las opciones más económicas, y los hay céntricos a partir de unos 60 euros la habitación individual. El precio medio en hoteles sube a 240 euros (esa fue la tarifa en el pasado puente de la Constitución) hasta alcanzar los 850 que cuesta una noche en el Ritz, el legendario cinco estrellas del Paseo del Prado, uno de los más lujosos de España.
Cuenta con doce habitaciones repartidas en tres plantas. La mayor, un camarote de 12 literas, ocupa el sótano del edificio. Tiene, además, nueve baños compartidos y una cocina sobria en aparatos y menaje, donde los inquilinos se preparan su propia comida que compran en un Día cercano. «Vienen mucho por aquí, se llevan platos preparados, como tortillas de patata envasadas, zumos y leche», describe el dependiente del supermercado. Todo se guarda en tres frigoríficos con un aviso a forasteros. En inglés y en castellano. 'Don't eat what doesn't belong to you'. 'No comas lo que no te pertenece'. Dentro no hay entrecots; sí paquetes de salchichas marca blanca.
Ante una tortilla francesa tamaño XXL que se acaba de apañar como desayuno en la sencilla hornilla de la cocina, Camilo, colombiano de 29 años, cuenta que ha parado en el Nápoles aprovechando una escala de su vuelo a Cali desde Hamburgo, donde trabaja. «Mira papito he dormido con otros diez y ¡roncan mucho!, jajajaja, pero por once euros merece la pena», apunta con una sonrisa, mientras a su lado cabecea asintiendo Ángel, otro colombiano de 26 años que llegó al Nápoles por el boca a boca de sus compatriotas. «Dormir en Madrid se ha puesto difícil, pero por este dinero, ¿qué vas a pedir?», apunta mientras friega el plato y los cubiertos que ha utilizado para dejarlos limpios y dispuestos para el siguiente comensal.
Muchos desembarcan en el Nápoles sabiendo lo que hay. En internet lo describen más de 3.600 comentarios, la mayoría de latinoamericanos que han probado en sus carnes las literas de «colchones de aire». Hay reseñas para todos los gustos. Valoran la ubicación y la seguridad que echan de menos en sus países. «Es un vecindario tranquilo donde puedes salir a pasear y comprar sin peligro», comentan.
Otros se quejan del trasiego nocturno, de gente que entra y sale de los dormitorios, de la incomodidad de los colchones, el olor a pies en las habitaciones, o la falta de privacidad. En el hotel está terminantemente prohibido consumir drogas y un letrero lo deja bien claro: ni alcohol ni marihuana ni cocaína. Tampoco aceptan niños. Ni mascotas.
A Ana, de Guatemala, le pareció «limpio y ordenado» y no tuvo problema con las duchas. «Había agua caliente y cortina». A la venezolana Ángela le molestó el ruido por la noche y la falta de armarios con llave para guardar su equipaje. Al hondureño Diego le gustó «poder salir a caminar a cualquier hora», aunque no lo recomienda para estancias largas «porque te van a incomodar las literas y las charletas de algunos, que hacen difícil descansar».
«Aquí no hay fiestas, la gente duerme por la noche, pero es verdad que se levantan temprano», responde el recepcionista. Uno de ellos es Diego, boliviano de 31 años, que se despierta a las cinco de la mañana para desayunar «fuerte» y llegar puntual a la obra. «En cuanto junte un poco de plata me alquilo una habitación para mí solo».
Stefanny, una maestra peruana de 33 años, se encuentra de paso en el Nápoles. Acomodada frente a una de las mesas libres del comedor, navega en su ordenador aprovechando el wifi que el hostel ofrece de balde a sus clientes. Está de vacaciones y se dirige al sudeste asiático «empezando por Filipinas». Ha hecho escala en Madrid en mitad de una enrevesada odisea que la ha llevado de Lima a Ámsterdam, luego a Madrid, de donde viajará a Roma para tomar otro avión a Abu Dhabi, penúltima parada antes de su destino final, en Manila. Un larguísimo periplo en el que ha ido encajando las conexiones más baratas a costa de intervalos eternos entre vuelo y vuelo. Su noche en el Nápoles la reservó en Booking por once euros. «Me pareció un buen precio. Miré otras opciones pero eran mucho menos económicas». La joven maestra ha pasado la noche compartiendo habitación con otras mujeres, y pese a la incomodidad del colchón, no se queja. «En Lima hay hostales como éste y cuando viajo me suelo alojar en albergues del tipo 'todo compartido'; no tengo ningún problema y tampoco los veo inseguros».
Los turistas que van y vienen como Stefanny coinciden en el Nápoles con inmigrantes que han encontrado un techo barato mientras se buscan la vida o regularizan su situación en España para poder trabajar. Fadú, un senegalés de 30 años que llegó en patera a la Isla del Hierro y que hace unos meses fue derivado a Madrid por la presión migratoria en Canarias, ha recalado en el hostal a través del programa de realojos de inmigrantes que el Ministerio de Inclusión ha puesto en marcha en la Península.
Fadú recibe atención sanitaria y psicosocial de la ONG Accem, que también le ha procurado unas clases de castellano, idioma en el que se maneja de forma básica pero suficiente para contar que sólo quiere buscar un empleo y ganar algo de dinero para enviárselo a su familia. «Me gustaría trabajar en la construcción», dice ante un vaso de leche, tres galletas y un sándwich de pavo. El Nápoles es un cinco estrellas en comparación con su hogar en Senegal, una choza de adobe con una tela en el suelo donde duerme toda la familia. Así que el colchón hinchable es el paraíso. «Senegal está mal, ni hay dinero ni trabajo ni democracia, y sí mucha corrupción. Allí no tenía futuro para sacar adelante a mi familia», explica con prisa. «Perdona, me tengo que ir, que llego tarde a las clases», se disculpa antes de levantarse y enfilar hacia esa boca de metro llamada Esperanza.
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Álvaro Machín | Santander
Guillermo Balbona | Santander
Sócrates Sánchez y Clara Privé (Diseño) | Santander
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