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Iciar Ochoa de Olano
Madrid
Domingo, 31 de diciembre 2017, 08:22
Los animales silvestres nos recuerdan, cuando se dejan, lo mucho que nos parecemos a ellos. Por encima de las similitudes genéticas –que nos sitúan, por ... cierto, más cerca de un ornitorringo que de un pollo y más aún de un ratón que de un perro–, social y emocionalmente somos primos segundos. Al menos, de los mamíferos. El abismo está en el lenguaje. Sin embargo, lejos de restarles expresividad, su incapacidad para hablar les convierte en una suerte de mimos prodigiosos. O eso nos parece cuando proyectamos en ellos actitudes humanas, les volvemos antropomórficos y les creemos capaces de protagonizar, de manera involuntaria, ‘gags’ hilarantes. The Comedy Wildlife Photography Awards (Premios de Fotografía La Comedia de la Vida Salvaje), que trabaja de la mano con Born Free Foundation, una organización por la conservación y los derechos de los animales con base en Reino Unido, lo certifica por tercer año consecutivo con su selección de las mejores imágenes del reino animal captadas en 2017.
El húngaro Tibor Kercz ha logrado llevarse el gato al agua en la categoría General con una instantánea que recoge a una cría de búho tratando de recuperarse de un traspié que le ha dejado colgado de una sola pata de la rama en la que reposan sus hermanos. En las exóticas aguas de la Gran Barrera de Coral australiana, el filipino Troy Mayne ha inmortalizado otro percance, el inédito «bofetón» de una tortuga verde a todo un pez Napoleón. Así al menos lo ha interpretado el autor, que ha resultado vencedor del certamen en la categoría Bajo el mar.
En ocasiones, el mejor ‘click’ no sucede después de horas de observación a la intemperie bajo una tosca parafernalia de camuflaje. La italiana Andrea Zampatti salió una mañana de escalada a una montaña cercana a su casa cuando escuchó un «extraño chillido». Detrás de la maleza encontró a una cría de lirón «riendo», encaramada a una milenrama. Su asombro fue doble, cuenta, cuando volvió a verla en la pantalla de su ordenador. Ambos han barrido en la categoría En tierra. El mejor En el aire ha resultado ser, de potra, John Threlfall. El británico divisó un grupo de patos volando frente a él y tuvo el instinto de desenfundar la cámara y disparar. Cuando llegó a casa y metió la tarjeta en el ordenador, ¡bang!: allí estaba uno de los ánades alineado perfectamente con la estela de un avión. Lo que se dice un pato a turbo-reacción.
Nadie discute la fotogenia de las focas y de sus hermanos, los elefantes marinos. Pero si estos son del parque californiano de San Simeón y se les pilla interactuando sobre política, el resultado puede ser tronchante. Estupefacto es como parece quedarse un joven elefante marino «después de conocer la revelación de un compañero de que votó a favor del ‘Brexit’». Así lo interpreta el testigo fotográfico, el norteamericano George Cathcart, que ha titulado la estampa: ‘Good god, man, what is wrong with you?’ (algo así como ‘Por Dios, hombre, ¿qué pasa contigo?’).
El encanto animal reside en buena medida en su espontaneidad. Uno puede esperar cualquier cosa. Por ejemplo, que una jirafa se dedique a comprobar si los pasajeros de una avioneta en pleno vuelo llevan puestos los cinturones de seguridad. Eso es lo que el malasio Graeme Guy cuenta que le pasó mientras visitaba el parque Masai Mara, en Kenia. Su foto lo acredita.
El español Miguel Ángel Artus Illana puede certificar, por su parte, cómo en la Islas Malvinas el régimen imperante en la colonia de pingüinos rey es el marcial. Su objetivo pilló a un ejemplar-sargento poniendo firmes a dos disciplinados soldados. El trabajo de la australiana Linda Oliver también ha logrado trascender lo meramente gráfico. Con su imagen ha logrado probar que las propiedades de las aguas termales del parque Jigokudani, tan demandadas por los llamados macacos japoneses o monos de la nieve, no son tan balsámicas como podían parecer. Mientras otros dormitaban relajados en el balneario natural, uno de ellos le envió un «mensaje claro». Y no era precisamente muy zen. La autora cree que detrás de la peineta había «una herida».
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