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Juan Cano y Laura Velasco
Viernes, 1 de diciembre 2023, 09:13
Pepi (77 años) había empezado a desayunar cuando sonó el teléfono fijo de su casa, en la localidad granadina de Santa Fe. El interlocutor, un hombre que decía ser comisario, le contó que su hija -solo tiene una, Sabrina, que viven en Málaga, porque el ... otro es un varón- estaba detenida porque había atropellado a una mujer embarazada que se debatía entre la vida y la muerte. Pepi se lo creyó todo. Era una estafa.
Serían las 10.45 horas del martes 28 de noviembre cuando se produjo la llamada. El hombre, que hablaba perfectamente español, quizá con un leve acento canario, le explicó que su hija se había saltado un semáforo en rojo y había arrollado con el coche a una chica embarazada que se encontraba en estado crítico en el hospital.
Pepi se puso «muy nerviosa» y pidió al supuesto comisario que le diera el teléfono a su hija. Entonces, el hombre le contó que ella tenía la cara destrozada, con nariz y dientes rotos, y que la estaban curando en dependencias policiales. «Ahora mismo está hablando con su abogado, enseguida se la paso», le dijo.
Y efectivamente, lo hizo. O al menos eso creyó ella.
Escuchó al otro lado del teléfono la voz de Sabrina, que únicamente acertaba a decir: «La he matado, la he matado. He matado a una mujer, voy a entrar en la cárcel». Pepi notó cómo lloraba su hija y creyó advertir de fondo el sonido del ajetreo propio de una comisaría, así que se creyó el engaño.
[Sabrina está convencida de que utilizaron vídeos publicados por ella -es usuaria activa en redes sociales- para reconstruir su voz mediante algún programa de Inteligencia Artificial (IA)]
El supuesto policía le explicó que estaban hablando con el fiscal para estudiar la posibilidad de dejar a Sabrina en libertad bajo fianza. «Espere, señora, que pregunto al fiscal la cantidad». El hombre volvió al instante y le dijo que su hija podría eludir la prisión si ella pagaba 20.000 euros.
Pepi no dudó. «Escuché a mi hija, era su voz, estaba convencida de que era ella. Les hubiera dado todo lo que me hubiesen pedido», se justifica la mujer, que se lamenta de ver «cómo se aprovechan de los mayores». Y apostilla: «Si estoy delicada de salud, me da un patatús».
La mujer explicó al supuesto comisario que no tenía dinero y él le preguntó si tenía joyas que pudieran servir para «avalar esa suma», según la denuncia presentada en el cuartel por Pepi, documento al que ha tenido acceso este diario y que ahora investiga la Guardia Civil, por ahora sin detenidos.
Pepi vio la solución. «Algo tengo, porque hace dos años ya vinieron a casa y me robaron», le contó a su interlocutor. Según relata, unos individuos que se hicieron pasar por trabajadores de una compañía eléctrica se presentaron entonces en su domicilio y, simulando una revisión, le hurtaron casi todas las alhajas que guardaba en la cómoda.
Ella le contó que aún conservaba tres anillos y un reloj de la marca Rolex que le había regalado su difunto esposo -enviudó cuando Sabrina aún era pequeña- con los que podía evitar que su hija ingresara en prisión.
El supuesto comisario afirmó que conocía el caso del robo porque tenían allí la denuncia y le anunció que iba a enviarle a la secretaria de la Fiscalía para recoger el sobre con las joyas. No sabe si le dijo que sabía del hurto para seguirle la corriente o, como ahora teme ella, porque pudiera tratarse de los mismos autores. Y esa sospecha tiene fundamento: «Ni siquiera le di la dirección de mi casa».
Poco después, se presentó en su puerta una mujer delgadita, de pelo negro, largo, y de «facciones sudamericanas». Pepi le preguntó por su hija y ella evitó conversar haciéndole creer que estaba afónica. El interlocutor le había dicho previamente que la secretaria tenía prisa porque estaba mal aparcada y que ni siquiera iba a entrar en la vivienda.
La chica se marchó corriendo con el sobre y Pepi sintió el alivio de que iba a salvar a su hija. Al cabo de un rato, la llamó por teléfono al móvil pensando que iba a tranquilizarla. «¿Cómo estás?», le preguntó al ver que Sabrina descolgaba. «Bien, bien, ¿qué te pasa?». respondió Sabrina, que estaba tranquilamente en su trabajo en Málaga. «¡Ay, ay, que me han vuelto a robar!», reaccionó Pepi al darse cuenta del engaño.
«Yo le pregunté: 'Mamá, todavía no les has dado nada, ¿no?'. Pero ya era tarde». Pepi les había entregado dentro del sobre tres anillos de diamantes y un Rolex valorados en 12.000 euros. «Le han quitado los recuerdos de toda la vida, unas joyas que le dio mi padre cuando yo era un bebé», explica la hija, que pidió permiso en su empresa para teletrabajar y se desplazó a Granada para estar al lado de su madre.
Pepi confiesa que lo ha pasado «terriblemente mal» y que ha sido una experiencia «muy fea», pero al menos tuvo un momento de tranquilidad al saber que su hija estaba bien y que no le había sucedido nada. «Ahí me quedé mucho mejor, aunque ya me la han pegado dos veces», se lamenta.
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